Entrevista a Leticia Moreno

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Leticia Moreno

“La música es una sucesión de milagros inexplicable”

Son las doce de la mañana de un recién estrenado otoño madrileño. Como todas las ciudades, Madrid muda de olores estos días, huele menos a coches y más a tormenta presentida y a docena de castañas asadas. Es la puerta de una cafetería cerca de la Castellana y mientras espero a Leticia miro el famoso enchufe de las Torres de Colón, ese simpar conjunto arquitectónico por el que Umbral decía “…y venía yo de gozar una vez más el urbanismo catalán. Si lo sé no vuelvo”. Ella aparece al minuto y antes de habernos sentado y de comenzar mis preguntas ya está disparada, reflexionando sobre el hecho musical y dando titulares:

La música es una sucesión de milagros inexplicable: desde que el compositor haya tenido las circunstancias para escribir la obra, que haya tenido el talento de hacerlo, que esa obra haya perdurado en el tiempo, que todos los músicos de la orquesta hayan recibido la formación, las posibilidades para formarse, para llegar a ser grandes músicos de orquesta… Que el director haya pasado por todo un proceso paralelo y que, en el caso de que haya solista, los acontecimientos de su vida (algunos buscados y otros dados por azar) le hayan permitido que se formara como músico y como persona también, porque va todo unido. Y, finalmente, que todas esas personas lleguen a una meta juntos. Es una serie de mil milagros, un momento bellísimo… Lo que no entiendo es que si todos tenemos una seguridad social y podemos asistir al médico cuando lo precisamos y todos podemos entrar a una Iglesia –seas cristiano o no– y sentarnos en una misa o llenar tu alma de lo que la quieras llenar, en definitiva… creo que para los que no pueden pagar por ir a un concierto debería ser un derecho. ¡Es alimento para el alma! Y también nuestra mente y nuestra alma debe estar satisfecha y llena de riqueza y si no lo material no tiene sentido. Hay cosas que se logran también porque uno está inspirado, uno tiene una fuerza detrás de él, y eso no lo dan las cosas materiales, sólo lo da la “espiritualidad” o como lo quieras llamar, y la música es también ese algo hermoso. Estoy dispuesta a cualquier precio a cambiar el modelo, el formato, la imagen… lo que sea del concierto habitual, para todo el mundo, para llamar a nuevos públicos, porque lo van a disfrutar. Me da rabia la falta de gente joven, y yo tengo 27, cumplidos a final de agosto y sí soy joven, pero mi objetivo son adolescentes, niños: me gustaría atraer a un público joven, qué tipo y de qué modo no lo sé porque cada uno tiene un perfil. Pero sobre todo en estos momentos en que todo es tan duro para todos, y particularmente para los jóvenes, que han comenzado una vida y el mundo parece empeñarse en estar muy negro. Darles esa posibilidad, ese momento. La cultura es básica en estas circunstancias como alimento del alma y nos sirve para adentrarnos en otros mundos. Yo siempre he dicho que la música clásica –y en general toda la música, aunque yo vivo más en este ámbito– es un mundo ideal, como el que no hay en la tierra. Es maravilloso acceder y vivir en él aunque sea por unos minutos. A veces te da explicaciones sobre tu propia vida. Cuando toco me gusta que la gente se emocione, que puedan reflexionar sobre su propia vida. Que la música les pueda ayudar, no sé si a sentirse mejor, pero sí a llenar ese vacío que a veces la vida cotidiana puede crear.

Has hablado hace unos instantes de que eres joven, aunque en realidad ya has pasado por un buen número de grandes profesores. ¿Cómo se conjuga esa juventud con la necesaria búsqueda de una voz propia como violinista?

