El ángel y los diablos

Janine Jansen interpreta el concierto para violín de Brahms junto a la ONE

Orquesta Nacional de España. Obras de Brahms, Prokófiev y Bartók. Auditorio Nacional de Música, 25 de octubre de 2013. Dir.: Josep Pons, Janine Jansen (violín).

De los grandes conciertos para violín “románticos” (Beethoven, Mendelssohn, Chaikovski, Sibelius) el de Brahms es posiblemente el que tiene un carácter menos virtuoso pero no así el menos difícil –mucho se ha escrito sobre los problemas que plantea para la mano izquierda, a pesar de los consejos, no siempre seguidos por Brahms, de su amigo y violinista Joseph Joachim, su primer destinatario–. Igualmente es probable que sea el que presenta un tejido orquestal más rico, lo que le da un carácter más sinfónico. Aunque Brahms no se encontraba demasiado cómodo escribiendo para el violín, no podía evitar crear música de gran hondura, intensidad y belleza.

Afortunadamente pudimos disfrutar de ello en la interpretación que ofrecieron la violinista holandesa Janine Jansen y la Orquesta Nacional de España dirigidos por Josep Pons. Jansen, uno de los nombres más interesantes del actual panorama violinístico, llevó a cabo una ejecución muy convincente, deslumbrante por momentos, enérgica pero al mismo tiempo precisa y siempre con un sonido de gran belleza, ayudada por su Stradivarius Barrere convenientemente modificado para abordar este repertorio. La cadencia del primer movimiento fue un momento para el recuerdo y hace soñar en un futuro con una grabación que figure en el Olimpo de las versiones discográficas junto a Szeryng y Óistraj. El diálogo con las maderas del Adagio –uno de esos momentos de la obra de Brahms que rivalizan con el mejor Beethoven– brindó, con una interpretación intimista, el contraste necesario a la intensidad del primer tiempo. En el Rondó final Jansen retomó el impulso para redondear una interpretación de gran nivel, plena de vigor y lirismo. La dirección de Pons y la respuesta de la orquesta estuvieron a la altura para redondear una más que notable interpretación. Si el volumen de las toses del público del Auditorio Nacional vale como indicador, diremos que éste estuvo desacostumbradamente parco en sus manifestaciones. Los aplausos por el contrario fueron muy calurosos y en agradecimiento Jansen interpretó la zarabanda de la 2ª partita para violín de Bach.

La segunda parte del concierto incluía dos obras con bastantes características en común: la Suite escita de Prokófiev y El mandarín maravilloso de Béla Bartók. Para empezar, el origen las dos obras está relacionado con el ballet; ambas nacen como música para ser bailada pero son rechazadas y posteriormente su material es reelaborado y convertido por los propios compositores en suites orquestales. La filiación con La consagración de la primavera, cuyo escandaloso estreno –algo así como el de Un perro andaluz de Buñuel– tuvo lugar pocos años antes de la creación de estas obras, es otro rasgo que comparten, más evidente en la de Prokófiev que en la de Bartók, que es más expresionista; con la obra de Stravinsky tienen en común el anhelo por plasmar cierto primitivismo, los ritmos incisivos, las armonías disonantes, el gran despliegue orquestal, el protagonismo del viento metal y los sonidos estridentes. Se trata de música áspera, incómoda por momentos, pero de enorme atractivo, especialmente la de Bartók, más sutil y compleja.

Josep Pons se siente a gusto en este repertorio; siempre le ha prestado atención y lo conoce bien y eso se notó en la interpretación. Atento a las masas orquestales pero sin descuidar los detalles, mantuvo la tensión en todo momento y ofreció una versión muy meritoria de estas obras. La Orquesta Nacional sonó como un conjunto sin fisuras y la sección de viento respondió satisfactoriamente al desafío que plantean estas obras de sonoridades contundentes, redondeando así un concierto de nivel.

Imanol Temprano Lecuona

Fotografía: Klaus Rudolph