La música está ahí fuera

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La música está ahí fuera

¿Sueñan los extratrerrestres con sonido extraterrestremente organizado?

Desde que el hombre alzó la cabeza por primera vez al cielo nocturno en busca de respuestas, viene lanzando una pregunta que aún resuena en nuestra mente: ¿estamos solos en el Universo? La perspectiva de ser los únicos seres dotados de raciocinio produce un vértigo lo suficientemente grande como para que no lo sintamos como una bendición sino como una condena. Ser los dioses de un cosmos inhóspito, insondable e incontrolable no parece ser una perspectiva muy halagüeña, así que preferimos pensar que hay más seres como nosotros que soportan esta carga en otros lugares. Dónde están, cómo son, qué intenciones tienen son preguntas casi imposibles de contestar, pero aun así nos esforzamos por elucubrar los márgenes del azar.

Y yo me planteo, ¿esos seres tendrán música? No es una cuestión baladí, ya que su mera respuesta determina si acaso la música es algo inherente a una mente racional o si por el contrario se trata de un capricho evolutivo al que se ha visto abocada nuestra especie. Esto ya se lo han planteado otros antes que yo y de maneras bastante imaginativas. Sirva de ejemplo Arthur C. Clarke, que en su novela El fin de la infancia hacía que los extraterrestres fuesen incapaces de comprender esa algarabía de sonidos que nos deleita a los seres humanos.

Frente a esto, otras obras se han planteado la posibilidad inversa, que la música sea universal e incluso pueda servir de vehículo de comunicación entre especies, como en Encuentros en la tercera fase. E incluso, en casos como el de Rick y Morty se llega a plantear que el pop tal y como lo conocemos es algo tan intergaláctico que ciertos seres avanzados son capaces de organizar concursos interplanetarios para elegir la mejor canción del universo (destruyendo, cómo no, a los planetas que se descalifican… lo mismico que Risto, vamos). Aunque la ficción a veces se aproxime o adelante a la realidad, quizás resultaría un tanto descabellado pensar que hay cantinas en las que los alienígenas tocan una especie de klezmer espacial a lo Star Wars. Porque eso sería no solo asumir que la música es común a todos los planetas, sino que además sus usos y funciones corresponden a los de la sociedad occidental (y eso ya sí que sería una coincidencia bastante grande).

Por ello lo mejor será empezar desde lo más básico y a partir de ahí cuestionarnos si el resto de variables podrían darse llegado el caso. La pregunta de si la música es algo universal al ser humano se ha planteado en numerosas ocasiones, pero aún cuesta saber a ciencia cierta si es algo que se pueda responder. Lejos quedan los tiempos en los que Rousseau decía que el origen del habla se encontraba en la música y que existían lenguas más cercanas a ese origen musical (el italiano) frente a otras cuya musicalidad estaba más distante (el francés).1 Esos universales de la Ilustración hoy día suenan un tanto obsoletos,2 especialmente desde el momento en el que entendemos que el planeta no siempre funciona como el varón blanco de clase alta quiere. Ya el propio término “música” es controvertido por dos motivos: primero, por ser una noción creada desde Occidente cuya extrapolación a veces es problemática y segundo, porque a lo largo de su historia este concepto no siempre ha significado lo mismo.3

Asumamos que eso que llamamos música es universal a todas las culturas, que, poniéndonos estructuralistas, podemos decir que es el “sonido humanamente organizado” de Blacking4 (a lo mejor los zoomusicólogos discrepan al respecto, pero mejor no entremos en ese debate) y que las diez funciones de las que hablaba Merriam son válidas hasta para la tribu de antropófagos más remota de la selva.5 Incluso en esa tesitura el tipo de rasgos que tienen todas las músicas en común es muy limitado y viene guiado por una serie de principios biológicos y acústicos muy concretos.

Philip Tagg tiene un artículo especialmente interesante sobre por qué es problemático hablar de que la música sea un lenguaje universal en el que compara músicas asociadas a la muerte (una de las pocas cosas que sí son universales) en diferentes culturas y comprueba cómo cada una vinculaba sonidos muy diferentes a esta experiencia.6 En otro de sus textos sostiene que aunque no haya significados musicales generalizados (por la falta de un referente claro) sí habría códigos universales de tipo bioacústico, como la relación del tempo con los latidos del corazón, la intensidad y el timbre con la actividad física, la intensidad y velocidad con el entorno acústico y las longitudes de las frases musicales con la capacidad del pulmón humano (que condiciona que estas tiendan a durar entre 2 y 10 segundos).7 A estos se le podría añadir aspectos de tipo psicoacústico como la percepción que se tiene de la serie armónica, que hace que la mayoría de las escalas del mundo utilicen la octava (y en mucho casos también la quinta) como principio organizativo.8 Pero incluso si asumimos que estos rasgos son compartidos entre todos los humanos a la hora de organizar el sonido, nada nos dice que los extraterrestres vayan a tener nuestra misma constitución física y se encuentren en un entorno acústico similar al nuestro (aunque se presupone que si no son seres acuáticos el aire que respiran no debería ser muy diferente al de la Tierra).