Yo nunca la busqué, siempre estaba luchando porque saliera mi voz. En realidad es que soy muy tozuda… De jovencita lo aprendí todo con el profesor [Zajár] Bron, que estaba siempre un poco enojado conmigo porque cuando hacia conciertos no casaba con su perfil representativo de alumno: “¡La gente dice que no eres una alumna típica mía!” [Risas]. Peleaba mucho con él, (esa tozudez mía). Tenía mis propias ideas, no sé si eran buenas o malas y le discutía muchas cosas. También yo, cómo me atrevía, ¡discutir con un hombre de tanta experiencia! Pero lo hacía, y siempre teníamos esa relación… Ahora, en ocasiones les pido consejo a mis amigos cercanos: soy flexible y me gusta mucho escuchar y aprender de los demás. Pero hay algo inevitable que tiene que ver con la espontaneidad, con que soy muy genuina y es una de las cosas que más valoro en la gente. Es una virtud y una falta. En lo profesional, estoy empezando a distinguir las obras por las que necesitan que te involucres a ti y tus propias vivencias para que esa obra viva y las que necesitan que no te involucres tú, sino que te conviertas en la obra, que te transformes en el compositor e intentes meterte en la mente de la persona que escribió la obra. Así lo intento con todas mis fuerzas, a veces pienso que lo consigo, seguramente de manera equivocada, pero intento que forme parte de mí. Esta idea me la transmitió Rostropovich: no soy más que un prisma para transmitir las ideas, el mensaje que tiene que transmitir el compositor al público. Yo recreo, no creo. No puedo saber exactamente lo que estaba en la mente del compositor, entonces en cierta manera sí que estoy volviendo a crear. Arropas un mensaje con tus propias vivencias, es inevitable, porque la música pasa por mí como pasa por todos los músicos. Y eso es lo interesante, porque una vez compuesta la obra ya no pertenece al compositor, sino que tiene su vida propia. Mi obsesión es la de meterme en la piel de la música. En eso los músicos lo tenemos muy fácil, entre comillas, el proceso al menos, luego depende de si eres flexible y eres capaz de transformarte. Es como ser actor, un buen actor tiene que poder actuar. Yo gesticulo, con mi cuerpo, no sé lo que hago, pero no puedo tocar sin ello, al igual que me muevo cuando hablo, que me emociono o doy saltos de alegría cuando estoy contenta. Cuando he leído alguna biografía o libro para intentar comprender al compositor en sí, muchas veces he tenido la sensación de déjà vu, date cuenta de que estoy tocando dentro de las obras que él ha escrito, más cercano al compositor de esto ¡no hay! También piensa que yo repito muchas veces un pasaje, se vuelve parte de mí, y muchas obras son un agujero negro que te absorbe. Es maravilloso, pero supongo que distinto de lo que un espectador pueda sentir.

¿Eres capaz de disociarte de tu trabajo cuando asistes como espectadora a un concierto?

Es difícil, lo estoy aprendiendo. Tengo deformación profesional, calo esto, lo otro… Pero estoy aprendiendo a disfrutarlo como público, cosa que es muy compleja. Supongo que todos pasamos por distintos momentos en nuestra vida: antes cuando iba a un concierto me imaginaba, de manera inevitable, estar tocando esa obra y cómo la tocaría yo. Pero ahora procuro cerrar los ojos y simplemente disfrutar de la música. En mi caso la música es un trabajo y cuando voy a un concierto a veces también quiero aprender de cualquier aspecto. Por ejemplo me interesa muchísimo la dirección de orquesta, me fijo en cómo están marcando. Últimamente intento cerrar los ojos y decir “¡Apaga, apaga todo!”. También depende de lo que esté escuchando, tanto como público como intérprete. Hay un momento para cada tipo de repertorio, yo hay muchos repertorios que no había abarcado hasta ahora porque simplemente no me gustaban, no me atraían, y ahora me atraen muchísimo. No sólo la experiencia que uno haya tenido, con los lenguajes musicales quizás tengas que abarcar primero uno y luego otro. Tuve una época en que no creía la música romántica, ¡que es maravillosa! Yo no sé en qué momento pasé por esa fase, pero pasé. Sólo me gustaba –aunque también tocaba música romántica que ya tenía programada– o Bach o Mahler o cosas realmente fuertes. Pero el repertorio romántico, como el Mendelssohn del concierto del otro día, en que las emociones están simplemente a flor de piel eran para mí sentimientos simples y mundanos. Yo en un momento no quería tocar ese tipo de repertorio, me parecía “demasiado bonito”, no me llenaba todo lo que yo quería en ese momento, y eso va cambiando. Ya me he olvidado de aquella fase, y ahora también estoy empezando a abarcar música contemporánea a la que tenía mucho respeto… Creo que hay momentos para todo.

