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    Solos sobre el hielo

    No sé si fueron capaces de perderse los europeos de patinaje artístico. Sí, esa cosa –¡no sólo para niñas!–, que hace volar, saltar y pirueterear hasta al más escéptico del sofá. Ay, ouch, uala, ¡bieeeen! No me falles… ¡ahora!, ¡nooooooooooo!

    Si se caen, –que suele pasar–, dan un pequeño traspiés, o el giro se sale un poco del eje; ¡incluso si no se sonríe suficientemente!… Siempre acaban llorando. Pero no llora el protagonista solo, no. Allí hipa hasta el apuntador: preparador, entrenador, maquillaje, fabricante de patines, peinado, fisioterapeuta, floristera.… Las lágrimas de todos aquellos se unen, porque están juntos para que el resultado de un individuo sea el mejor posible.

    Y es que, en ésta o en cualquier disciplina similar, una no puede evitar quedar boquiabierta ante la confluencia de fuerzas que allí se levanta con tanta naturalidad, casi como esos apolíneos cuerpos catapultados despreocupadamente sobre los aires. ¿Por qué no me apuntaría a deportes? Pero enseguida una se defiende. No, no, si yo participo (–bonita palabra–) en tantos y cuantos equipos y grupos de investigación, yo qué es el trabajo en equipo. ¡El año pasado me hicieron una pregunta en aquel congreso! Y una vuelve, tan feliz, a su folio de papel, que con suerte leerán dos o tres personas, al que propinarán unas críticas discretísimas o incendiarias (cosa que tampoco ayuda mucho).

    No hay costumbre (–no hay más que ojear los agradecimientos de cualquier publicación española)– de pedirle al compañero que vuelva a masticar tus textos, y tampoco permite el sagrado arte culinario de “academia” que el despacho vecino pruebe tus clases. Los alumnos, sin duda, son un paladar muy pedestre como para degustar el manual que estás preparando, no vaya a ser indigesto, y ¡qué pavor da el acudir a una papilas gustativas de otra lengua! Pues fíjese, en otros idiomas sí hay palabra para el que ejercita aquello de “pedir la opinión ajena” (con tres cuartos de debate sano y uno de opinión sincera a lo TARS). Es muy elegante: se dice consultant.

    Vuelve el runrún y el recuerdo del sonido del patín sobre el hielo. El tiempo, las entregas, la falta de medios, el cansancio, el miedo a la crítica, a releerse, a aceptar los cambios…. Todo ello ayuda a hacer de lo malo una costumbre. “Lo mejor es enemigo de lo bueno” dicen, ¿no? Total… lo publican igual. Hale, enviado.

    Y mientras una procura olvidar que aquí, como en el patinaje, también lloraremos todos. Pero bastante más solos.

    O quizás deberíamos estar llorando ya.

    Fotografía: Calle de Tiflis, Georgia.

    Publicado en febrero 2015

     

    nada
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