Para partirse un diente

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Para partirse un diente

Glorias del Bolshoi

 

Título: Glory of Bolshoi; DVD de ballet. Fecha de publicación: 1996, reedición 2004. Intérpretes: Galina Ulanova, Olga Lepeshínskaya, María Semionova, Yuri Kondratov, Maya Plisétskaya, Ekaterina Maximova, Vladimir Vasliev, Natalia Besmertnova […] Ref. discográfica: Miris y NVC Arts.

Rusia es un fértil estado donde crece la cultura, cultivada durante muchos siglos en invernaderos para que crezca durante el duro letargo invernal. Con la intención de protegerse de los intrusos, la estepa rusa se cierra herméticamente al exterior, autoabasteciéndose de sus productos exclusivos, excluyendo al resto del mundo de su degustación. Sólo en raras ocasiones, para recordar que sus manzanas siguen siendo doradas, como aquéllas que robaba el pájaro de fuego, deja salir de sus fronteras a alguna joya artística, pero siempre enigmática, enmascarada, dejando abierto el misterio ruso.

Es por ello que cualquier despliegue cultural por parte de Rusia, por ocasional que sea, es siempre tan glorioso. La publicación de Glory of Bolshoi (conjunta con la publicación de Glory of Kirov) en 1996 y su reedición en formato DVD en 2004 reúne casi cien años de obras maestras del gran ballet ruso, la mayoría de las cuales, excepto las que se dieron a conocer en 1953 a través de la película Star of the Russian Ballet (que coinciden con los fragmentos de este DVD de Llamas de París y La fuente de Bajchisarai), siguen estando totalmente al margen de la cultura occidental.

Lo que inmediatamente sorprende al foráneo europeo a la hora de enfrentarse con este vídeo es su estructura, aparentemente carente de toda lógica: alterna fechas (tanto de producción como de representación), intérpretes, autores, coreógrafos…. El orden al que nos somete la grabación no quiere dar a entender que los frutos rusos sean producto de la evolución natural, sino que forman parte de un maravilloso saco, un mosaico de iconos en el que a través de la regla de la superposición y el contraste se exprime de manera muy eficaz el jugo del ballet en Rusia nada más y nada menos que desde 1913 hasta 1984, la fecha más reciente de los vídeos propuestos.

El primer estímulo que se quiere provocar en el voraz espectador es el de activar su sensibilidad a través de una grandiosa obertura. Para eso, cómo no, la primera gloria, Galina Ulanova, que interpreta como representante del Bolshoi lírico la obra del también glorioso Mijail Fokine. Es sin duda un número grácil, pero a la vez está cargado de sentimiento, de trascendencia; tal y como dictaba el coreógrafo, haciendo fácil y agradable lo que en realidad es prácticamente inaccesible al ser humano, no sólo por las dificultades técnicas de los movimientos, sino por la complicacón que supone adentrarse sus entrañas para encontrar en allí conceptos tan abstractos –y también tan oscuros– como la belleza.

Este número contrasta drásticamente con el siguiente, que se relaciona con la otra cara del ballet: la meramente teatral, de expresión gestual, no por ello menos importante. Técnicas distintas a las de Fokine pero que persiguen la misma finalidad: entender el baile desde dentro, desde el personaje. En esta representación de 1913, de gestos y movimientos exagerados, en la que seguramente los bailarines estén condicionados por la presencia de la cámara, la danza es algo absolutamente secundario y prima el género de la pantomima, ligado al ballet desde los primeros momentos.

Una vez que tenemos la sensibilidad lírica y el drama, sólo falta el potencial de ejecutar el movimiento para acabar de entender la complexión del ballet ruso, y en este caso del Bolshoi. Una verdadera muestra gimnástica de la excepcional bailarina Olga Lepeshínskaya junto a Piotr Gusev: saltos, vertiginosos tour en l’air, lanzamientos casi a ojos cerrados en brazos de su partenaire, que se atreve a cogerla con una mano, levantarla, casi precipitarla de nuevo contra el suelo…, dejando sin respiración al público una y otra vez y de una manera creciente, y todo manteniendo su dentadura intacta, a pesar del riesgo. La tensión se crea de manera progresiva, partiendo de un bis à bis casi idílico, romántico, en el que la expresividad y el drama no se han olvidado, simplemente a ellos se incorpora paulatinamente uno más: el poder físico, la fuerza vital.

Finalmente, se comprende que lo que une a todas estas variopintas intervenciones es tan obvio que se escapa a toda ordenación cronológica. Es la generación, que además se nos da a conocer desde sus primeros pasos, de las grandes glorias del teatro Bolshoi –Maximova, Vasiliev, Semionova, Ulanova, Plisétskaya, Kondratov, Besmertnova, entre otras muchas–, y todas ellas tienen en común el carácter que este lugar imprime. Bolshoi en ruso significa grande, y para combatir esta grandeza, los artistas, insignificantes en el gran escenario del segundo de los teatros más grandes del mundo, utilizan todos los recursos para llenar el espacio con su presencia.

Y qué mejor manera de llenarlo que convertirse en una parte de él: entrar en simbiosis con el edificio entero. “Cuando aparecía en escena, todos se olvidaban de todo, sólo se fijaban en ella, tal era el impacto que producía su danza a los espectadores. Era algo desconocido hasta la fecha, mágico y genial. Y lo expresaba de manera totalmente coherente, en una especie de todo orgánico[1], afirmaba la estrella Vladimir Vasiliev en un reciente documental de la televisión rusa. Esta cita demuestra que aunque las antiguas generaciones de bailarines rusos no tuvieran la estatura como para competir con las dimensiones del teatro, ni con esas monstruosas piernas y pies de las bailarinas actuales, sabían transmitir una alegría a través de la interpretación que llenaba no sólo el escenario, sino el ánimo de todos los asistentes. La misma música palpita mucho más rápido en estas actuaciones donde el artista no se preocupa de “dónde acaba o termina el ejercicio”, o de “si me da tiempo”. Los danzantes interpretan, se meten en papel, alegre en Kitri, maligno en el cisne negro, brutal en el Corsario, dramático en Espartaco, sin importarles si han perdido el eje en el fouetté o si el grand jété no fue lo suficientemente majestuoso. Si se rompen algo, una pierna, un diente…, es siempre producto de su despliegue de energía, de sus ganas de vivir, y no de las malformaciones destructivas que se hayan podido producir en el cuerpo. Son una simbiosis de expresión, música, gesto y movimiento, que además absorbe con toda tranquilidad las localidades de un teatro entero. Un todo orgánico como bien dice Vasiliev: una única manzana paradisíaca que sacia la voracidad del público y para cuyo cultivo no se necesita sacrificio, sólo alegría y buena salud.

Las palabras de Vladimir Vasiliev estaban destinadas a una de las glorias más antiguas del ballet ruso: Olga Lepeshínskaya. Por desgracia una de las más antiguas y desconocidas en Europa, ya que el fragmento aquí presentado es prácticamente el único difundido en la actualidad. Y es que aunque el estado ruso posea muchas más muestras de esta joya ucraniana, tal y como demuestra en imágenes entrevistas en el documental citado, protege a su manzana con una capa de oro que impide que el iluso europeo se chupe los dedos, y provoca que, en la ilusión de tenerla a su alcance, se lance a morderla con gula y se rompa un diente. Eso, por avaricioso.

Cristina Aguilar

Artículo publicado originalmente en Jugar con fuego. Revista de musicología

Archivo histórico: entre febrero 2011 y enero 2012

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