Entrevista a Marta Infante y Jorge Robaina
Marta Infante y Jorge Robaina
“Nuestro trabajo ha de ser el de la no-monotonía”
Al calor del Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid, la mezzosoprano Marta Infante y el pianista Jorge Robaina presentaron un programa íntimo y exquisito centrado en el lied religioso. Las canciones serias de Brahms y las canciones bíblicas de Dvořák, muy poco habituales del repertorio, nos sirvieron de excusa para charlar un rato con los dos intérpretes.
Habéis estudiado los dos en el extranjero. ¿Consideráis que esta formación es necesaria por cuestiones de madurez formativa o por la calidad del sistema?
Jorge Robaina: En mi caso por la calidad. En mi generación no cabía duda, y de hecho es un choque cuando te has formado fuera y vuelves. El tipo de trabajo que se hace en Centroeuropa, el que hemos hecho nosotros, no tiene nada que ver. Es mucho más exhaustivo, exigente, más de tesón… No valen las excusas, no valen las ocho de la mañana. Es trabajar, y trabajar muy duro. Aquí, como somos muy artistas todos, se improvisa todo mucho. Yo me fui habiendo terminado ya el Grado medio –en Las Palmas no había hasta décimo del Plan 66–, y en mi examen de 8º de piano había tocado la segunda Sonata de Brahms. Al llegar a Viena me dijeron: “¿Tú conoces el libro de Czerny?”, y estuve un año entero tocando Invenciones de Bach a dos voces, alguna suite, mucho Czerny, y de vez en cuando, para contentarte, te dejaban tocar una sonata de Mozart. La primera audición en público la hice después de haber estado dos años
Marta Infante: Sí, todo ha cambiado mucho. Con 18 años, en el Conservatorio en Lérida, te aseguro que tenía el mundo a mis pies. Cuando llegué a Chequia era el último mono en casi todo. Estuve un curso entero cantando una octava –cosa distinta y por cuestiones técnicas, y además de tesitura–. Yo tenía la idea de que yo iba a ser una soprano super ligera, y la profesora no hacía más que decirme que ella pensaba que yo iba a tener una voz mucho más grave, y yo venga a llorar, y venga a llorar: “Nooo, ¡que yo quiero cantar la Musette!”.Estuve un año cantando tres cosas ridículas a final de curso. Claro, esto aquí imposible. El primer año de la Escuela Superior de Canto te ponen a cantar traviatas. Además la disciplina que hay es completamente distinta.Tú llegabas a la Universidad musical y realmente era una Universidad musical. Cuando yo me fui (y cuando lo hizo Jorge, todavía más) todo el mundo que hacía música aquí hacía además cualquier otra cosa.
Todavía aplica el famoso: “¿A qué te dedicas? Soy músico. Ya, pero, ¿de qué trabajas?”
M.I: Sí, eso me lo han preguntado a mí, después de un concierto… “Oye, tú te podrías dedicar a esto que nos ha gustado mucho…”[carcajadas].
J.R.: Ése es el problema de España, que tenemos una enseñanza musical heredada de “lo hago estudiando medicina o telecomunicaciones y llego a mi casa y me apetece tocar Liszt”. No le apetece estar moviendo los dedos correctamente, que es lo que tendría que hacer. Cuando estudias fuera te das cuenta de que la manera de avanzar es otra, que la exigencia es desde el principio máxima y básica. Hay frases estándar que aquí se siguen utilizando y que a mí me llaman la atención, tal vez expliquen la diferencia. Lo ves en la educación infantil: en Viena los niños se ponen a cantar, no se ponen a practicar solfeo. Los de cuerda allí tocan de una forma tremenda. Y me acuerdo al volver a Las Palmas de vez en cuando, –Las Palmas no es Madrid, eso está clarísimo, pero era territorio español, lo sigue siendo–, uno escuchaba a un chaval en segundo o tercero de violín y aquello era un gato desafinado. Y cuando le dices al profesor “Oye, que desafina como un perro”, responde “Sí, pero es que está en tercero…” [Risas]. Mira, que toque una cuerda sola aunque esté al aire, ¡pero que esté afinada! Ésa es la diferencia, su metodología es distinta.
¿Habéis notado evolución desde que habéis vuelto a este respecto?
