Tresillos, hi-hats, drogas y autotune: trap para dummies

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Tresillos, hi-hats, drogas y autotune: trap para dummies

Destripando el género de moda para un uso responsable del término

Hace unas semanas estaba viendo a Nathy Peluso en la Pradera de San Isidro (conciertazo, por cierto) y no podía de dejar de preguntarme si alguien seguiría diciendo que esta diosa caída del cielo mina hacía trap después de haber cantado boleros y a George Gershwin frente a miles de espectadores. Pero lo que en el fondo ocurría es que ella en la vida había hecho trap, como tampoco lo hacen Locoplaya, Bad Gyal, Ms Nina o C Tangana. Es más, difícil sería encontrar una categoría que pudiese englobar tal batiburrillo de propuestas, salvo, claro está, la tan socorrida idea de música urbana que se repite tanto últimamente (como si el flamenco, el tango o el rock no fuesen igual de urbanos que una base de rap).

En España se hace mucho menos trap de lo que la prensa nos hace creer, pero ya se sabe, etiqueta de moda, etiqueta que se usa y abusa hasta la extenuación. Que si “Lo malo” es trap, que si “Mala mujer” también lo es, que si hasta tu abuela lo es en su ratos libres… Y lo mejor de todo es que aún hay periodistas sorprendidos porque muchos de los artistas que meten dentro del saco aclaren por enésima vez que no hacen ese tipo de música. Mon dieu! ¡Qué insensibles músicos españoles, incapaces de comprender que los periodistas de medios generalistas no saben señalar las diferencias entre Kendrick Lamar y Lil Pump! ¡Si los dos rapean!

Pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Cuando el trap empezó a despegar en España con cosas como Pxxr Gvng, Cecilio G, Kinder Malo o Pimp Flaco, no terminaba de entender muy bien qué estaba pasando. A mí me los enseñó por primera vez un colega mío de Murcia y no daba crédito a lo que veía. ¿De dónde había salido esta gente? ¿De verdad tenían tanto potencial como para convertirse en un auténtico fenómeno de masas? El tiempo le dio la razón a mi amigo, aunque quizás desde la claque hípster (sí, os hablo a vosotras Vice y Playground) se haya inflado la cosa más de la cuenta.

Tampoco es que este fenómeno sea tan inexplicable: con los raperos de principios de siglo ya asentados y un relevo generacional que no terminaba de cuajar, aquello de “[s]e abre el telón, sale un rapero sin público soltando patraña, ¿cómo se llama la peli? Gangsta rap en España” que decían Los Chikos del Maíz estaba a punto de reformularse ante la nueva moda de turno. Si su reino será eterno se lo podemos preguntar a las boy bands, el nu metal, el emo o el dubstep, aunque quién sabe, a lo mejor se marca un reguetón y cuando más muerto lo creamos nos pisotea la cara a ritmo de dembow.

El trap es un subgénero del hip hop originario del sur de Estados Unidos, en especial de ciudades como Atlanta. Mientras la Costa Este y Oeste acaparaban gran parte del mainstream hiphopero de los 90, en ciudades como esta empezaron a desarrollarse propuestas de muy diversa índole, como Outkast o Goodie Mob, que ayudaron a poner en el mapa a una escena que hasta entonces había sido menospreciada frente a Nueva York o Los Ángeles. Y si algo había por lo que el Sur iba a terminar predominando eventualmente (y que ya puede intuirse en estos músicos de finales de los 90) es una concepción rítmica diferente.

