Hungría agreste para cuerda

Crítica
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Hungría agreste para cuerda

El Cuarteto de Jerusalén toca Bartók en el Auditorio Nacional

Cuarteto de Jerusalén. Integral de los cuartetos de Béla Bartók (II). Sála de Cámara del Auditorio Nacional de Música/CNDM/Liceo de Cámara XXI, 27 de febrero de 2016. Alexander Pavlovsky (violín I), Sergei Bresler (violín II), Ori Kam (viola), Kyril Zlotnikov (violoncello).

Se hace el silencio y comienza la gestación de timbres agrietados y bruscos, sonoridades inquietantes, incisivos vibratos, disonancias y ataques deliberados que caracterizan el paisaje musical de Bartók y que el Cuarteto de Jerusalén relata con un talento y dedicación que roza la obsesión.

Este paisaje nace en 1904, cuando Bartók oye por casualidad el canto de una mujer de Transilvania que despierta su interés por el folclore de Hungría, Rumanía y otros países vecinos. A partir de entonces comienza a recopilar canciones y danzas, que trascribe y armoniza mediante procesos musicales de corte más académico; conforman sus prácticas compositivas folcloristas, usando los temas tradicionales fuera de su contexto con una nueva función. De sus seis cuartetos, los pares, a los que dedicamos la velada, no son especialmente folcloristas, aunque dejan entrever sus influencias campesinas en las complejidades rítmicas y los compases irregulares, armonizados con un elaborado contrapunto y una ornamentación más compleja que los temas originales.

La meticulosa precisión de los músicos al reflejar el carácter obstinado de estas composiciones se combina con respiraciones pactadas que contribuyen a dar unidad al mensaje. Con un equilibrado balance, escogiendo cuidadosamente a quién destacar, crean momentos de singular belleza e imaginativa sugestión.

El Cuarteto Jerusalén es una de las agrupaciones de referencia en el panorama camerístico actual. Formados por el violinista Avi Abramovich en la Academia de Jerusalén de Música y Danza, llevan dos décadas recolectando éxitos. Su repertorio se ha hecho célebre mediante grabaciones de Haydn, Schubert y Mozart, pero sostiene en Shostakóvich su pilar fundamental. El público les conoce y sigue con devoción, fundamentalmente gracias a su selecta discografía. Sobre el escenario sorprende su precisión milimétrica, la agilidad y coherencia del mensaje sonoro, una textura homogénea e interpretación que apuntan a la excelencia.

El Cuarteto nº 2 (1915-17) surge durante la Primera Guerra Mundial. Los furiosos dos primeros movimientos, “Moderato” y “Allegro molto capriccioso”, podrían exteriorizar la impotencia de Bartók ante el escaso éxito de su música en Budapest. Destacan expresivos legatos, aderezados con silencios pulcros y unidad tímbrica en la que los instrumentos aúnan sus diferencias de registro. El movimiento “Lento” respeta la forma de arco, una estructura simétrica creada a partir de movimientos parejos que se relacionan mediante correspondencias entre los motivos y la forma. El chelista toca con ternura, sugerente ante un público interesado, y grave que accede a evadirse de lo mundano y reflexionar sobre los misterios del universo: ¿por qué los átomos, que tan generosa y amablemente se agrupan para formar cosas vivas en la Tierra, se niegan a hacerlo cuando se encuentran ahí fuera?

El Cuarteto de cuerda nº 4 (1928), aunque muy parecido al nº 3 en recursos sonoros, es innovador en su estructura simétrica de cinco movimientos, flanqueado el tercero por dos rápidos y cortos y utilizando en el quinto el mismo material temático que en el primero. Compuesto en Budapest en el verano de 1928, aunque dedicado al Cuarteto Pro Arte de Bruselas, fue estrenado en la capital húngara por el Cuarteto Waldbauer-Kerpely el 20 de marzo de 1929.