M.I: Mira, yo he notado evolución, hago música antigua y en este terreno he observado un cambio. Hay escuelas que realmente se están especializando. Han traído muchos profesores de fuera, está muy de moda la música antigua en este país y hay realmente un auge importante. En las escuelas de música especializadas, al menos en algunas importantes, el nivel está subiendo muchísimo. Fuera de esto yo veo que las cosas siguen exactamente igual.
J.R.: Hombre, lo que sí es verdad es que con la aparición de orquestas en todas partes ya se ve al músico como una posibilidad profesional mayor que la que pueda tener un abogado o un arquitecto, para los que ahora mismo están las cosas difíciles. Hoy día se contempla la posibilidad de que el modus vivendi de tu hijo sea la música. Eso antes era impensable.
Los dos tenéis un perfil muy relacionado con la enseñanza. ¿Cuestión de convicción o de supervivencia?
J.R.: Hombre, mi caso fue una cuestión de sueldo. De los conciertos no se puede vivir. Yo no podría vivir en ningún caso. Hay mucha competencia y muy buena, y me surgió la oportunidad. Luego sí es verdad que disfruto todo lo que hago. Ésta es una manera de vivir que disfruto, me gusta dar clase y creo que no lo hago mal. Lo cierto en mi caso es que por cuestiones vitales acabé dando clases aquí y prefiero no tener que dar clases de piano (tendría que aplicar lo que me aplicaron a mí). Para mí es menos conflictivo trabajar con cantantes, intentar educarlos musicalmente de alguna manera y a la vez ser activo yo mismo, puesto que no paras de tocar.
M.I: En mi caso lo hago muy esporádicamente porque me gusta y me sirve muchísimo para decirme: “Uy, al alumno le estás diciendo esto, haz el favor de aplicártelo”. Es muy distinto cuando uno escucha a alguien a cuando está cantando. Por eso me resulta interesante, aunque no sé si podría en este caso hacerlo como Jorge, de forma muy estable, con muchas horas al día, porque me apetece seguir cantando mientras pueda. La enseñanza es complicada porque todo el mundo se cree que enseguida puede cantar, y no es así. Tengo algunos alumnos de música antigua que llevando un año cantando quieren abordar el Nisi Dominus de Vivaldi, y aparecen los conflictos.
(a Marta) Respecto a la música antigua, reconozco que es prácticamente el único recorrido artístico que te conozco, pero no sé hasta qué punto es posicionamiento estético, exigencias de mercado o un poco de ambas…
M.I.: Básicamente es lo que decía Jorge, una cuestión de supervivencia. A mí el Barroco me gusta muchísimo, pero estoy deseando que nos llamen para hacer juntos cosas de los siglos XIX y XX. Lo del otro día para mí fue un paso. De vez en cuando es como un paréntesis: cantar de otra manera y trabajar de otra manera. Tú piensa que la música antigua se aborda de la siguiente forma: llegas a un sitio, tienes una orquesta y uno o dos días de ensayo. Vocalmente viene de maravilla cambiar de registro, de música, de línea, de todo. Es algo que hace falta. El cantante que dice “yo me he especializado en música antigua”, cuidado…
Hay ahora grandes directores que se niegan (o dicen negarse) a trabajar con voces especializadas… Caso de Marc Minkowski, por ejemplo.
M.I.: Yo he trabajado con algunos directores italianos como Alessandrini o Dantone y las voces que oyes son realmente el tipo de voces con las que les gusta trabajar: voces timbradas, con vibrato y que cantan línea. La separación clásica entre los cantantes románticos, que te dicen “es que éstos que cantan música antigua tienen la voz muy pequeña”, y los de música antigua, que estamos en nuestro mundo, es una separación que en Europa no se da. Y eso ocurre en el lied mismo; lo que más nos gusta del mundo.
Entrando en ese asunto, primero querría que nos hablarais un poco del programa que hicisteis el otro día, que me pareció absolutamente maravilloso, y luego que me comentarais algo al respecto del lied en España, de cómo lo abordáis y de cómo veis el panorama al respecto.
