Yet can I hear that dulcet lay

Crítica
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Yet can I hear that dulcet lay…

Bejun Mehta sobre el escenario

Ciclo Universo Barroco. Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Bejun Mehta, contratenor. Akademie für Alte Musick Berlín (AKAMUS). Obras de G. F. Handel, A. Vivaldi, J. S. Bach, J. C. Bach, A. Caldara y M. Hoffmann. Auditorio Nacional de Música, 23 de abril de 2017.

Vuelve Bejun Mehta a España con un repertorio muy distinto del que ofreció cuando hizo de Bertarido en Rodelinda esta temporada en el Teatro Real. Aquella vez se comprobó que efectivamente el contratenor sigue estando en la cabecera de las mejores voces de su rango, con la exquisita expresividad característica de su timbre y con una capacidad actoral abrumadora. Si estas páginas de Handel le sentaban muy bien a Mehta, encarnado en el papel del rey usurpado de Lombardía, su voz aún viste mejor los distintos personajes de las cantatas.

En el caso del cariz dramático de este contratenor, muchos dirían que no haría una buena escenificación del sentimiento que proyecta cada texto, pero juzgar únicamente lo que la vista percibe es caer en un burdo plano superficial. Si bien es cierto que su plano actoral consigue equipararse a su expresividad vocal tanto más para las arias de ópera que para las cantatas sacras, su bello fraseo y el color cálido y redondo de su voz hace excepcional la interpretación de este repertorio no tan frecuentemente escuchado. Se trató de un verdadero homenaje a la cantata barroca, cuyo programa sufrió modificaciones en beneficio de Bach –preferible para una adepta– y perjuicio de Handel.

Con este último compositor se iniciaría el concierto bajo el sobre aviso de la pequeña afección de Mehta en la voz debido a un constipado. Las dos primeras piezas de Handel fueron el aria “Siete rose rugiadose”y la cantata Mi palpita al cor –obras compuestas en su periodo londinense, con bastante influencia aún de Alessandro Scarlatti–. La sección del bajo continuo comenzó algo desajustada en afinación, sobre todo por la chelista Kathrin Sutor, que más tarde se compensaría con el clave interpretado con buen tino por Clemens Flick. De los restantes, Andrew Ackerman, con gran presencia en el contrabajo, y el italiano Daniele Caminiti, con un sutil sonido de laúd, servirían de buen sustento para la segunda protagonista de la velada, la oboísta Xenia Löffler, destacando en la agrupación por una técnica y fraseo que rozó la perfección. Alguna de las frases del aria “Ho tanti affanni in petto” quedarían ahogadas por el agua acumulada en el oboe histórico, algo normal en estos instrumentos. Sin embargo, el carácter dramático de la melodía del oboe combinado con el timbre redondo de Mehta resolvieron las dos arias y los tres recitativos de la manera más expresiva.

Las obras orquestales se agregaban de la mejor manera, intercaladas en el programa: el Concierto para cuerdas en re menor “Madrigalesco” de Antonio Vivaldi y la Sinfonía para cuerdas y continuo nº 12 del oratorio La Passione di Gesù Cristo Signor Nostro de Antonio Caldara. El concertino Bernhard Forck necesitó de pocos recursos gestuales y mostró un gran conocimiento de la música barroca dirigiendo a una sección de cuerdas contenida pero estilísticamente adecuada por las perfectas dinámicas y articulaciones. La escritura de Vivaldi, siempre con cromatismos, con un contrapunto efectivo a la hora de resolver las disonancias y con las características melodías bellas a las que ya estamos acostumbrados, contrasta con la Sinfonía de Caldara, armónicamente más estable y pausada, pero de una expresividad dramática excepcional.

También de Vivaldi se interpretó la cantata Pianti, sospiri e dimandar mercede, con un par de arias da capo. Y cuando no puedes con tu enemigo, únete a él: tras la retahíla de toses del público, el resfriado contratenor también se desahogaría con sus clínex a modo de reivindicación irónica para pedir silencio. Mehta –si bien con poca potencia– destacaría en “Lusinga è del nocchier”, donde mostró su buen fiato en largas frases melódicas –representando su voz ese venticel legger o “brisa ligera” que refrescaba a los oyentes–; contrastaría con su técnica ágil en la segunda parte, donde la música se agita siguiendo el significado del texto que describe una mortal tempestad. El texto de la segunda aria, “Cor ingrato dispietato”, predice el carácter furioso y virtuoso que el contratenor abordó con perfectos saltos y cambios de registro, recibiendo la aclamación más enérgica del concierto.

De otro material están hechas las cantatas luteranas, como la famosa Ich habe genug, de Johann Sebastian Bach, o la de su tío, Johann Christoph Bach, Ach dass ich wasser g’nug hätte zum weinen, a quien aquel consideraba un gran compositor. En esta, la línea melódica cromática descendente del violín solista se intercala con el lamento del personaje que se queja de su vida pecaminosa. De la misma forma envuelve al oyente que el conocido “Ich habe genug” (“Tengo suficiente”) de Bach, donde tanto el oboe de Löffler como la voz desconsolada de Mehta brillaron sobre el escenario. La misma oboísta interpretaría las campanas de Schlage doch, gewünschte Stunde de Melchior Hoffmann (anteriormente atribuida a Bach), quizá excesivamente fuerte para los oídos de una humilde servidora, pero se aceptaría por las anteriores lindezas. Se trata de una cantata muy antitética escrita para un funeral, pues su alegre melodía italianizante, de aire distendido, contrasta con el ánimo del personaje, que espera en su última hora de vida el sonido de las campanas del cielo.

Concluiría el programa con I Will Magnify Thee, anthem de Handel bastante formal, silábico y digno de cerrar un evento litúrgico menor, pero no un concierto de este calibre. Por ello, el público prolongaría los aplausos hasta un casi rogado bis, el aria “Yet can I hear that dulcet lay” del oratorio La elección de Hércules de Handel, que rompería la simetría del concierto de la mejor manera. Mehta, aun indispuesto vocalmente y acompañado por AKAMUS, una agrupación contenida en expresión pero equilibrada, superó las expectativas con creces. Dejando la última presencia de Hércules sobre el escenario, nos cedió el calor de una voz que abraza. Aún escucho el dulce ofrecimiento

María Elena Cuenca Rodríguez

Fotografía: www.hoyesarte.com y www.franksalomon.com,

Publicado en diciembre 2016

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