¿Tienes alguna rutina de cara a preparar los conciertos?

Bach me gusta mucho. Mi día ideal comenzaría por Bach, que es como con una sesión de yoga bien hecha, tal y como a otros les gustará irse a correr. A mí lo que realmente me despeja la mente es Bach. Pero no, no puedo tener una rutina. Vivo para la obra que esté trabajando en ese momento y tengo que organizarme muy bien para poder abarcar todas las obras que tengo que tocar. Ahora por ejemplo me he puesto un par de semanas a investigar sobre algo para lo que antes no había nunca tenido tiempo: me había nutrido mucho del repertorio europeo, y al llevar la música española en la sangre no me había preocupado de tocarla demasiado (no hay tiempo para todo). Ahora voy a comenzar un proyecto discográfico con la intención de sacar una mayoría del repertorio violinístico español, también el que está olvidado. He descubierto un montón de obras maravillosas que me han ido fascinando por sentirlas como propias de un mundo que me es muy afín. Los españoles no somos conscientes de las creaciones tan maravillosas que hemos hecho.

En cualquier caso, lo de la rutina de preparación también tiene que ver con el tipo de obra que estés preparando. Por ejemplo, uno de mis conciertos favoritos, el de Shostakovich, tuve la suerte de aprenderlo con Rostropovich y hay una escena en que su madre está bailando una melodía [Leticia la tararea]. No se puede pensar que es una danza folclórica y el maestro me explicó que se trataba de la danza de una madre que se había vuelto loca de la pena que le había dado que muriera su hijo, y baila alrededor de la tumba. Es el tipo de mensajes que, a pesar de la densidad del concierto, están escritos de una manera tan fuerte que son más sencillos de descubrir que, por ejemplo, un Mendelssohn, donde todo aparenta ser tan bonito, o un Mozart, que utiliza una alegría terriblemente sarcástica y que esconde todo el sufrimiento que llevaba dentro.

Háblame un poco de la obra de Mendelssohn que hiciste con Metha hace unos días…

Con Mendelssohn todo es diferente. Lo he tocado desde que era muy jovencita, y obviamente no pensaba en estas cosas que comentábamos antes, al menos de manera consciente. A pesar de poder ser considerado por muchos menos denso que un Shostakovich, a mí me ha costado más comprender el mensaje que quería transmitir, si es que he llegado a entenderlo, que creo que no. Y es que a pesar de su aparente alegría es un concierto muy trágico. El comienzo parece simplemente “bonito”. En la partitura pone “Allegro molto appassionato” y empieza con un murmullo de la cuerda y un timbal marcando el ritmo. Muchos violinistas comienzan esto de una manera muy apasionada, pero yo creo es que es un tipo de apasionamiento interior que luego se va abriendo, y realmente lleva un clímax, una cima casi prematuramente. Uno dice, ¿qué hago con esta cima si está ya en la primera página? Hay que tomarla, no queda otra, pero es que, ¡estamos en el principio! Se llega desde un piano, va creciendo a través de unas cadencias mías, medio cadencias-semicadencias, y llega a la cima tan rápidamente… ¡Es casi surrealista! Trabajarlo con el maestro [Zubin Metha] fue maravilloso. Tiene una gran experiencia y me citó a medio día para trabajar con él antes de trabajar con la orquesta. Le dije que me dijera de todo lo que opinaba y me sugirió cambiar algunas digitaciones, algunas dinámicas, aunque recalcaba: “No, ¡no lo cambies todo hoy!”. Pero si no intentaba cambiarlo ahí y arriesgarme no tenía ningún sentido, es lo bonito de este arte, porque si lo vuelvo a tocar a mi manera, dime, ¿qué sentido tiene tocar con Zubin Metha? ¿para ponerlo en el currículum?

Supongo que además del placer de arriesgarse al cambiar las digitaciones y dinámicas en caliente, te debió suponer un cierto estrés. ¿Cómo lo gestionas, a nivel general?