J.R.: El programa del otro día fue una conjunción. La verdad es que con Marta habíamos hecho ya Dvořák en su aniversario. Ella canta mucho checo porque domina el idioma. De propina habíamos hecho una Bíblica aquella vez. Y yo le dije: “estas canciones estarían bien como mercado para un festival sacro”. Y es que ahora no puedes decir “mire, yo quiero tocar la Sonata de Beethoven” si no es el aniversario de algo, todo tiene que tener una connotación. Entonces, digo, las Bíblicas ya llenan media parte. Por otro lado, era una obra maravillosa de Brahms que sabía que le iba a ir como anillo al dedo a Marta, como así ha sido… [Risas]. Lo conjuntamos con el ciclo religioso de Dvořák, también con textos sacados de la Biblia (en el caso de Dvořák son todo salmos del Libro de Salmos y en el Brahms casi todos del Eclesiastés). Es el opus 121 de Brahms, después sólo tiene el 122 que es una obra para órgano, ya estaba muy mayor. Como dicen todos los libros y como se puede comprobar por la música, que es lo que a nosotros nos interesa, es un poco su enfrentamiento cara a cara con la muerte. Es bastante deprimente, la verdad. Los tres primeros cantos están basados en el texto del Eclesiastés. El cuarto no, lo había compuesto antes y es el que hablaba del amor: si tienes fe, tienes esperanza…
Y con otra atmósfera muy distinta, además
J.R.: Los tres primeros quieren decir “te vas a morir y eres polvo así que no intentes diferenciarte de los animales porque no hay nada que te distinga. Nadie te asegura que tú vayas para arriba y los animales para abajo, ni nada por el estilo”. Este texto es muy duro para ser bíblico. El segundo dice que la maldad que hay bajo el sol que ha visto él es tan insoportable que está mucho más feliz entre los muertos. Es más, la mejor postura es la del que todavía no ha nacido, que ni si quiera ha llegado a conocer esa maldad que hay en la tierra. Igual que antes, durísimo. Para completar el programa, como siempre, te piden algo español (lo cual me parece bien) y encontramos esas dos joyas. Ha coincidido que ha sido un auténtico disfrute, con ganas de hacerlo más, porque es realmente muy bonito.
M.I.: Es un texto muy difícil de cantar a nivel vital, porque dices, “Madre mía, yo acabo de tener una hija, soy feliz, me encanta la vida”. Es duro meterse en el texto e intentar darle el tono. Me ha costado bastante el Brahms. El Dvořák era otra cosa, es más descriptivo, también. El primero es interpretativamente difícil.
Las piezas de Brahms recordaban mucho al último R. Strauss, el de las Cuatro últimas canciones, con su regusto melancólico y otoñal…
M.I.: Sí, deprimente… muy gris. Respecto al tema del lied en España, es un asunto difícil en este país para los cantantes que no son extranjeros o grandes figuras. Lo tienen muy complicado.
J.R.: ¡No hay manera, no! Acabo de leer esta mañana (y vengo dándole vueltas) que van a quitar el ciclo de lied porque la Zarzuela no puede asumirlo. Yo entiendo que se caiga cualquier producción de ópera… ¡Pero aquí son dos intérpretes, uno sentado al piano y el otro cantando! ¿Cómo que por presupuesto se cancela? Si se organizara un subciclo para jóvenes intérpretes o gente de aquí, que cobra la mitad… Es que ahora es el momento de decir vale, bajamos el presupuesto y en lugar de 8 conciertos con extranjeros hacemos 2 con extranjeros y 6 con nacionales. Seguro que la gente responde.
Además, al igual que pasa con el público de los ciclos de cámara, el de lied es un público muy fidelizado. Jorge, ¿notas una gran diferencia cuando das un concierto de solista o de acompañante?
J.R.: ¡Sí! ¡Nada que ver! Suele depender de los casos, pero cuando acompaño a Marta siempre disfruto mucho.
M.I: ¡Que no es acompañar!
Es inevitable que la palabra acompañante suene jerárquica, se utilice mal.
J.R.: De acompañante siempre estás mejor cubierto, no tan expuesto. Cuando actúo de solista es porque me han llamado. Con orquesta me siento acompañado, me gusta que seamos más de uno en el escenario. [Risas]
Patria común…
J.R.: Sí, la culpa es de todos… Yo la música la entiendo como un diálogo, y si estás con otro (en este caso con Marta), nos oímos, nos intuimos. Avanzo tocando el piano después de haber tocado con ella. La voz que tiene tan maravillosa… y luego nunca me resulta monótono. Siempre hay algún detalle en el que piensas “¡qué bonito!”, y nace una competitividad sana, como la otra noche con el Mahler de propina: “Si tú has hecho esto tan bonito yo lo voy a hacer más” [Risas].
