Relaxing cup of Agua, azucarillos y aguardiente

Crítica
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Relaxing cup of Agua, azucarillos y aguardiente

Ópera de Madrid reinterpretando a Chueca

La Gran Vía, Federico Chueca y Joaquín Valverde, libreto de Felipe Pérez; Agua, azucarillos y aguardiente, Federico Chueca, libreto de Miguel Ramos Carrión. Compañía Ópera de Madrid. Marta Moreno, Enrique R. del Portal, Jaime Carrasco, Elvia Sánchez, Hevila Cardeña, Ruth González, César Narbona […]. Dir. musical: Mariano Rivas. Dir. escénica: Susana Gómez. Teatro Reina Victoria. 10 de junio de 2014.

“No es La Gran Vía de ese género de revistas en que el autor busca aplausos a costa de la personalidad, y quizás de la honra de determinados hombres políticos; muy por el contrario, Felipe Pérez se distingue de ésta, como en sus demás obras, por la delicadeza al par que la exuberancia de chistes y porque toca, siempre con fortuna, la nota cómica, sin caer en lo ridículo”. Así reseñaban la trama de esta revista en el diario La República1al día siguiente de su estreno. Algo distinta fue la adaptación al siglo XXI que está realizando la nueva compañía Ópera de Madrid y que presenta su cuarta producción en el Teatro Reina Victoria con el doblete La Gran Vía y Agua, azucarillos y aguardiente. La temporada lírica 2014 de esta compañía lleva acercando al público –a través del módico precio de la entrada y de unas adaptaciones cercanas al espectador actual– la ópera italiana desde el pasado mes de marzo. Ahora le toca el turno a la género chico.

En un momento de convulsión política tras el fallecimiento de Alfonso XII, la regencia de María Cristina y el comienzo del bipartidismo entre Cánovas y Sagasta, la sociedad decimonónica madrileña –aquejada por los derroches urbanísticos en la capital– oía cada mañana en boca del pregonero las nuevas que sucedían: “Explicación de lo que será la Gran Vía…¡A perra chica!”. Con y en este ambiente, Felipe Pérez quiso conjugar una suerte de números característicos de la revista que luego musicalizaría Federico Chueca y orquestaría Joaquín Valverde. Estrenada en el Teatro Felipe en 1886 al aire libre de una tarde de verano en el Parque del Retiro, consiguió convertirse en una de las obras más populares, traspasando algunas fronteras y convirtiendo a Chueca en el compositor con más éxito del momento. “No queda desde entonces español que en muchos momentos del día deje de exclamar: ‘Caballero de Gracia me llaman’, o ‘Po-bre chi-ca’, o ‘Yo soy un baile / de criadas y de horteras’”, según palabras de Julio Burell.2

Las mismas melodías resonaban de manera incesante en los espectadores que cruzaron las puertas a la salida del Reina Victoria. Cargada de comparaciones explícitas y sarcasmos sobre la situación política madrileña actual, esta compañía se metió al público en el bolsillo con el humor cercano que desprendía. Ya en el inicio y en el final rompía las barreras escénicas, entrando y saliendo por el pasillo del patio de butacas. Bien ridiculizaba la imagen de Ana Botella travestida de Esperanza Aguirre bajo el personaje de doña Municipalidad (Marta Moreno) –que tenía momentos espléndidos como el grito a “Jose Mari” estando entre las rejas de una cárcel–; bien recriminaba la venta de teatros antiguos de la futura vía a empresas multinacionales de ropa y otros enseres; o bien remedaba en el cuadro tercero –reformado en 1887– a través de caretas de políticos (Rajoy, Mas, Zapatero y González) en los rostros de los marineritos mientras el coro de dependientas divulgaban los “petardos” y “juguetes originales” que se podían encontrar en el mágico bazar de Madrid.

Los cantantes mostraron sus dotes interpretativas a través de los personajes cómicos propios de este género. La buena vocalización hacía que se entendiese todo a la perfección casi sin la necesidad de mirar los sobretítulos durante los números cantados, algo que se echa de menos frecuentemente. También es verdad que contaban con una escueta orquesta que suprimía de la plantilla inicial la artillería pesada del viento metal y percusión –quedándose con tan sólo una trompeta, una trompa y un percusionista que hacía lo que podía entre caja, bombo, timbales, platillos y triángulo–.

Más de lo mismo en la segunda de las obras, Agua, azucarillos y aguardiente, que se presenta a través de la aguadora que lo anuncia tras el preludio. Este pasillo veraniego o sainete lírico se diferencia severamente del anterior formato en primer lugar por iniciarse con un primer cuadro que carece de música. Enmarcado en el mismo contexto histórico que La Gran Vía, el libretista Miguel Ramos Carrión enlaza con el carácter humorístico y costumbrista galdosiano, que se superpone a la historia dramáticamente desnaturalizada entre Asia y Serafín. La primera, al ver que el señorito no tenía hacienda suficiente, tal como él le había dado a entender para contraer matrimonio con ella, vuelve al pueblo con su madre a casarse con su primo, no sin antes verter un narcótico en su vaso de agua y azucarillos para dejarle completamente dormido. El sainete finaliza con el pasacalle de Pepa, Manuela, Lorenzo y Vicente, ya resuelta la trifurca entre estas dos, a través de un número final apabullante que implicó al público del patio de butacas. Sin embargo, no se insertó el número final en el que Chueca se autocita a través de la “Jota de las Ratas” mientras los rateros le robaban la ropa a Serafín, dejándole cual “burlador burlado”.

A través de mazurcas, polcas, valses, pasodobles, habaneras, seguidillas y todo tipo de bailes de salón de moda en la época, Chueca es capaz de dar el impulso musical suficiente a un texto ingenioso en ambas obras. Y la compañía Ópera de Madrid ha conseguido, una vez más, provocar risas y acercar el canto a un público económicamente más modesto que el del Real mediante una escenografía sencilla pero original y una puesta en escena de lo más satírica.

“Y aquí me tienen ustedes devanándome los sesos para buscar un mot de la fin, según es uso y costumbre entre los gacetilleros. Y nada, no doy con la palabreja que sirva para terminar en punta… Pasa el tiempo… Se me ha atragantado la frasecilla… Pido Agua, azucarillos y aguardiente, bébola, me sabe a gloria y concluyo”.3

María Elena Cuenca Rodríguez

1 La República (4/VII/1886), p. 3.

2 Ramón Sobrino, “Federico Chueca Robles, Diccionario de la Zarzuela en España e Hispanoamérica, dir. Emilio Casares. Madrid, ICCMU, 2002, p. 483.

3
Juan Palomo, El Globo (24/VI/1897), nº 7.885, p. 3.

Publicado en verano del 2014

 

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