Yo le tengo miedo al violín pero hay que enfrentarse a ello. Cuando algo no sale no soy de dejarlo aparte, me digo “¡ya estoy entretenida!”. Pero en realidad para mí es muy complicado, porque soy una persona muy emotiva y sensible, incluso un poco consternada desde que soy madre. Pero me quedo con una frase que leí un día: “No hay que temer a los nervios porque son la puerta a esas dimensiones que no alcanzas”. Soy consciente de que tengo demasiadas cosas en mente y de que a veces estaba tan histérica por no lograr lo que quería antes de un concierto que me acababa afectando, aunque luego el concierto saliera maravillosamente… No me queda más remedio que vivir con ello a diario, y esa es la clave para poder superar esos “ataques de pánico” que podemos tener todos, y es algo, por otra parte, que han tenido que sufrir muchos grandes artistas. Habrá gente de piedra, pero yo creo que es emocionante ver esa lucha y ese afán personal. Con respecto a este tema los músicos estamos repletos de anécdotas. Este verano me intoxiqué dos veces, y esas dos veces tenía concierto ese día. Una de ellas estuve toda la noche sin dormir con un dolor horrible de tripa. Conseguí levantarme para el ensayo y recuerdo que se me pasó el dolor. La música, como decíamos al principio, hace milagros. Durante el concierto ni me enteré. También me ocurrió cuando toqué en el concurso de Sarasate (tenía 15 años). Conseguí tocar justo después de vomitar. Fue vomitar, salir y volver a vomitar. Cómo toqué, no lo sé, porque ni siquiera podía andar al teatro, pero durante el momento en que estuve tocando no tuve ningún problema y me volví a reenamorar (aunque nunca lo haya dejado de estar en realidad) de la música. No se trata sólo de conmover. Ir a un concierto no es para que te sientas mejor, es para revivir algo y enriquecer tu alma con algo. No es fast food.

Acabas de mentar los concursos, donde tienes un historial impresionante. ¿Cómo se lleva estar en un tipo de circuito demoledor para el intérprete? ¿Cómo afecta a la madurez de una persona tan joven en aquel momento? ¿Qué hiciste para llegar con la cabeza limpia?

Como todo, tiene su punto positivo y su punto negativo. La época de los concursos la hice, aunque por suerte los últimos premios me los han dado por méritos, ¡que son los concursos que me gustan a mí! [Risas]. Agonizaba un poco en esa época, la verdad. Mi profesor era muy duro, eran épocas de continuos choques, nunca era suficiente. Era una doble tensión, es cierto que uno se va haciendo más consciente con la edad, pero me alegro de haberlos hecho entonces. No sé si se puede decir que aquella época me dejara secuelas (todo deja su huella en la vida) pero, vuelvo a repetir, no cambiaría nada de lo que he vivido. Creo que es parte del proceso. Mi profesor y yo éramos tremendamente exigentes. Ahora soy un poco más natural, más balanceada desde que he tenido a mi hijo, pero antes yo vivía para y por y respiraba, mi oxígeno sigue siendo la música, pero todo cambia. Con la edad uno creo que mejora, no lo sé. Yo era exigente hasta un nivel que era insoportable. Mi personalidad, la de mi profesor y luego el concurso en sí. Uno mismo creo que siempre es un gran crítico (en mi caso el peor). No sé si en todos, pero en muchos de los concursos me daba igual la opinión del resto, pero han pasado ya muchos años… A pesar de haber tenido buenos resultados y suerte (porque la suerte también juega su papel) no soy creyente de ellos, no creo que haga falta pasar por esa fase. Estar contento con tu interpretación es lo más importante.

Hace un rato me comentabas tu trabajo de investigación y recuperación de repertorio violinístico español. Háblame un poco de ello y del resto de proyectos que tengas en marcha.

Pues está el proyecto discográfico que estoy hilando ahora, en la idea de publicarlo en varios cedés. Acabo de ganar el premio ECO que pretende consolidar la carrera internacional del artista y voy a tener veinticinco conciertos en las salas más importantes de Europa. Digo lo de pretende porque nunca se está consolidado, uno tiene que seguir siempre trabajando para mantenerse allí. Como me he dado cuenta de que no me he centrado mucho en el repertorio español creo que está en mi deber y mi responsabilidad fomentarlo: Granados, Turina, Rodolfo Halffter… Hay obras maravillosas y me gustaría intercalarlas con otras más conocidas del repertorio español de las que tampoco hay un referente actual. No digo que no haya buenas grabaciones, pero me parece que este es un momento idóneo para impulsar esas obras injustamente olvidadas y para dar a entender a mucha gente que no es consciente de ello que estas piezas son de primer nivel. Luego las iré grabando. Se trata, en definitiva de ensalzar este patrimonio cultural que no está todo lo activo que merece estar.