La conexión entre vosotros se transmite, tenéis una relación escénica muy empática, se nota.
M.I: Es curioso porque a mí nunca me había pasado como con Jorge, con quien sé que haga lo que haga (me adelante, me atrase, me coma algo) va a responder. Un recital con piano es de las cosas más difíciles que hay de cara al público, porque hay que hacer que mantengan la atención una hora y cuarto. Hay ciclos de canciones que tienen una historia, pero esto era una cosa distinta, muy densa, donde es complicado mantener la tensión. Es una música maravillosa que creo que aquí en España, y en checo, no las ha cantado nadie.
El mes pasado pude verte en la Ifigenia en Tracia de Nebra que hiciste en el Auditorio con El concierto español, una música muy especial. ¿Hasta qué punto valoras este tipo de recuperaciones?
M.I.: Nebra es de una de esas recuperaciones barrocas que merecen realmente la pena, porque (y espero que no se me entienda mal) hay otras ocasiones en que no es así. Yo entiendo que estamos en nuestro país y hay que recuperar música de nuestro país. Hay músicos como José de Nebra, Sebastián Durón o Antonio de Literes que son bastante interesantes. Yo he grabado muchísimos discos de recuperación con distintos grupos y siempre es interesante porque sabes que estás haciendo cosas que nadie ha hecho antes, pero en ocasiones dudas de lo que aporten al repertorio, como en el caso de algunos músicos de las capillas de las catedrales. Pero luego aparecen joyas como este Nebra.
(Jorge indica que debe irse) Para acabar, ¿tienes proyectos a medio corto plazo de grabación/conciertos?
J.R.: Las grabaciones irán saliendo. En mayo tengo un proyecto que me apetece mucho en Segovia, un ciclo llamado “Encuentros con el poeta” en la casa de Antonio Machado. Juan Gelman, el Premio Cervantes, leerá poesía y yo tocaré algo de Debussy y el resto está sin precisar. Tengo además un concierto con una cantante en Gijón, y probablemente salga el programa en Sevilla. Poquitas cosas, muy pocas. Me gustaría tener alguna más, pero es lo que hay por ahora. Un año coincide que te llaman para tocar el Concierto para la mano izquierda de Ravel para la RTVE con la mano izquierda y al siguiente no. Si llaman, bien, si no, pues me centro en mis clases.
Muchísimas gracias, Jorge (se va). Marta, antes has mencionado a Dantone y Alessandrini, ¿cuáles son tus referentes musicales como directores o intérpretes?
M.I.: Hay un par de cantantes que me fascinan, gente que me gusta y me ha inspirado muchísimo. Una sería como Anne Sofie von Otter (¡es una mujer espectacular!) y la otra Lorraine Hunt, maravillosa también. ¿Sabes qué pasa? Con los años te cambian mucho las referencias respecto a cuando eras joven y admirabas algo. Recuerdo dos momentos, uno escuchando de pequeñita un Mesías a Gardiner en que se me abrió el mundo y dije “yo quiero dedicarme a esto”. El otro fue en el año 91, con la película Amadeus, que me impactó. Y respecto a lo de los ídolos y los referentes, no sé. A mí me ha gustado mucho siempre la música coral, por ejemplo. Estuve en el CNE casi 5 años y lo disfruté muchísimo. Yo venía de Chequia, de un coro profesional que era una cosa extraordinaria… lo que hablábamos antes, otro tipo de trabajo, otro tipo de respeto. Cuando llegué al coro nacional dije: ¡Dios mío, aquí mandan los sindicatos! Estuve muy incómoda por el asunto de las huelgas pero la parte musical la disfruté bastante, había directores muy buenos. Lo pongo como ejemplo porque yo intento tener de cada proyecto algo que llevarme y que me llene. Siempre hay que intentar aprender porque esta profesión el problema que tiene es que te pagan por hacer lo que te gusta –no siempre, evidentemente, hay cosas que no– y si no te esfuerzas un poco en cada proyecto que tienes para intentar aprender de los otros, llega un momento en el que te estancas: la rutina, el trabajo, etc. A nivel funcionario pasa muchísimo en orquestas, coros y profesorado. Nuestro trabajo ha de ser el de la no-monotonía, pero conozco a muchos cantantes e instrumentistas que trabajan rutinariamente y eso es realmente una pena tan grande… Es una especie de bola, no deja de ser una pauta al fin y al cabo salir con tu vestido, tu peinado. Si nos fijásemos más en otras cosas a lo mejor la cosa evolucionaba. Lo que sí creo es que hoy en día nosotros, los de nuestra generación, tenemos que ponernos más las pilas que los de hace quince años, porque el público se nos está acabando. O empezamos a meter el gusanillo a la gente más joven o esto se nos acaba. Creo que va a llegar un momento en el que tendremos que espabilar de alguna manera y hacer llegar la música a la gente de otra forma. Pero respondiendo a tu pregunta, puedes tener referentes, pero lo interesante es que cada vez que trabajas con alguien los rehaces.
