Va de baile

Ensayo
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Va de baile

Perder canciones

Habíamos quedado a última hora de aquel viernes para charlar un rato sobre su último disco. Llegamos los dos casi a la par, la tarde tocaba ya su punto álgido de inquietud y todo parecía asumir un tacto dudoso; me empezaba a gustar el tono de otoño que cubría las cosas, muy pronto vendrían los mejores días de la temporada. No por casualidad nos habíamos citado en la cafetería donde nos conocimos hace unos años, cuando todos seguíamos siendo muy críos y muy extremos en nuestras cosas. Esto va de baile, dijo enseguida nada más sentarse y reposar sobre el respaldo de la silla un brazo que le sobraba, o eso me pareció. Mucho brazo, pensé. Puede que sí, pero hace mucho que no me sucedía, contesté. Si me lo permites eso ya lo pongo yo en duda. De verdad, le dije, creo que desde la escuela y si acaso con un par de cintas que tendré olvidadas en algún cajón de la casa de mis padres. Luego saqué el disco del bolso para que me lo firmara y mientras lo hacía me dejé ganar por la imagen de dos elefantes pintados de oro cruzando la calle uno detrás del otro, ambos sacudiendo sus colosales orejas y provocando a su paso poco más que alguna mirada inadvertida. De baile y de pesos, consideré decirle.

Los dos azucaramos nuestros cafés. Me acuerdo que algo de prisa sí que me cogía, pero de ninguna manera me apetecía apresurar su explicación, y aún menos su defensa de las canciones, y tampoco se daba la circunstancia de que me disgustase su compañía. Todo lo contrario: creo que nos sentíamos bastante a gusto; el tiempo, por lo menos, se timbraba en intervalos quizás, es cierto, demasiado amplios, pero en todo caso sí creo que no lo estábamos pasando nada mal ninguno de los dos y que al final de la noche cada uno podría acabar cantando a pecho abierto su triunfo. Y ahora que te lo cuento se me ocurre lo siguiente: de vuelta a casa me detuve en un 24 horas para comprar algo de pan y queso para cenar y resulta que la sintonía del local ofrecía no otra sino una de sus canciones; una versión que siempre se me antojó algo empalagosa y un evidente fracaso de contención y que sin embargo aquella noche, desde la estereofonía ronca y metálica del aparato, sonando desde sabe uno dónde, me convenció como nunca lo había hecho. Di por mí silbando el estribillo, esa cadencia de tres versos que me pareció entonces una de las cosas más hermosas del mundo. Sí que bailo esto, pensé.

Si va de baile uno acaba bailando, va a ser eso, dijo. Yo te hago la cama, te pongo cuatro putos acordes y te me desmadras de empujes y cortesías. Que sí, que viene muy a juego con lo anterior, que encaja en el gusto como un par de guantes, pero no jodas. ¿Acaso escuchaste la maldita quinta? Sabes que hay siempre una quinta por ahí montándosela muy gorda en los temas. Le llamo la quinta agasajada. ¿La pillaste? Seguramente hayas escuchado el nuevo disco de Kasabian, éste que va por ahí comiéndoselo todo. Pues a lo mejor no te percataste de que sí existe algo circulando muy remotamente en cada una de aquellas pistas, y a veces parece un número, un número color, no sé si me sigues. Una suma de colores, de cifras y factores cromáticos, todo muy loco. Ayer lo escuché de nuevo y así de la nada se me asemejó un caballo, o sea que la música me quiso hablar de caballos y ritmos poderosos y desastres a diestra y siniestra. Luego uno lo arregla todo y la respuesta es formidable. Tú ponte a solucionar aquellas cuentas y a ver qué me dices. Pues mi quinta va de lo mismo.

Hugo Milhanas Machado

Publicado en noviembre 2014

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