Cantos extremos. Entre réprobos

Crítica
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Cantos extremos

Entre réprobos

Auditorio Nacional. Revoluciones. Ciclo Sinfónico de la OCNE. Concierto 5. Temporada 14/15. Obras de Krzysztof Penderecky, Franz Liszt y Dimitri Shostakóvich. Orquesta Nacional de España. Dir.: Krzysztof Urbanski. Jatia Buniatishvili, piano. Madrid, 15 de noviembre del 2014.

Si el Infierno se estructura en circunferencias que se distribuyen por niveles encontrándose en cada una de ellas las almas castigadas en función de su delito, en el quinto concierto que propuso el ciclo sinfónico de la ONE pasamos, siendo partícipes, por varias de ellas. Ese es uno de los poderes –el de la trascendencia– que tiene el arte y en especial este nuestro, digo ahora dirigiéndome a aquellos que pretenden arruinarlo.

Treno de Penderecky, el Concierto nº 2 de Liszt y la Sinfonía nº 10 de Shostakóvich fueron las obras escogidas para su ejecución, y aunque a primera vista puedan parecer a oídos del auditor que el vínculo entre ellas es inexistente, las tres encierran –opino– en su núcleo interno una fuerza que lucha por salir del abismo más profundo. Así lo hizo sentir la dirección de Krzysztof Urbanski, quien no hizo uso de partitura alguna a lo largo de toda la sesión. Sus órdenes se transmitieron a los músicos a través de una minuciosa precisión, agilidad e inteligencia, consiguiendo que las notas y el sonido no cayesen al vacío en carencia de sentido.

En Treno a las Víctimas de Hiroshima se hizo visible la afinidad que Urbanski mantiene con la obra de su compatriota. La composición –para 52 instrumentos de cuerda– quedó perfectamente estructurada en tres, y la manipulación del tempo nos llevó a no percibir los minutos reales en los que esta música se extiende dando una sensación de momento volado. Pero a pesar del buen trabajo realizado, en la primera sección faltó fuerza percutiva y de volumen a las diferentes entradas de los bloques sonoros, y los glissandos –a través de los cuales Penderecki consigue la disolución del sonido– podían haber sido más definidos. La parte central, en este caso muy contrastante, se caracterizó por las diferentes técnicas de ataque del instrumento así como por un cambio en la textura, pasando a ser puntillista con definición de duraciones y altura. Por último, y con el regreso de los clústers, la pieza alcanzó su clímax final por medio de un triple forte desgarradísimo al que le faltó no obstante toda la potencia y desesperación que entraña; poco a poco el sonido se extinguió dejando tras de sí una estela de angustia y dolor, antítesis de la efusividad justificada de los aplausos del público.

La tensión gélida y gris que la música de Treno provocó quiso diluirse con la llegada de la pianista georgiana Jatia Buniatishvili en las primeras notas de las maderas con las que se abre el Concierto para piano y orquesta en La M nº 2, S. 125 de Franz Liszt, pero sólo transformó su carácter y color convirtiéndose en fogosas llamaradas abrasadoras. Fue una versión endiabladamente vertiginosa en la que destacó el perfecto acoplamiento de la orquesta al piano, así como el pronunciado e intenso componente gestual de la pianista, la cual encauzó todo su ímpetu a través de una brillante técnica combinada con una fuerte y propia personalidad musical. Urbanski consiguió sacar de las cuerdas, en especial de las graves, un sonido cargado de belleza y profundidad. Únicamente le faltó ligereza en los adornos, claridad en los trinos y dulzura en su expresividad al chelo que dialogó en solitario con el piano.

La propina que Jatia Buniatishvili regaló al auditorio se precipitó sobre el teclado de manera quasi violenta cortando de cuajo con los aplausos y mezclándose con ellos durante los primeros segundos. Fue el tercer movimiento de la Sonata nº 7, Op. 83 de Seguéi Prokófiev; elección que encajó muy bien y sirvió de tránsito entre un piso del averno y otro. Su interpretación estuvo muy cercana a la del pianista Cyprien Katsaris ya que ambos lo ejecutan en dos tercios de la velocidad a la que se suele tocar, afectando de ese modo al carácter de la pieza, que resultó agresivamente enajenada.

Tras el descanso, y con Shostakóvich, llegamos a la parte final del concierto. El sonido de la orquesta fue compacto pero no envolvente. Urbanski hizo muy buen trabajo de planos sonoros, especialmente en las zonas de intensidad piano. El tempo fue correcto aunque decayó en los momentos danzables –en pasajes del primer movimiento y en todo el tercero– en los que se hubiese precisado de más gracia y viveza.

Así se cerró nuestro errar por aquellas circunferencias, cayendo en la más oscura de todas: un vacío nublado cargado con el sarcasmo y las risotadas más espantosas. ¿Ven? Ese es uno de los poderes –el de la trascendencia– que tiene el arte, y en especial este nuestro.

Mª Cristina Ávila Martín

Imagen: El grito, Munch

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Publicado en enero 2015

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