Danza, emoción y pensamiento

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La Consagración de la Primavera: el concepto de grupo como integrador de las emociones individuales a través del movimiento.

La danza surge de la necesidad del hombre de expresar sus deseos y sus miedos, es algo inherente al ser humano. Las emociones más básicas se exteriorizan a través del movimiento, es el reflejo de la esencia misma de la persona, que utiliza su propio cuerpo para comunicarse, para entrar en contacto con el mundo que le rodea.

Una de las primeras manifestaciones artísticas del hombre primitivo en la Península ibérica es precisamente la pintura rupestre encontrada en las cuevas de Cogull (Lérida) en la que aparecen un grupo de figuras, descritas por Artemis Markessinis del siguiente modo: “Se ve a diez mujeres con unas faldas amplias hasta las rodillas, los pechos desnudos, bailar alrededor de un hombre desnudo, en lo que probablemente era una danza fálica, una ceremonia matrimonial, o incluso un rito de iniciación”.1 Esta representación muestra la capacidad del arte para expresar un concepto, en este caso el de la danza, como medio de evocación de un momento emocional importante, unido al deseo de fertilidad, imprescindible para la supervivencia, que se materializa en una recreación de lo que se quiere conseguir a través del movimiento en círculo alrededor de lo sacralizado a modo de ritual.

El sentimiento de unión, de fuerza, de protección, de conexión con un mundo interno, espiritual y mágico, está relacionado en estas primeras representaciones con la idea de grupo. El cuadro La danza refleja la fascinación de Henri Matisse por este concepto del arte primitivo; se puede observar cómo la simplicidad de la escena, con un acusado esquematismo, posee un movimiento extraordinario, “los intensos colores cálidos contra el frío verde azulado del fondo y la rítmica sucesión de desnudos danzantes transmiten los sentimientos de liberación emocional y hedonismo. A este colorido se le ha dado una interpretación simbólica: los cuerpos se pintan de rojo y simbolizan la vida, el azul es obviamente el cielo y el verde la naturaleza”.2

Los movimientos artísticos de principios del siglo XX muestran un interés por el arte primitivo capaz de captar la esencia del ser humano y representarla de manera simbólica. Ambas obras –pinturas de Cogull y La danza de Matisse– suponen una ruptura con las formas de arte establecidas, una reivindicación del contenido y de la expresión de las emociones. El mundo moderno, con la Revolución industrial, y el consecuente cambio de lo rural hacia lo urbano, influye en la manera en que la persona mira hacia sí misma; se produce una enajenación, un desarraigo. Se pierden esos rituales colectivos, a través de los cuales el individuo expresa y comparte su mundo interior.

En La consagración de la primavera, con música de Igor Stravinsky, estrenada en París el 29 de mayo de 1913 por los Ballets Rusos de Diaguilev, con coreografía de Nizhinski,3 se expresa este concepto grupal y ritual de la danza y este retorno a lo primigenio. Podemos establecer puntos en común con el cuadro de Matisse. La escenografía de Nicolai Roerich, arqueólogo muy interesado por la antigua cultura rusa, el chamanismo, la vegetación, la primavera y la fertilidad, utiliza también vivos colores primarios, el verde y el azul del fondo, que contrastan con los colores cálidos de los trajes folklóricos típicos, que reivindican, dentro de las ideas nacionalistas, el origen eslavo de los pueblos rusos. Personajes ancianos, como el sabio, reflejan esos orígenes tribales.

En este ballet en dos actos, las tribus eslavas celebran los rituales de la llegada de la primavera: el sacrificio de una de las jóvenes servirá para asegurar el retorno de dicha estación. Consta de un primer acto, Adoración de la tierra,y un segundo, El sacrificio, con “La glorificación de la elegida”, escena en la que las doncellas rodean a la víctima, que permanece estática en el centro hasta el momento de iniciar la danza que la llevará hasta la muerte, lo que causó un gran choque para el público, provocando grandes disturbios en el estreno. El público no entendió la música de Stravinsky, que les pareció una sucesión de ruidos, ni los extraños movimientos de Nizhinski, intensos y retorcidos. Estaba acostumbrado a anteriores producciones de los Ballets Rusos como Las Sílfides –con música de Chopin– y a los ballets románticos del siglo XIX, que utilizaban la pantomima, –un lenguaje gestual lleno de convenciones– y a las formas de la danza académica codificada en pasos vacíos de contenido, siempre en función de la estética etérea de las primeras bailarinas, donde el papel del bailarín se limitaba a sujetarlas y el cuerpo de baile no tenía relevancia. En La consagración; la danza en grupo es un elemento fundamental para el sentido de la obra.