Por otro lado, tengo otro proyecto para acercar la música a un público joven mediante la creación de un festival al que asistirán los Príncipes en febrero, y voy a Barcelona la semana que viene para perfilar el plan y ver qué ideas tenemos todos, a ver hacia dónde lo orientamos. Esto aparte de los conciertos que tenga, pero estos proyectos nuevos me hacen mucha ilusión y pienso que tienen una repercusión, creo que estoy aportando un granito de arena de verdad. También están los conciertos ECO que te comentaba antes. Hace poco estaba muy interesada en crear un movimiento en el que la interpretación musical y la danza estuvieran unidas, pero no la música para la danza o viceversa, sino unidas. Me parecía algo muy bello, lo que pasa es que todo lleva su tiempo y no estoy acostumbrada a hacer estas cosas, aunque sigo interesada en ello.

Al principio de la entrevista comentaste que te interesaba sobremanera la dirección de orquesta. ¿Te has planteado la posibilidad de dar el salto a dirigir o a componer?

La dirección de orquesta me fascina. Tú piensa que yo vivo la música siempre desde el violín, para mí es inevitable. Lo llevo haciendo desde que tenía dos años y nueve meses. Hay un vínculo determinado donde yo veo la música desde el violín y será siempre así, aunque me fuerce a verlo de una manera global y aunque me estudie toda la parte de orquesta y escuche todos los instrumentos. Pero me fascina esa manera que creo que tienen de ver la música desde arriba, como si vieran el planeta Tierra desde la Luna. Sé que me enriquecería mucho estudiar Dirección, pero soy consciente también de que me quitaría mucho tiempo de mi profesión como violinista. Un director que me entusiasma, que siempre lo ha hecho, es Carlos Kleiber. Fue de hecho el primer director al que admiré porque cuando era pequeñita, desde mi punto de vista ignorante de violinista, no entendía cómo alguien podía obtener placer cuando no producía el sonido; yo estoy acostumbrada a producir mi propio sonido. Y claro que los directores producen su propio sonido, pero es diferente porque no depende directamente de ellos. Mi sonido depende absolutamente de mí. La primera vez que vi a Carlos me fascinó y a raíz de entonces me he ido interesando por la dirección, pero yo he nacido violinista y me encanta que el sonido se cree directamente de mi cuerpo. Un cantante lo tiene incluso más dentro. En fin… hay varios directores que me han ofrecido ir a estudiar con ellos y debería aprovechar esa oportunidad, pero de momento tengo tantos proyectos que están comenzando que me resulta poco factible.

Respecto a la composición, no soy compositora, pero me divierte crear mis propias cadencias y tocarlas, más ahora que tengo muchas ganas de hacer repertorio clásico (tengo la sensación de que me limpia este repertorio). También me enriquece porque cuando tuve que pasar por el proceso de armonizar las melodías que había hecho Mozart en las cadencias me veía en la posición de por qué esto y por qué no lo otro, y fue la primera vez que fui consciente de cómo puede llegar a ser creada una frase. Fue muy enriquecedor. La cadencia en realidad tomas los elementos que ya están ahí, abres la partitura orquestal, combinas los temas casi como un collage. Es un trabajo duro pero luego lo tocas y… Cada vez que estoy en el escenario me parece increíble el grado de concentración sobrenatural al que llegamos, me asusta, da vértigo.

