La música de los héroes

Ensayo
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La música de los héroes

El canto épico en la obra de Homero

Aristocracia y tradición épica

La mayoría de especialistas apuntan al siglo VIII a.C., inicio del periodo arcaico, como fecha más probable para la composición de los poemas homéricos (fueran estos obra de un solo individuo o no es una cuestión que escapa al objeto de este artículo). Lejos queda, pues, aquel esplendor del mundo micénico de finales del segundo milenio a.C., el de los héroes legendarios y los saqueos en ultramar al que la Ilíada nos transporta, no sin cierto aire de exaltación nostálgica. El sentimiento de pérdida queda claramente de manifiesto en el tratamiento del regreso de los héroes a casa, ya no solo por Homero sino por toda una serie de tradiciones posteriores de las que la Orestíada es, quizá, el ejemplo más emblemático: el regreso a un hogar irreconocible y que nunca volverá a ser el que fue.

La Edad Oscura (ss. XII-VIII a.C.), que sigue al desmoronamiento de la civilización palacial micénica, supone un periodo de ruptura y renovación respecto a todo lo anterior, en el que, como se verá, pesan de manera extraordinaria las distintas tradiciones yuxtapuestas a lo largo de los siglos. El abandono de los palacios por un modo de vida rural sin una clara jerarquía social pareció ir configurando poco a poco una suerte de protofeudalismo, donde ciertos individuos, cuyo prestigio y poder estaban directamente vinculados a la posesión y acumulación de la tierra, pugnaban en condiciones de igualdad por la supremacía. Despojados ya de toda connotación divina, estos primeros basilei vieron en las tradiciones heroicas del mundo micénico el espejo perfecto en el que verse reflejados, y pusieron en marcha un proceso de adaptación y reinterpretación del mito en el que la figura del aedo jugó un papel crucial.

No es difícil, por tanto, hallar en la épica arcaica ambigüedades en el tratamiento de las figuras de poder como reflejo de esta realidad. Así pues, frente a la figura del cuasi omnipotente Agamenón (paradigma del ánax micénico por excelencia) encontramos toda una cohorte de príncipes menores en situación de igualdad, identificables con los pa-si-re-wa micénicos en lo tocante a su papel militar, pero que hacen gala, por otro lado, de un asamblearismo mucho más acorde con la imagen del basileus de periodo arcaico, primus inter pares dentro de la clase aristocrática. Esto se hace especialmente evidente en el regreso a casa donde la autoridad de muchos príncipes (incluida la de Agamenón) va a ser puesta en entredicho desde el interior.

La cuestión no es baladí si se tiene en cuenta que es este basileus y su círculo aristocrático el destinatario último de la composición épica y que esta relación debe ser entendida si se quiere comprender el papel del héroe en dichos poemas.

La música de los héroes

Llegaron ambos a las tiendas y a las naves de los mirmidones1
y lo hallaron deleitándose el ánimo con la sonora fórminge2
bella, primorosa, que encima tenía un argénteo clavijero.
La había ganado de los despojos al destruir la ciudad de Eetión3
y con ella se recreaba el corazón y cantaba gestas de héroes.
Solo Patroclo en silencio estaba sentado frente a él
aguardando a que el Eácida4 dejara de cantar.5

Asistimos en estos versos de la Ilíada al momento en que la comitiva encabezada por Ulises llega a la tienda de Aquiles en un desesperado intento por apaciguar su ira y persuadirle para volver al combate. Ajeno a todo, el Pélida6 dedica su retiro a cantar las gestas de los héroes en un acto de introspección solo compartido con su querido Patroclo.

Es de destacar que sea Aquiles, el más valeroso de los aqueos, el único que aparezca vinculado directamente a la práctica musical. La música, al igual que la gimnasia, constituía parte integral en la educación de los jóvenes aristócratas del periodo arcaico, pero es arriesgado extrapolar esta realidad al grueso de los héroes homéricos. La formación musical de Aquiles, proporcionada por el centauro Quirón, se entiende como un hecho aislado y es significativo que el Pélida ni siquiera lleve el instrumento consigo desde el principio. Adquirirlo a través de la conquista otorga una nueva dimensión a su ejecución y subraya aún más su carácter excepcional.

La aproximación de Aquiles hacia la música debe ser, pues, entendida como parte de la propia personalidad del héroe, pero siempre dentro de los códigos normativos de la moral homérica. La aristocracia de la Edad Oscura conforma un grupo social que vive por y para la imagen exterior como único sustento de su estatus. En el canto I de la Ilíada vemos un claro ejemplo de esto cuando Agamenón, tras verse forzado a liberar a su concubina, obliga a Aquiles a entregarle la suya. Humillado públicamente, este abjura del combate y se encierra en su tienda. Si la declaración de rebeldía del Pélida acarrea un grave daño en su proyección social se trata de un mal menor en comparación con la afrenta recibida por la sustracción de Briseida.7 La actitud adoptada por Aquiles frente al líder de la expedición no es, pues, una mera expresión de resentimiento, sino una verdadera obligación moral dentro de los esquemas del pensamiento aristocrático teniendo en cuenta que su propia posición de autoridad ha quedado menoscabada. Aceptar sin resistencia las exigencias de Agamenón supondría una declaración de inferioridad ante el resto de príncipes por parte de un personaje, conviene tenerlo presente, que se sabe mejor que todos ellos.