Retomando tu idea, tal vez el movimiento historicista ha sido un poco una prórroga en lo que a público se refiere, se ha acercado a la gente joven, igual que la música de vanguardia, pero con todo, si tú vas el domingo a ver a la ONE, miras al patio de butacas y te dedicas a sacar la edad media…
M.I.: Por eso me gusta la música antigua, porque está empezando a romper esta barrera explicando un poco… y eso en un concierto sinfónico es impensable y al público estoy segura de que le encantaría. Yo creo que este lazo de cercanía ayudaría mucho a sumar público porque te transmite más. También creo que es un poco educacional. Es lo que decíamos al principio de nuestra entrevista: en Centroeuropa tú vas a un concierto y está lleno de padres con niños. Aquí en el Auditorio Nacional con menos de ocho años no te dejan entrar, está en las normas. ¿Por qué no puedo llevar a mi hijo de ocho años si es capaz de aguantar un concierto? ¿porque se pone revoltoso?
Antes te iba a preguntar cómo llevabas la maternidad, tema que ya ha salido insinuado, pero te lo voy a preguntar al revés. ¿Qué tal lleva tu hija el trabajo de su madre?
M.I.: [Risas] Pues mira, dentro de cuatro años, que ya hablará, se lo preguntas. [Risas] Yo creo que muy bien. Tiene seis meses ahora y es un momento todavía bastante sencillo, cuando empiece a andar va a ser más complicado porque tendrá unas necesidades distintas. Como cantante es un poco duro porque te das cuenta de que cuando tú sales al escenario nadie sabe que tienes un bebé, que acabas de tenerlo y tú tienes que estar igual de estupenda que siempre y dar el nivel. Es una de las cosas que psicológicamente es complicada para un músico, cada vez que subes al escenario tienes que al menos mantener el nivel. Yo creo que el virus que me hizo anular el concierto de febrero en el Carlos III era por el cansancio acumulado desde que nació. Pero yo creo que está contenta, es una niña muy feliz. Te puedo contar una anécdota que a mí me dejó marcada. Hace tres años cuando canté el Juditha Triumphans dirigido por Alessandrini en el Auditorio, estaba con Roberta Invernizzi antes de salir al escenario y andábamos hablando de la maternidad. Sara Mingardo debió oír desde puerta que estábamos dándole vueltas al tema, y se acercó y nos dijo: “no hagáis la tontería de sacrificar el tener hijos por esto que estamos haciendo. Yo sin mis dos hijos no sería nadie”.
¿Tienes recuerdos musicales de tu primera infancia? ¿Cuándo decidiste que te ibas a dedicar a esto?
M.I.: Yo me dirigía a mí misma delante del espejo desde los tres años, según dice mi madre. Era un poco bicho. Yo empecé a tocar el piano de oído y luego me apuntaron a clases cuando tenía unos diez años, pero ya cantaba en el coro. Tengo dos cosas que me marcaron mucho, ambas con un coro infantil. Una, con seis años en el Palau de la Música Catalana, el típico encuentro de coros en el que cada coral iba y cantaba dos cancioncitas. Me acuerdo perfectamente de cómo íbamos vestidos y las canciones que cantábamos, te las podría cantar, fíjate cómo es el cerebro. Recuerdo que el Palau me pareció como la cosa más grande del mundo. La segunda vez que fui fue con Jorge Robaina hace seis años en un concurso que te ofrecían media parte de un concierto si te seleccionaban. Hicimos Mahler y Dvořák, nos dieron el premio además, y cuando llegué a la sala del Palau pensé “¡pero qué pequeño es esto!”. Otro recuerdo muy fuerte que tengo fue en un encuentro de coros, ya sabes que en Cataluña hay muchísima tradición de encuentros de coros infantiles. Era en un Palacio de deportes, dirigía Ros Mardá y yo debía tener como ocho años. Todos los coros se juntaban para cantar la misma obra con orquesta y era muy impactante. Realmente mis mejores recuerdos, aparte de los musicales, están unidos a un coro. Para un crío pequeño es una vivencia importantísima. Ahora, tiene que ser un coro que les permita pasárselo bien. Yo tuve suerte.
