La generosidad de una pandemia

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La generosidad de una pandemia

Ante la situación de alerta internacional provocada por la propagación de la COVID-19, diversas instituciones han puesto al alcance del público alternativas culturales para amenizar los días de aislamiento

 

Este mes ha empezado como uno de los más extraños de la vida de muchos. Hace años que soy una persona más bien reservada, que disfruta de su tiempo a solas con un libro entre las manos. Pensaba que el confinamiento no me afectaría demasiado; podría pasar el tiempo leyendo y escribiendo toda esa literatura que la rutina diaria a menudo me impedía disfrutar. Sin embargo, esta cuarentena está siendo dura incluso para los más ermitaños.

Día tras día llegan noticias de distintas instituciones que deciden ofrecer el contenido de sus archivos al público: la UNESCO pone al alcance de las masas su impresionante biblioteca, la Metropolitan Opera desempolva sus no tan viejas grabaciones —como su Carmen y las pone a disposición del público internacional durante unas horas y el Teatro Real de Madrid anuncia la accesibilidad de las grabaciones de varias de sus puestas en escena de los últimos años a través de la plataforma My Opera Player. Todo esto de forma gratuita, cualquiera con conexión a internet tiene ahora la oportunidad de empaparse de toda esa cultura.

No estoy segura de cuál fue el día en el que la idea me atacó —puede que el sexto o el séptimo, el tiempo se diluye—, pero de pronto descubrí en mí misma un enfado que no llegaba a comprender del todo. Necesité todo un día para poner mis pensamientos en orden que, al final, podían resumirse en una única pregunta: ¿por qué ha de ser necesaria una pandemia internacional para poner la cultura al alcance de la mayoría?

Durante años, numerosos músicos, musicólogos y divulgadores musicales han peleado por el acercamiento de la música clásica al gran público. Se han intentado desmentir prejuicios y mitos sobre la dificultad de esta música y el elitismo de su mundo. Pero, ¿cómo podemos acaso creernos que dicho elitismo no existe al ver el coste de las entradas, por ejemplo, del Teatro Real? ¿Podemos acaso seguir quejándonos del envejecimiento del público cuando toda una generación de jóvenes vive ahogada económicamente? ¿Por qué teniendo precios tan restrictivos no existe una alternativa para quienes no pueden permitirse asistir a los espectáculos?

Una de las muchas cosas que nos está enseñando esta situación es que dicha alternativa, efectivamente, existe. Las instituciones —privadas— tienen sus archivos plagados de cultura que permanece guardada bajo siete cerrojos. Yo no puedo evitar sentir que el celo con el que se guardan estas grabaciones viene motivado por un afán de exclusivismo y codicia. El mercado y el gobierno, negándose a hacer una regularización exhaustiva del mismo, así lo permiten. Por lo tanto, la única forma de acceder a este contenido es a través de un pago que la mayoría de la población simplemente no puede permitirse. Incluso las entradas de último minuto del Teatro Real se encuentran fuera del alcance de muchos.

Una, como buena malabarista entre el optimismo y el pesimismo, no puede evitar esperar que esta actitud de las instituciones se mantenga cuando el estado de alarma nacional termine y, sin embargo, esperar siempre lo peor: la vuelta al oscurantismo. Podría denominarse mi opinión de infantil y utópica, pero yo creo y defiendo fervientemente que la acumulación de riqueza de unos pocos no debe estar nunca por encima del derecho a la cultura de la mayoría.

Estoy segura de que mantener los archivos del Teatro Real disponibles de forma gratuita no privaría en absoluto al auditorio de su público. ¿O qué podría perder la famosa Metropolitan Opera por ofertar las grabaciones de montajes de temporadas ya pasadas? El Teatro de la Zarzuela es buen ejemplo de que, si la oferta cultural es accesible y de calidad, las butacas encuentran su público mientras las grabaciones obtienen sus clics. Muestra de esto son, por ejemplo, las más de 40.000 visualizaciones que se registran en el momento de la creación de este artículo en la grabación del montaje de El barberillo de Lavapiés publicada en YouTube. Del mismo modo, las entradas accesibles al bolsillo de la mayoría llenan el teatro mientras que las habituales retransmisiones online en directo de sus espectáculos cuentan con gran afluencia de público a distancia.


Las masas han demostrado, siempre que se les ha permitido, que quieren cultura, que buscan cultura. Los cines se llenan en cuanto hacen una rebaja en el precio de las entradas, los asientos más asequibles del Teatro de la Zarzuela se agotan, las ferias del libro se ven abarrotadas de esos jóvenes que supuestamente no leen. La gente quiere cultura y las instituciones deberían fomentar ese deseo y facilitar el acceso a ella. Es necesario sortear el obstáculo del elitismo que nos ha impuesto el mercado junto con el afán exclusivista de cerrar las puertas de la música clásica a las masas. Que el capital no quede, una vez más, por encima del arte. Rompamos la barrera de la riqueza.

Uxía Goberna Pérez

 

 

Fotografía: Natàlia Gregori Vayà

Publicado en mayo 2020

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