Es muy común pensar en los alienígenas de una manera bastante antropomórfica, con ojos, brazos, piernas o dedos, como si fuesen un estado más avanzado de la evolución del ser humano.9 En realidad las posibilidades son infinitas y cada pequeñísima desviación con respecto al esquema de nuestra especie puede condicionar que la forma en la que entiendan el sonido sea radicalmente diferente. Propuestas como el disco de oro de las sondas Voyager son impecables como estrategia de marketing,10 sin embargo no aseguran que los extraterrestres vayan a entender los sonidos que les enviamos, dado que estos pueden haberse desarrollado en un contexto acústico y biológico muy diferente al nuestro. Y eso sin contar que pueden ser seres con un desarrollo tecnológico bastante limitado (imagínate explicarle lo que es el dubstep a un sumerio) o que por el contrario hayan trascendido el plano físico, como en 2001: Una odisea del espacio, convirtiéndose en semidioses autosuficientes para los cuales el propio universo es su sinfonía y que por supuesto no se van a preocupar en exceso por el arte de una especie tan poco avanzada.

¿Qué haríamos nosotros si nos llegase sonido desde algún punto del inmenso espacio? ¿Cómo lo interpretaríamos? ¿Seríamos capaces de deducir los rasgos de un planeta entero por medio de lo que los científicos de sus territorios más avanzados nos han comunicado? Las respuestas no son nada fáciles, ya que del mismo modo que mirando a un centro comercial de Wisconsin no se suele aprender nada de los wagogo o la Isla de las Flores, toda elección consciente de sonido siempre es inherentemente sesgada y obedece a unos intereses particulares.

El contacto entre dos especies de seres racionales, incluso si estas tienen similitudes a nivel fisiológico, se antoja una experiencia traumática. Y no necesariamente por el hecho de que una de las razas vaya a querer dominar a la otra (que también podría pasar), sino porque muchas de nuestras creencias (o las suyas) se verían amenazadas. Ya no solo a nivel religioso (resulta difícil imaginarse que Jesucristo o Mahoma se hayan ido reencarnando de planeta en planeta, pero a lo mejor hasta nos llevamos una sorpresa), sino también desde un punto de vista político (nada asegura que los extraterrestres manejen eso de las democracias liberales), cultural o tecnológico.

Si nos centramos solo en la música las posibilidades son sumamente diversas. Aunque por un casual –muy casual–, las dos culturas conceptualizasen la organización del sonido de un modo parecido, es posible que ellos no entendiesen el acto de escucha atenta de la música, la industria que hay alrededor de ella o nuestros sistemas de organización modal (y ya ni hablamos de cosas como una forma sonata o el virtuosismo). También es muy probable que hubiese ciertos aspectos de su música que no lográsemos comprender, si bien es muy difícil pronosticar cuáles: puede que sea su forma de construir las melodías, de organizar el tempo o la manera en la que la sociedad participa en la música. Lo que sí que está claro es que de ese contacto (como de todos los otros contactos) surgirán dos alternativas: el proteccionismo o el aperturismo, y de la opción que elijamos dependerá el devenir de la música para ambas especies. Evidentemente, no será lo mismo si somos los visitados o los visitadores, y si no que se lo pregunten a todos los pueblos invadidos y colonizados a lo largo de la historia del ser humano.

En nuestro imaginario colectivo, la música de los extraterrestres se ha entendido siempre mediada por la tecnología, asociada a electrófonos como el theremin o el sintetizador. En cierta medida es probable que en esa idea no andemos necesariamente desencaminados, ya que para que un extraterrestre nos visite es necesario que tenga un buen desarrollo tecnológico que le permita trascender sus limitaciones físicas y biológicas. Y salvo que haya aprendido a viajar entre dimensiones, agujeros de gusano y diversas curvaturas espacio-tiempo, lo normal es plantearnos que vendría a vernos por medio de naves espaciales. Aunque al final, nuestras categorías proyectan la forma en la que entendemos nuestro propio futuro en los atributos de los extraterrestres, y todo aquello que nos suene novedoso y nos produzca extrañeza terminamos vinculándolo con otros mundos. Así, hemos entendido el sonido del (silencioso) espacio como algo amplio, eterno y denso, como la primigenia kosmische musik de los Tangerine Dream de Zeit o las micropolifonias de Ligeti (gracias Kubrick por esa genial conexión). Y dentro de él la acción de la razón suele representarse por medio de las tecnologías más avanzadas, llenando el cosmos de ruidos electrónicos, tan deshumanizados e inabarcables como las últimas producciones de Autechre o tan llenos de vida como los primeros discos de Jean Michel Jarre; todo depende de lo que creamos que nos vamos a encontrar más allá, si a unos seres fríos y calculadores o a unos individuos imperfectos e imprevisibles.