De la ejecución del “Prestissimo con sordino” destaca la textura ligera y aflautada en contraste con los pizzicatos-Bartók, rudos y percutidos. De vibrato cálido, el solo del chelista en el “Non troppo lento”, arropado por el acorde sobre el que se dibuja su paisaje sublime, hace al público protagonista durante unos instantes preciosos, invitados a descubrir los precipicios, acantilados y desolación salvaje de los países del Este. En el cuarto movimiento, “Allegretto pizzicato”, se revelan por primera vez los caracteres de los cuatro músicos, quienes olvidan los arcos para sumergirse a explorar la proyección del sonido. Pellizcando las cuerdas con las yemas de los dedos derraman una nueva luz sobre sus manos, que parecen cobrar vida en una representación mímica de ágil y sutil coreografía. En el “Allegro molto”regresan las danzas, pasos veloces y articulados hacia un final inminente y fatídico. La introducción del spicatto col legno es sólo una herramienta más en la infatigable búsqueda de respuestas sonoras.

Bartók es el representante musical de la nación que lo rodea, una nación que a principios del siglo XX se revela como mito, una creación cultural de naturaleza ideológica, sometida a cambios y revoluciones y que obedece a motivaciones políticas y a menudo imperialistas, según el historiador británico de origen iraquí Elie Kedourie. Esta identidad étnica deja huellas, y al mismo tiempo delata el papel de este compositor en la elaboración del nacionalismo musical húngaro.

La ambiciosa interpretación del repertorio escogido por el cuarteto, la integral de los cuartetos de Bartók, en dos días, en ocasiones ensombrece la ejecución, tocando más con la cabeza que con el corazón. Sin embargo emplean con habilidad el espacio de la sala de cámara, lo que les da gran definición y nitidez sonora. Constantemente se miran, tocando en perfecta sincronía, y dotados con una entidad grupal representativa de los profesionales de élite.

En 1934 Bartók deja la Real Academia Húngara de Música de Budapest para ocupar un cargo como etnomusicólogo en la Academia de Ciencias junto a Zoltán Kodály con la idea de preparar una edición crítica de la música folclórica húngara. Sus composiciones de los cinco años siguientes, que incluyen los dos últimos cuartetos, marcan el punto culminante de su carrera artística. En 1939 escribe el Cuarteto de cuerda nº 6 en el que regresa a la estructura original del género en cuatro movimientos, una tonalidad tradicional y funcional con armonía de tríada, y relaciones tónica-dominante. Se desvanece la arcaica rudeza sustituida por melodías líricas salpicadas de ironía, que pueden verse en el tercer movimiento o “Mesto burletta”. Sus cuatro movimientos se titulan mesto, o triste, lo que alude a la asistencia impotente de Bartók quien, alejado ya de la dureza de sus composiciones previas, pone música al avance de la guerra. Data de antes de emigrar a los Estados Unidos y está dedicado al Kolisch Quartet, quienes estrenan la obra en 1941 en Nueva York.

La interpretación del Cuarteto nº 6 se introduce y despide con el protagonismo incorpóreo de la viola. Las armonías se relajan y la composición se orienta hacia formas más clásicas, sin abusar de la disonancia ni perder la esencia del compositor, manteniendo patente su desacuerdo con la guerra que se desata en Europa. En el tercer movimiento hay una vuelta a los orígenes, creando la impresión de que entre los cuatro cuidasen un buen fuego. Con esta sensación inauguraron el concierto, a través de la dirección de sus melodías, los cambios súbitos de color y los crescendos grupales.

Llegados a este punto, el cuarteto está inmerso en la obra, lo que les da una unidad y coherencia sin precedentes. El público llega al tercer cuarteto cansado y acalorado. Se echa en falta un clímax en la velada; el conjunto es uniforme, lo que crea la sensación de monotonía. Si pudiéramos viajar en el tiempo e imaginarnos ser esa pareja húngara leyendo el periódico en un café en 1936 podríamos entender la importancia de compositores de la talla de Bartók, que suplieron sin pretenderlo la carencia de las palabras para expresar lo trascendente. Los músicos terminan con gracia, esperando atentos a que se desvanezca la pieza.

Bartók no compromete su individualidad a favor de una música más accesible, lo que podría hacer esta integral ardua para la audiencia. Sin embargo, la alta asistencia muestra que el público madrileño tiene su oído entrenado y está dispuesto a asumir disonancias y arritmias a cambio de disfrutar de una labor bien ejecutada, favoreciendo que músicos de la talla de este cuarteto, lleno de fuerza y carácter, amplíen el canon clásico más extendido.

Camila Fernández Gutiérrez

Publicado en febrero 2016

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