El don de la locura

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El don de la locura

El caso de Vátslav Nizhinski

Yo soy Dios. Dios está dentro de mí. He cometido errores, pero los he reparado con mi vida. He sufrido más que nadie en el mundo1

No son pocos los personajes que a lo largo de la historia de la música y la danza han sido considerados grandes artistas. A su vez, dentro de este grupo, podemos hallar a un número de elegidos que han ido un paso más allá, y han pasado a la historia como genios, como mitos, e incluso para muchos como auténticos dioses.

Pero… ¿Qué hace falta para ser un genio?, ¿Cuáles son las características de aquellos que son considerados como tales? Y a su vez, ¿tienen algo en común a quienes así identificamos?

La historia nos cuenta que para estar en ese escalafón de privilegiados hace falta tener algo especial. Para llegar a ese umbral se necesita un grado de excepcionalidad que marca la diferencia, ese plus que hace que una interpretación o composición pase la línea de lo bueno para convertirse en una auténtica obra de arte, ese duende –que dirían los flamencos– con el que la inspiración se convierte en genialidad. En definitiva, ese don característico de los genios.

Esta idea se remonta al principio de los tiempos. Ya en la antigua Grecia Platón aseguraba que la inspiración absoluta llegaba en momentos de “locura divina”, concepto que se ha mantenido a lo largo del tiempo, siendo muchos los artistas que han manifestado encontrase entre la delgada línea que separa la genialidad de la locura, que además ha generado una abundante literatura médica y psiquiátrica.2

En el campo de la música y la danza esto no iba a ser menos. Uno de los que más ha hecho correr ríos de tinta ha sido el mismísimo Beethoven. Hasta nuestros oídos ha llegado que vivía en un tormento constante y manifestaba desequilibrios de comportamiento –si bien es cierto que muchos pudieron ser propiciados como consecuencia de la sordera que padeció durante años– que le llevaron a aislarse progresivamente del mundo que le rodeaba. Sin embargo, esto no le impidió crear algunas de sus mayores composiciones en sus etapas más críticas de comportamiento, sino más bien todo lo contrario.

Otro caso significativo es el de Robert Schumann, uno de los más prodigiosos creadores de música vocal de la historia. Alternaba momentos de aparente tranquilidad con alucinaciones de todo tipo, lo que le llevó a protagonizar varias escapadas nocturnas con saltos al vacío incluidos en el Rin, alternándolos con algún que otro intento de suicidio. Esto acabó por propiciar su internamiento en un manicomio cercano a la ciudad de Bonn, donde encontraría la muerte en 1856. Él mismo manifestaba que se sintió a lo largo de su vida poseído por fuerzas demoníacas.

Ya en la época del Postromanticismo destacan los ejemplos de Gustav Mahler y Hugo Wolf. En el caso del primero, su carácter hipersensible y fanático le llevó a acudir en una ocasión a consulta con el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, aunque no le privó de dejar un legado sinfónico extraordinario al alcance de pocos. Asimismo, Hugo Wolf se caracterizó por un tener un carácter depresivo e inestable, y le llegó a ser diagnosticado un trastorno bipolar que no le impidió componer un número muy elevado de Lieder de una calidad solo comparables a los del propio Schumann.

Con tanto artista zozobrante suelto, la asociación entre arte y locura comenzó a cobrar un nuevo impulso en la segunda mitad del siglo XIX a través de los estudios de diversos psiquiatras. Uno de los más conocidos es el de Cesare Lombroso, padre de la criminología moderna, autor del libro Genio y locura.3 Le impulsaba la curiosidad de encontrar una explicación razonada con la que exponer cómo era posible que individuos que psicológica y anímicamente no vivían precisamente en el mundo mental más adecuado eran capaces de crear auténticas obras maestras y llevar sus capacidades artísticas a niveles de genialidad sin igual.

¿Era quizás necesario vivir en esa delgada línea de la psicopatía para que esto fuera posible?

En el caso de Vátslav Nizhinski, la historia funciona a la inversa.