Nada nos garantiza que la música que estos sean capaces de desarrollar se parezca un ápice a todas esas abstracciones que hacemos a diario sobre ella. Quizás, incluso, jamás hayan pensado en el sonido desde ese punto de vista y terminen llevándose nuestra música del mismo modo que los conquistadores se llevaron la patata y el tomate de América. También es posible que nos descubran alguna práctica artística que jamás habríamos imaginado con el olfato o el tacto. Siempre que se piensa en el espacio y en la gente que supuestamente lo habita surge una peculiar mezcla entre curiosidad, miedo, esperanza y escepticismo, no muy diferente de la que debió sentir el primer homínido que se preguntó por el significado de las luces que poblaban el cielo nocturno. Esas sensaciones son las que nos han motivado a querer ir más allá, olvidándonos a veces de los de más acá, en un afán por comprender mejor el universo y ya de paso conocernos un poco mejor a nosotros mismos. Sería genial que todo investigador, del ámbito que fuera, se plantease cómo sería aquello que estudia en otro planeta, aunque sólo fuese durante un breve lapso de tiempo. Por ahora, por mucho que nos pese, mientras esperamos a los 13 millones de naves de Raticulín, el espacio seguirá siendo ese lugar frío, inhóspito y silencioso en el que todo y nada puede suceder.

Aguardemos, pues, ese contacto definitivo que destruiría la música (y en general a nuestra sociedad) tal y como la conocemos, deleitándonos con las numerosas composiciones que se han hecho sobre los habitantes de otros planetas. Como de lo que se trata es de que intentemos abrir la mente y estemos más receptivos he decidido realizar una lista de reproducción con temas exclusivamente en castellano. Así que fuera se quedan las infinitas referencias de Bowie al espacio exterior, la cachonda “Intergalactic” de los Beastie Boys, la conspiranoica “Exo-Politics” de Muse, la desesperanzada “Subterranean Homesick Alien” de Radiohead o la sencillamente gloriosa y épica “Calling Occupants of Interplanetary Craft” de los Carpenters, versión a su vez de una canción de Klaatu (¿quiénes?) en la que se emplearon 160 músicos. Si así no nos escuchan, uno ya no sabe muy bien qué más se puede hacer.

Y sí, he metido un narcocorrido en la playlist. ¿Es que acaso ellos no tendrán drogas? ¿Ni sentido del humor?

Ugo Fellone

1 Rousseau, Jean Jacques. Ensayo sobre el origen de las lenguas. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1984.

2 Autores actuales como Mithenproponen teorías no muy distantes a las de Rousseau, pero con un fundamento más científico, sugiriendo que los orígenes del habla y la música se encontrarían en un tipo de comunicación sonora compartida por diversos tipos de homínidos que ya presentaría rasgos (proto)musicales aunque aún no constituyesen un lenguaje tal y como lo concebimos a día de hoy. Mithen, Steven. The Singing Neanderthals: the Origins of Music, Language, Mind and Body. London, Weidenfeld & Nicholson, 2005

3 Dahlhaus, Carl. “Music – or Musics?”, en W. Oliver Strunk & Leo Treitler (ed.). Source Readings in Music History, vol. 7, Nueva York, Norton, 1998, 239-244. Traducción de “Gibt es ‘die’ Musik?”, en Carl Dahlhaus y Hans Heinrich Eggebrecht (eds.), Was ist Musik? Taschenbücher zur Musikwissenschaft. Wilhelmshaven, Baja Sajonia, R. Schaal, 1985, pp. 9-17.

4 Blacking, John. ¿Hay música en el hombre? Madrid, Alianza, 2006.

5 Las funciones de Merriam son expresión humana, disfrute estético, entretenimiento, comunicación, representación simbólica, respuesta física, refuerzo de la conformidad a las normas sociales, validación de las instituciones sociales y los rituales religiosos, contribución a la continuidad y estabilidad de la cultura, y contribución a la integración de la sociedad. Merriam, Alan P. The Anthropology of Music. Evanston, Illinois, Northwestern University Press, 1964, pp. 209-227.

6 Tagg, Philip. “Universal” Music and the Case of Death [versión online]:  https://www.tagg.org/articles/deathmus.html [consultado 4/3/2018]

7 Tagg, Philip. A Short Prahistory of Western Music (chapters 1-2) [recurso online]: http://www.tagg.org/teaching/Origins1-2.html [consultado 4/3/2018]

8 Ball, Philip. El instinto musical: escuchar, pensar y vivir la música. Madrid, Turner, 2010.

9 Existen incluso teorías, dignas de documentales del canal Historia, que dicen que gran parte de los avistamientos de alienígenas son en realidad encuentros con seres humanos provenientes del futuro.

10 El disco de oro, también conocido como The Sounds of Earth, es un disco de gramófono que se envió en las sondas espaciales Voyager en 1977. Incluye una serie de grabaciones de los principales idiomas de nuestro planeta, diversos sonidos y una selección de las músicas más destacadas de varios lugares del mundo (con una notable preponderancia del canon germánico de la música clásica). Aunque no se tienen grandes esperanzas en que llegue a manos de otra especie, se estima que dentro de 40.000 años se acercará a la estrella más cercana a nuestro sistema solar, donde podría obrarse el milagro de que alguien la encontrase.

Publicado en nº 32 de 2017

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