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León Benavente ofrece algo más que música

León Benavente no es un grupo del montón. Se reparten el escenario como buenos hermanos, sin jerarquía. Bajo los tonos rojos, plomizos, de las luces que han elegido para su primera gira, los cuatro músicos descargan canción protesta de alto voltaje bajo un filtro pop de corte electrónico y reparten coraje y esperanza a un público que vuelve a demostrar que no acata esta pesadilla anticultural a la que nos quieren subyugar quienes dirigen nuestras vidas. Llenar la Sala Apolo 2 un jueves para presenciar un espectáculo poco publicitado es el enésimo ejemplo. No obstante, hay que advertir que a Abraham Boba y a sus compañeros se les conoce bastante por Barcelona. Pese a ello, León Benavente no tiene nada que ver con los proyectos que cada uno de sus componentes tenía por separado.

Han heredado el “sonido Joy Division” que también cultivaron otros grupos en la Europa de principios de los ochenta. Se nota un mayor desarrollo de los teclados en el disco, pero en el directo palpamos una notable desnudez en los arreglos; sintetizadores dilucidados por el empuje de bajo y batería y un aderezo de guitarras distorsionadas que invade los rincones de la sala. La voz, siempre en el límite entre el exceso de personalidad y la desafinación, conserva un timbre que recuerda a los míticos y, por desgracia, exiguos Décima Víctima. Anclada en los graves, melancólica y por momentos decadente, parece recitar un poema que transporta al oyente a ambientes y situaciones duras aunque cotidianas. Sin embargo, si alguien aconsejara a los técnicos de media península moderación a la hora de nivelar el volumen general del conjunto saldríamos ganando. Merodear umbrales excesivos de decibelios provoca una sensación de aturdimiento en el espectador, interfiere en la comunicación entre el artista y el receptor y dificulta la captación del producto sonoro.

Por otra parte, el orden del repertorio provoca un ligero decaimiento a mitad del concierto. En “Década” nos topamos con desafinaciones importantes entre las cuerdas, “La palabra” simplemente se hace pesada pese al buen hacer de Boba y Edu Baos a las voces y sintetizadores, y a “Revolución” le falta fuerza. Cuesta creerse una letra tan radical en una armonización tan lánguida. La revolución se reduce a una cómica pelea de niños. El contrapeso viene de las canciones que, casualmente, son las más redondas tanto en el disco como en el directo. Ese contundente comienzo de show con “Las ruinas”, la original, antimonárquica y paradójicamente actual “El rey Ricardo”o la nostálgica “Estado provisional”son conducidas por las baquetas de César Verdú con la precisión de un metrónomo. Además, dan en el clavo a la hora de aportar algo más que la presentación de un álbum. Los nuevos temas que exhiben dispersos a lo largo de la noche confirman que en las siguientes entregas continuarán apostando por dejarse la mordaza en casa aunque con ligeras modificaciones en el estilo. Así pues, se vislumbra un segundo trabajo más personal, con unos arreglos maduros y sin olvidar ese punto original que les está consolidando en la escena alternativa española. En este sentido, considero que versionar a Ilegales es un gran acierto. El tema “Europa ha muerto” viene como anillo al dedo al discurso nostálgico que la formación trae bajo el brazo en forma de LP y, en un tributo tan inesperado como complejo, consiguen darle el toque propio necesario para ovacionar merecidamente una excelente cover.

No obstante, si hay algo que dé autenticidad a estos músicos son sus letras. Al synthpop o pop sintetizado estatal siempre se le acusó de autocomplaciente y de centrarse demasiado en crear una estética diferenciada del resto por encima de utilizar la música como motor del cambio social. Una de las explicaciones que se ha dado tradicionalmente a este vacío ideológico relaciona la llegada de la democracia con la caída de la canción protesta. La transición dejó muchos huérfanos de crítica política y relegó las viejas luchas a los sectores cercanos al anarquismo, minorías que se movían entre el punk, el ska y la etiqueta rock radical. En cambio, León Benavente, ahijados de la mayor crisis vivida nunca, pescan en aquellos sonidos eléctricos y les aplican unas letras cargadas de rabia contenida.

De hecho, hace años que no se escucha una canción tan lograda en directo como “Ser brigada”. La química entre la guitarra de Luis Rodríguez y la voz de Abraham Boba pone en punto de ebullición a un público entregado. Es la última de la actuación, cinco minutos mágicos que revolucionan a los asistentes. Un manifiesto recitado por este último, la verbalización de la poca esperanza que nos queda. La confianza en que seremos lo que queramos ser, en que escribiremos el futuro, en que algún día pasaremos a la acción y usaremos la capacidad que tenemos para decidir en qué transformar nuestro mundo.

En definitiva, el debut de León Benavente en Barcelona ha dejado huella. Solo queda parafrasearlos y decirles: “ánimo, ¡valientes!”.

Àlex Fernández Cardenete

Imágenes: http://www.palmfest.es/Images/2013/artistas/leonbenavente.jpg, y http://www.mondosonoro.com/adjuntos/Imagenes/cri_8406I.jpg (portada).

Publicado en diciembre 2013

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