Mi enfermedad es demasiado grande para que se me pueda curar pronto. Soy incurable. Estoy enfermo del alma. Soy pobre. Estoy en la miseria. Soy desgraciado. Soy horrible. Sé que todos sufrirán cuando lean estas líneas, pues sé que me sentirán.4

Esa locura latente tan común en los genios acabó por privar de su talento a la temprana edad de 29 años al considerado por muchos como el mejor bailarín de siempre, al auténtico precursor y creador del ballet moderno, al llamado dios de la danza. El que fuera niño prodigio de la escuela imperial de teatro de San Petersburgo y principal figura de los Ballets Rusos de Sergéi Diaghilev acabó siendo una víctima prematura de su locura. La psicopatía de Nizhinski terminó por convertirse en esquizofrenia, propiciando su internamiento en un hospital psiquiátrico en 1919, despojándolo de su don hasta el final de sus días en 1950, a la edad de 60 años.

Lo más llamativo del caso es que él mismo reflejó ese tránsito hacia la psicopatía esquizofrénica en su Diario, publicado por primera vez en 1936 por su mujer Romola en contra de su voluntad.5 De aquellas palabras escritas en el umbral previo a la locura se observa que los acontecimientos que tuvieron lugar durante su vida artística acabaron por engullirlo y privarnos de un artista que estaba destinado a un mayor número de creaciones.

Su tormentosa relación con Diaghilev, que a la postre se convertiría en su amante, marcaría gran parte de este destino:

Diaghilev había comprendido mi valor y por eso temía que me fuera de su lado, pues ya entonces quería irme, cuando tenía veinte años. Me asustaba la vida. No sabía que yo era Dios. Lloraba y lloraba. No sabía qué hacer. Le temía a la vida.6

A pesar de ello, esta asociación quedará dentro de la historia de la danza como una de las más grandes de siempre. El recorrido de ambos marca el inicio de la historia de la danza moderna en el siglo XX, ya no solo por sus creaciones, sino porque a su vez fueron capaces de conseguir que confluyesen en su entorno una serie de genios, como Stravinsky y Picasso. Entre algunas de sus creaciones que aún hoy en día perduran podemos citar La consagración de la primavera, Juegos y El fauno, esta última, la primera obra coreografiada por Nizhinski. Significó una revolución a principios del siglo XX debido a sus juegos de ángulos rectos y a la alta carga de contenido erótico, siendo calificado por un sector de la crítica como escandaloso e indecente, y por otro como el inicio del nacimiento de una nueva “escuela” en la danza.

El caso de Nizhinski no es distinto al de otros grandes genios que sufrieron desdicha y tormento existencial a lo largo de gran parte de su vida. Sin embargo, en esta ocasión, ese don de la locura que en otros casos favoreció y propició el nacimiento de grandes creaciones artísticas acabó por privarnos del genio para convertirlo en un enfermo durante más de la mitad de su vida.

A pesar de todo, esto no ha impedido que se le siga recordando en el lugar de privilegio de esos elegidos, pasando a la historia como uno de los más grandes genios, como el Dios de la danza.

Soy Nizhinski. Quiero deciros a vosotros los humanos, que soy Dios.7

Miguel Ángel López Hermida

1 NIJISKY, Vaslav. Diario. Barcelona, Acantilado, 2003, p. 30.

2 En su obra FEDRO, Platón establece el concepto de locura como fuente mediante la cual se consiguen los mayores logros humanos y artísticos.

3 Estudio publicado en el año 1864 en el que después de analizar a un número de personas que se dedicaban a actividades artísticas, establece como conclusión la cercanía real existente entre la locura y la genialidad.

4 NIJINSKY, Vaslav. Op. cit.,p.162

5 La primera versión del Diario se hace en inglés de forma segmentada, censurando determinadas partes que Rómola Nijinsky no consideraba apropiadas.

6 NIJINSKY, Vaslav: Op. Cit.,p .218

7 Ibid.,p. 168.

Publicado en enero 2015

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