El miedo

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El miedo

“Tocar una nota equivocada, es insignificante… Tocar sin pasión, es inexcusable…” Frase atribuida a Ludwig van Beethoven

Cuando eres estudiante de música en el conservatorio todo parece orientado a una salida: ser instrumentista, y no uno cualquiera, el mejor. No es un camino fácil ni una expectativa realista. A la elevada competencia y la escasez de plazas en orquestas, o incluso simplemente para seguir estudiando en el grado superior, hay que añadir un poderoso enemigo: el miedo. Miedo a errar, miedo a “no darlas todas”, miedo a suspender, miedo a no conseguir plaza, miedo a hacer el ridículo, miedo a no ser instrumentista. Este miedo nace de la desconfianza en uno mismo, en las capacidades auto percibidas para conseguir una meta, para llegar a un fin que depende de la mochila emocional que todos vamos llenando a lo largo de nuestra historia vital, al resultado del balance entre errores/fracasos del individuo. Aunque la cita atribuida a Beethoven está encuadrada en la estética del Romanticismo y la expresión de sentimientos, reinterpretándola podríamos decir que la preocupación por ser eficaz y que “se oigan todas las notas sin errar”, sin “cagarla”, hace que perdamos de vista la capacidad de disfrute cuando ejecutamos una obra y la función comunicativa de la música. Es ahí, precisamente, cuando realmente nos equivocamos. El miedo, la ansiedad, la vergüenza y la culpa son incompatibles con el disfrute, pero los dos primeros tienen cierta función adaptativa.
La ansiedad y el estrés mueven al individuo, lo activan, lo ponen en funcionamiento. Sin ellos seríamos seres inertes, nada nos empujaría a tomar medidas. El estrés y la eficacia siguen una función de “U” invertida, es decir, a mayor estrés mayor eficacia, pero solo hasta cierto punto. Si sobrepasas cierto límite la eficacia disminuye, y es ahí cuando aparecen los problemas. Para controlarlo, entre otras cosas, hay que evitar caer en el error de pensar que cuando salimos al escenario, para examinarnos o actuar, ese cosquilleo visceral que sentimos cuando “nos toca” va a desaparecer; muchos artistas consagrados aún lo padecen, los “nervios adaptativos” seguirán ahí, de hecho, es bueno que lo hagan. Ese es el punto de estrés que necesitamos para interpretar, para movernos y actuar, es aliado nuestro, no un enemigo.
Recuerdo en una actuación de un trombonista vestido de payaso interpretando la Sequenza V de Luciano Berio, al salir del escenario con una sonrisa de oreja a oreja y la gente aplaudiendo a rabiar, escuchar a un espectador disgustado diciéndole a otro: “¡Qué morro tiene! ¡si se ha equivocado muchas veces!”. Desde luego había alguien equivocado en esa sala, y no era el trombonista.

José Javier Jaramillo Manjón*

*José Javier Jaramillo Manjón es musicólogo, clarinetista y psicólogo

Fotografía: Cristina Aguilar

Publicado en abril 2020

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