Las ideas de Isadora Duncan, pionera de la danza moderna, estaban influyendo en los Ballets Rusos. Para ella el origen del trabajo artístico es la emoción. La danza no es una sucesión de pasos y formas, sino el movimiento constante y fluido, que nace del centro del cuerpo, y se extiende con libertad hacia la cabeza y las extremidades. En el centro, que ella llama “plexo solar”, se integran la experiencia física del cuerpo, la emoción y la espiritualidad. En La Consagración, los movimientos del torso y brazos son mucho más libres, y dotan a los cuerpos de gran expresividad. La danza está en función de la acción dramática, y se encuentra estrechamente ligada a la música, utilizando la repetición y los acentos rítmicos como medio de crear tensión para conseguir esa sensación mística de lo ritual.

Del mismo modo que La Danza de Matisse se constituye como uno de los iconos fundamentales del arte del siglo XX, La consagración de la primavera marca un nuevo camino para la danza, supone una fuente de inspiración constante hasta nuestros días. En 1920 Diaguilev encargó una nueva coreografía a Massine, después de la dramática ruptura con Nizhinski, y desde entonces numerosas versiones han sido realizadas por grandes coreógrafos como Mary Wigman (1957), Maurice Béjart (1959), Pina Bausch (1975), Martha Graham (1984) y Mats Ek (1984), que fueron recogidas en el film Les Printemps du Sacre (1993), además de la reconstrucción de la coreografía de Nizhinski realizada por Hodson en 1987, y la versión más reciente de Angelin Preljocaj (2002). En 1999, un proyecto llamado Netherlands Springdance reunió a varios artistas para crear piezas cortas inspiradas en La Consagración, que supuso una búsqueda de la libertad y un nuevo comienzo orientado hacia la expresión individual sin compromiso alguno con las convenciones sociales.4

La influencia de los Ballets Rusos en nuestro país quedó materializada en la creación de El sombrero de tres picos, con música de Falla y decorados y figurines de Picasso, estrenada en el Teatro Alhambra de Londres en 1919. Grandes personalidades de la danza española como Antonia Mercé “La Argentina”, Encarnación López la Argentinita, y su hermana Pilar López entraron en contacto con esas ideas, que quedaron reflejadas en generaciones posteriores, tal y como se observa en las palabras de Antonio Gades sobre el significado de la danza: “Nuestra danza tiene fuerza, tiene verdadera vida. No es una danza académica, donde lo que se muestra es prácticamente un estudio, una técnica, unas formas, sino que lo nuestro es una cosa vital, es la danza de la cultura, a través de la cual se expresa el alma de un pueblo. No es una danza fría, sino la manifestación de lo que sienten unos seres que interpretan mediante el baile un estado anímico. Se expresan a través del cuerpo”.5

El film alemán dirigido por T. Grube y E. Sánchez Lansch, The Rythm Is It! (2004), propone una experiencia educativa muy interesante, dentro del primer proyecto pedagógico de la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Sir Simon Rattle, en el que doscientos cincuenta adolescentes se suben al escenario juntos para representar La consagración de la primavera. El documental muestra cómo, a través de las enseñanzas del coreógrafo Royston Maldoom, niños y adolescentes que nunca habían bailado experimentan durante los tres meses de ensayos distintos estados de ánimo, y trabajan sus emociones a través de la danza y de la música; realizando un apasionante viaje hacia lo nuevo, descubriendo facetas escondidas de sus personalidades.

En esta época que vivimos, la pérdida de valores en la sociedad tiene como consecuencia, en la danza, una primacía de la técnica y del virtuosismo, de la estética y de la imagen, pero al mismo tiempo, está dando paso a nuevos medios para la afirmación de la propia identidad ante los distintos colectivos de los que formamos parte en nuestra relación con el entorno que nos rodea. Surge la necesidad de reivindicar una búsqueda de aquello que está escondido en cada uno de nosotros, de indagar en los rincones más recónditos de nuestro ser, enfrentándonos a nuestras propias dificultades, particularidades y posibilidades creativas, y así explorar como bailarines y coreógrafos de qué manera volver a los orígenes de la danza, a lo esencial, para recuperar lo más profundo del ser humano y su expresión a través del arte.

Ana Rodrigo de la Casa

 

1
Markessinis, Artemis. Historia de la danza desde sus orígenes. Madrid, Librerías Deportivas Esteban Sanz, 1995, p.15.

2
Clement, T. Four French Symbolists. Greenwood Press, 1996, p. 114. En Lourdes Cirlot, Museo del Ermitage. “Museos del Mundo”. Barcelona: Centro Editor PDA, Tomo 12, 2006, pp. 158-163.

3 Walsh, Stephen. “Stravisnky, Igor”. The New Grove Dictonary of Music and Musicians, second edition. Tomo 24. Sadie, S (ed), New York: Oxford University Press, 2001, pp. 534-535.

4 Jordan, Stephanie. Stravinsky Dances. Re-Visions across a Century. Hampshire (Great Britain), Dancebooks, 2007, pp.413-416.

5
Saura, Carlos. Antonio Gades. Barcelona, Folio, 1984, pp. 166-172.

 

Cuadro de La Danza. Henri Matisse

Publicado en abril 2012

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