Conspiraciones en Madrid

 

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El barberillo de Lavapiés en el Teatro de la Zarzuela

Teatro de la Zarzuela. 28 de marzo al 14 de abril. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Alfredo Sanzol (dir. escénica). Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar. Iluminación: Pedro Yagüe. Coreografía: Antonio Ruz. Lamparilla: Borja Quiza y David Oller. Paloma: Cristina Faus y Ana Cristina Marco. La Marquesita del Bierzo: María Miró y Cristina Toledo. Don Luis: Javier Tomé y Francisco Corujo. Don Juan: David Sanchez. Coro y Orquesta titulares del Teatro de la Zarzuela.

Si hay algo que no ha cambiado en los casi ciento cincuenta años que separan el estreno de esta zarzuela en 1874 y su vuelta al escenario el día 28 de marzo son las intrigas políticas que a lo largo de la historia han ido sucediéndose y de las que se hicieron eco Francisco Asenjo Barbieri y Luis Mariano de Larra. Las conspiraciones y enredos para conseguir el poder han estado a la orden del día tanto ayer como hoy y en el El barberillo de Lavapiés tenemos un ejemplo de ello. La relación de la nobleza con el pueblo que hoy tiene su paralelismo con la clase política y los ciudadanos es un tema tan actual como lo fue el día de su estreno.

Esta zarzuela es una de las últimas grandes aportaciones al repertorio lírico español y una de las obras más emblemáticas de Barbieri, que junto a Larra presenta un argumento trazado en torno a una doble historia de amor. Un argumento pseudohistórico de enredos políticos que entronca con la tradición de la zarzuela grande, pero a la vez sintetiza dos tendencias del teatro lírico decimonónico y de la propia producción de Barbieri: el lenguaje hispánico de las obras en un acto que encontrará su hueco en el sainete y la revista del teatro por horas, y el lenguaje universal del teatro europeo, que desde mediados del siglo XIX cultivaron también otros compositores como Arrieta o Gaztambide.

No podemos evitar acordarnos de la famosa ópera bufa italiana, El barbero de Sevilla de Rossini, a la que parodia tanto en su título como en ciertos giros textuales o en los diminutivos empleados, que se inclinan con respeto irónico ante el “gran modelo” rossiniano. El protagonista es tan solo un barberillo y no un barbero, al igual que el personaje aristócrata que también queda rebajado en rango ya que es representado por una mujer aparentemente débil con título nobiliario en diminutivo: Marquesita. No cabe duda de que los personajes se auto empequeñecen voluntariamente de forma astuta para reunir fuerzas que desembocan en un poderoso tempo dramático-musical. No obstante, la acción no se sitúa en Sevilla como lo hizo Rossini, sino que nos invita a adentramos en el Madrid castizo del siglo XVIII durante el reinado de Carlos III que, si bien nos queda un tanto alejado en el tiempo, se nos antoja enormemente cercano en cuanto la historia nos muestra numerosas referencias geográficas por muchos conocidas como son la calle de La Paloma, la Plaza de Herradores, la Iglesia de San Lorenzo, la calle de Toledo, la calle del Avemaría, la calle de la Fé o el propio barrio de Lavapiés.

Confluyen dos mundos sociales paralelos: el castizo de la pareja de antihéroes formada por Lamparilla y Paloma, y el de la nobleza, representado en este caso por la Marquesita Estrella y don Luis de Haro. Están diferenciados no solo por el vocabulario, donde los casticismos surgen por doquier cuando se trata del dúo protagonista, sino también por la música. Mientras Lamparilla y Paloma se expresan siempre con un lenguaje popular reflejado en seguidillas, jotas, tiranas o caleseras, el mundo aristocrático utiliza un lenguaje italiano que cuando recurre a la danza lo hace evocando el vals, el minueto o el rigodón. Dos realidades opuestas que inevitablemente tendrán que aliarse si quieren “salvar el país”. En esta ocasión, nuestra pareja cómica, que en otros casos quedaba en un segundo plano, se convierte en la gran protagonista

Al enmarcarse la historia en el siglo XVIII, con sus majas y majos, estudiantes y conspiradores, Barbieri recupera de forma magistral recursos y formas autóctonas del lenguaje de tonadilla escénica que el público podrá escuchar en forma de seguidillas, boleros, zapateados, jotas, estudiantinas, tiranas o caleseras. Muchos de estos números están coreografiados con una plasticidad que lleva el sello de Antonio Ruz, cuyo trabajo deja ver un respeto por la tradición, pasado por el tamiz de la modernidad y la innovación.

Sin duda, una de las cosas que más llamará la atención de esta producción es lo que veremos en escena o, mejor dicho, lo que no veremos. En esta ocasión, el autor y director de teatro, Eduardo Sanzol, nos presenta un escenario minimalista, limpio, cuyo espacio diáfano solo es ocupado por múltiples paneles móviles que ofrecen un gran dinamismo a cada escena. Lo que sí veremos con claridad sobre las tablas serán las referencias costumbristas salidas de los lienzos de Goya que, a pesar de la ausencia de decorados, nos ubican en los alrededores de Madrid. Fugaces pinceladas construidas por el coro y el cuerpo de baile, que junto con el matiz del vestuario y la iluminación evocan esas imágenes goyescas que reflejó el pintor con tanto acierto. Quedarán en la retina del espectador cuadros como Los zancos o La gallina ciega,plasmados sobre las tablas a medida que transcurre la historia de esta zarzuela, referencia de nuestro género lírico.

Otilia Fidalgo

Fotografía: Natàlia Gregori Vayà

Publicado en abril 2019

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