Entendiendo el campamento de los argivos como una estructura política, el pulso entre su líder y el mejor de sus guerreros pasa a ser una pugna entre lo individual y lo colectivo. Un delicado equilibrio entre la búsqueda de la gloria personal que tanto preocupaba a los príncipes aqueos y la urgente necesidad de entendimiento y colaboración entre ellos, problema ante el que la aristocracia del periodo arcaico podría verse fácilmente identificada. Al renunciar a esta dicotomía Aquiles se convierte en un sujeto al margen de la política y atado únicamente a su voluntad individual, como así lo demuestran otras acciones posteriores.

Ahora bien, la verdadera lucha, y es aquí donde la escena cobra toda su significación, tiene lugar en el interior del propio Aquiles. Al abandonar la lucha, el Pélida no solo pone en riesgo su prestigio social sino algo mucho más importante, su realización como héroe. La areté o virtud guerrera es la aspiración máxima de una nobleza homérica que encuentra en el combate su razón de vida y cuya consecución, paradójicamente, a menudo requiere de la propia muerte. El que Aquiles entone cantos a los héroes caídos supone, por tanto, la declaración de un anhelo frustrado pero al que se resiste a renunciar. La evocación del final heroico parece ser lo único capaz de apaciguar los ánimos del Pélida, quien, consciente de su destino, sabe que algún día otros cantarán el suyo.

Siempre que el divino aedo dejaba de cantar se enjugaba las lágrimas y retiraba el manto de su cabeza y, tomando una copa doble, hacía libaciones a los dioses.8

Han transcurrido diez años desde los funestos acontecimientos relatados en la Ilíada y Odiseo (Ulises) asiste sin ser reconocido a un banquete en la corte del rey Alcínoo, donde ocurre algo extraordinario. Por primera vez un héroe es testigo en vida de su propia loa (kléos). Demódoco, el aedo, será el encargado de recitar ante la audiencia las gestas de la guerra de Troya que provocan las lágrimas de su protagonista, a quien todos creen muerto.

Este acontecimiento, en apariencia anecdótico, alberga implicaciones más profundas en las que merece la pena detenerse. El hecho de que Odiseo haya logrado, de alguna manera, eludir el final trágico de la mayoría de los otros héroes (con descenso al Hades incluido) apunta a una evolución del concepto de areté en el que la muerte ya no es condición indispensable y donde los valores guerreros se ponen en entredicho. El propio Odiseo, a quien nadie discute su valía en combate, posee un largo listado de cualidades que poco o nada tienen que ver con el ideal heroico dominante, tales como la astucia, la prudencia y la capacidad de persuasión. Gracias a estas habilidades ha podido sortear múltiples obstáculos sin recurrir al enfrentamiento directo, algo que ha de ponerse en valor si se contempla desde la perspectiva de una organización asamblearia como es el propio campamento argivo, reflejo de las nuevas estructuras de poder que comenzaban a surgir a comienzos del periodo arcaico. Resulta revelador que sea precisamente Ulises el elegido por Agamenón para acudir a la tienda de Aquiles a dialogar. Se contraponen aquí dos visiones divergentes del poder y la excelencia aristocrática: la areté individualista de Aquiles hunde sus raíces en la oscuridad de los tiempos y establece un nexo, al igual que su canto, con los guerreros del pasado. La de Ulises parece mirar hacia el futuro, hacia una areté colectiva donde la virtud heroica pasará a ser, algún día, patrimonio de los ciudadanos de la Pólis.

Miguel Arnaiz Molina

1 Guardia personal de Aquiles.

2 Instrumento de cuerda pulsada de la familia de la lira, de entre dos y siete cuerdas, de uso común en época homérica. Usado como arcaísmo, a veces el término podía aplicarse indistintamente a otros instrumentos de la familia. He decidido obviar esta cuestión aquí al exceder el propósito principal del artículo.

3 Rey de Tebas, ciudad saqueada por los aqueos como castigo a su colaboración con Troya.

4 Patronímico de los descendientes de Éaco, abuelo de Aquiles por línea paterna.

5 Ilíada, IX, 185-195.

6 Patronímico habitual en la Ilíada para referirse a Aquiles: hijo de Peleo.

7 Nombre de la concubina de Aquiles entregada a Agamenón.

8 Odisea,VIII, 80.

Bibliografía

Alvar, J., Plácido, D., Bajo, F., Mangas, J. Manual de historia universal, 2. Historia Antigua. Historia 16, Madrid, 1994.

Comotti, G. La música en la cultura griega y romana. Ediciones Turner, Madrid, 1986.

Homero. Ilíada. Editorial Gredos, Madrid, 2000.

Homero. Odisea. Editora Nacional, Madrid, 1976.

Mas Torres, S. Ethos y Pólis. Una historia de la filosofía práctica en la Grecia clásica. Ediciones Istmo, Madrid, 2003.

Montero, M. P. “Homero y la música”. Memorias de historia antigua,nº 9 (1988). Universidad de Oviedo.

Publicado en nº 32 de 2017

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