¿Pero tuviste apoyo de la familia desde el principio?
M.I.: De pequeña no mucho. Yo es que era un culo inquieto, un año quise hacer pintura, otro quise hacer teatro, otro… me lo tuve que trabajar bastante, en el sentido de “venga, quiero un piano” y ya cuando tenía once años: “compradme un piano”. Debían creer que me iba a cansar del piano, como todos los padres. Lo que hice fue coger, no sé dónde lo encontré, un libro de piano muy básico que se llama Beyer y yo sola, en casa, me lo toqué entero de arriba a abajo. Y un día le dije a mi padre: “papá, mira” y entonces mi padre debió pensar que a lo mejor sí que hay que apuntar a piano a esta niña, pobre. Y luego ya sí, cuando decidí a los dieciocho años dar el paso de irme fuera, que fue complicado, recibí un apoyo total. Y mira que fue para ellos un shock que me fuera a Chequia.
La Chequia de aquel entonces…
M.I.: Chequia era ya Chequia, pero hacía dos años o tres. Era comunista total, no había nada en esa época, fue muy duro. Yo recuerdo el sitio donde vivía, la escuela se caía a trozos… Luego con la matrícula de los extranjeros la arreglaron porque, claro, la pagábamos allí ochenta veces más cara que todos [Risas]. Pero sí, apoyo total. Fíjate que cuando ha ido mejor la cosa, cuando ha ido a peor… bueno, la verdad es que no me puedo quejar, que la cosa va bien, pero siempre he tenido muchísimo apoyo, ahora me ayudan un montón también con la cría. Mi madre viene siempre que puede a los conciertos. No sé, al final confiaron en que la cosa tiraría, y eso que siempre estaba mi madre ahí detrás para decir: “hija mía, en el momento en que te quieras volver, tú tranquila, haces musicología” [risas]. Y fue ese verano cuando decidí, después de matricularme, ir a Chequia porque había escuchado a unos cantantes checos maravillosos que estudiaban con mi profesora y dije: “mira, me lanzo”. Tenía un compañero en Lérida que llevaba un año estudiando en la escuela donde estudié yo, me habló maravillas y fui para allá. La verdad es que me apoyaron muchísimo.
Acabemos con proyectos, grabaciones, conciertos…
M.I.: Ahora mismo lo de mi agenda es un poco locura. Hace unos años la tenía programada mínimo con seis meses de antelación; ahora te salen conciertos con un mes. Y no es porque les haya fallado alguien, es porque se organizan así. Los ayuntamientos nunca saben con el dinero con el que van a contar y lo organizan todo en el último momento. A finales de mes voy con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia a interpretar el Réquiem de Mozart. En mayo tengo un recital de arias de Handel muy bonito con el grupo Vespres d’Arnadí. Ya lo hicimos el mes pasado y aunque es un concierto agotador, me encanta. En verano tengo también algunos planes interesantes, como una grabación de un proyecto de Arañés, después un concierto en Friburgo, otro en Perpiñán… El año que viene hago otro muy interensante, Juana de Arco en la hoguera de Rossini, una cantata para mezzo y orquesta. Lo dirige Kees. Luego tengo con Antonini, el director del Giardino Armonico, el Magníficat de Vivaldi, en la temporada de la ONE. Más adelante con la filarmónica de Málaga y Edmond Colomer tengo la Harmoniemesse de Haydn y actúo en San Lorenzo de El Escorial el 21 de abril para hacer el concierto que suspendí por gripe en el ciclo del Febrero Lírico.
Muchísimas gracias, Marta.
M.I.: A vosotros. Ya sabéis dónde estamos…