Me interesa el cambio de instrumento que realizaste hace un tiempo, del Guarnieri del 79 al Galiano que tocas hoy día. Cuéntame las diferencias, las sensaciones…

Ahora con el Galiano estoy muy feliz, entre otras cosas porque es mío. Antes me sentía muy violenta cambiando de un violín a otro, porque es algo muy íntimo lo que ocurre con el violín. Date cuenta de que igual que una obra pasa por mí, mi alma pasa por el violín. Siempre ha sido muy duro cambiar de instrumento y cuanto más tocaba con ellos más mejoraban. No creo que uno se acostumbre al violín, la madera está viva y cada vez siento más comunión con mi violín, me siento más cercana. Es un violín maravilloso con una potencia fabulosa y unos colores sin fin, muy cómodo para mí de tocar, muy estable ante los cambios de temperatura. El violín con el que estoy tocando ahora, que es un Nicola Galiano de 1762, me hace cada vez más feliz. Es como cuando encuentras a tu media naranja y te das cuenta de lo bien que te llevas y cómo convives cada vez mejor, estar cada vez más enamorada y más unida. Con el Guarnieri que tuve antes sin embargo estuve luchando porque aquello a mí no me iba. Un violín depende mucho de quién lo haya tocado antes, realmente está vivo y con el mío estoy feliz ahora. Tiene todas las cualidades que yo podría pedir y no lo cambiaría.

¿Fue muy largo el proceso de localizarlo?

Sí, bueno, al menos de tenerlo. Yo este violín lo conocía de antes, lo había tocado cuando era muy pequeñita. Tenía doce o trece años cuando me lo alquilaron mis padres y con el tiempo lo volvimos a localizar tras un proceso durísimo en el que pasé por muchos violines. Yo me involucro mucho, doy mucho de mí y estar siempre cambiando es algo que no va conmigo. Dicen que eligen a las modelos tan delgadas para que se vea la ropa y no a la mujer en sí. No sé si es así o no, pero en el caso de que fuera verdad se podría asimilar un poco al instrumento. Para mí es un vehículo, es la otra mitad de mí para que yo pueda expresar. Pero tiene que ser un vehículo afín, no vale con que sea un buen violín. Y es complicado, te lo digo por experiencia.

Una última pregunta. ¿Tienes un repertorio favorito? No se trata de un “a quién quieres más, a papá o a mamá”, pero sí saber un poco qué tipo de afinidades musicales profesas…

Inevitablemente para mí las obras que toco son más que las que no toco por la inversión de energía. Escuchar una obra y tocarla son dos cosas que no tiene nada que ver. Cuando escucho Mozart no me llega ni una cuarta parte de cuando lo toco, es así. Obras en concreto… El concierto de Beethoven, el final del de Britten es yo creo el mejor que se ha escrito, las armonías que tiene, los colores… Luego Shostakovich también me encanta, de Mozart la Sinfonía Concertante me vuelve loca. Bach no es que sea mi favorito, pero es un alimento básico para el músico. Luego los de Prokofiev me encantan, la música rusa me encanta porque mis maestros fueron rusos al comienzo y tengo mucha afinidad con ello. En el repertorio clásico aprendí a sentirme cómoda, a saber cómo interpretarlo un poco más adelante, pero siempre me ha gustado tocarlo. Me he podido meter más en el personaje a raíz de mi estancia en Viena y mi trabajo con algunos directores que me acercaron más al estilo. Pero no sé, se podría decir que soy muy infiel a lo que me gusta, me gusta siempre lo que estoy tocando en el momento. ¡Ah! No te he mencionado a Brahms. Quizá es mi compositor favorito, me encanta, pero sobre todo su música de cámara. Al igual que de Beethoven prefiero la sinfónica, con Brahms me pasa al contrario. La de cámara es increíble, debió ser una persona muy noble.

Dejamos en este punto de charlar. Han sido casi dos horas y media intensas, hablando de lo grande y de lo pequeño. Leticia se despide con la misma sonrisa amplia y franca con la que llegó. “Te hablo de mis violinistas favoritos frente a otro café”. Ya en el coche me acuerdo de apagar la grabadora. Ni recuerdo cuándo la encendí. Camino a casa, en el reproductor del coche escucho un fragmento del Figaro mozartiano y la mentada alegría sarcástica. Ella tiene toda la razón. Cuánto milagro convocado…

Mario Muñoz Carrasco

Fotografía procedente de
http://www.sdclaspezia.it/scheda.asp?id=1109

Publicado en noviembre/diciembre 2012

 

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