Como el 95 % de las músicas populares urbanas que escuchamos en la actualidad, el hip hop está en un compás binario de subdivisión binaria. Cuando un rapero se propone cantar, lo más normal es que decida dividir cada pulso en dos o cuatro partes iguales amoldando sus versos a este paradigma. Lo que los raperos del interior de los Estados Unidos (Georgia, Tennessee, Ohio) desarrollaron fue una división ternaria del compás, haciendo que en cada pulso entrasen tres sílabas de igual duración. Dado que el entramado rítmico de la base se mantiene igual que en los raps de subdivisión binaria, deberíamos hablar de tresillos en vez de concebirlo como una propuesta rítmica diferente (o sea, un 12/8). Así lo demuestran las canciones en las que diferentes raperos se acercan al mismo ritmo desde paradigmas binarios y ternarios, como “Foe tha Love of $”, donde los tresillos del grupo Bone Thugs-n-Harmony (sumamente palpables a partir del minuto 3 con la aparición de Krayzie Bone) contrastan con la concepción binaria de Eazy-E de N.W.A. (cerca del minuto 2).

Este flow ternario se ha terminado popularizando de una manera bastante clara gracias, en parte, al éxito del trap. El creciente interés por dicha concepción rítmica ha llevado a diversas personas a trazar una historia sobre el rapeo con tresillos: algunos de los intentos más destacables son los de la web Genius o el sitio de noticias Vox, de donde he extraído algunos ejemplos. Todo ello a raíz de un hilarante video en el que Snoop Dogg (recordemos, de la Costa Oeste) arremete contra el hecho de que casi todo el mundo use tresillos en la actualidad. El rapero reconoce no saber de dónde viene esta configuración rítmica, pero sitúa a Migos, un grupo actual de trap de un suburbio de Atlanta, como sus posibles populizadores recientes. Y aunque es cierto que esta forma de concebir el ritmo ya se puede rastrear desde principios de los 90, no podemos negar que serían canciones como “Versace”, del año 2013, las que ayudarían a que se generalizase a día de hoy este uso de los tresillos.

Pero el sentir ternario del trap no solo se aprecia en la forma de acercarse por parte de los cantantes, sino que también se tiende a notar bastante en la percusión que acompaña las bases del género, las cuales suelen utilizar los sonidos de la mítica Roland TR-808. Aunque el bombo, la caja o las palmas (clap) tiendan a tener ritmos binarios, los platillos, y más concretamente el charles o hi-hat, desarrollan complejas figuraciones llenas de tresillos de corcheas y/o semicorcheas que le dan un groove bastante característico a esta música. Algunos ejemplos de configuraciones rítmicas ternarias en el rapeo y las bases se pueden ver en canciones como “Tu coño es mi droga” de Pxxr Gvng, “Chambea” de Bad Bunny o “Tran Tran” del italiano Sfera Ebbasta, tanto en la voz como en las figuraciones de los platillos.

Más allá de este flujo ternario (que no siempre está presente en la voz, pero casi siempre en las bases), hay otra serie de elementos del trap que permiten diferenciarlo estilísticamente de otras manifestaciones. El primero de ellos es su característico tempo lento, que por lo general se sitúa entre los 60 y 80 pulsos por minuto, aunque no es extraño ver a personas que lo conceptualizan al doble de velocidad (120-160 pulsos por minuto), sobre todo a la hora de componer con programas como Ableton. Otro rasgo destacado sería la marcada influencia de la electrónica, apreciable en el uso que se da a los sintetizadores, con potentes bajos y unos ya característicos arpegios.

No podemos pasar por alto otro elemento bastante ligado al género, aunque para nada exclusivo de este: el uso de autotune (o melodyne u otros) para afinar las melodías vocales, como ocurre en este temazo que me descubrió un amigo tras volver de Italia. El uso de esta técnica es habitual entre músicos de ámbitos muy diferentes: desde toda la hornada de R&B influida por el 808 & Heartbreaks de Kanye con Frank Ocean a la cabeza al folk hiperporducido de Bon Iver, la fascinante “Impossible Soul” de Sufjan Stevens o el dancehall a la jamaicana de Bad Gyal. Porque al final es la conjunción de los diferentes elementos (musicales y extramusicales) la que determina un género e igual que no todorap lento con flow ternario se puede entender como trap lo mismo ocurre con las voces procesadas.

Queda hablar de las letras, sumamente ligadas a la estética de los músicos. Trap, hasta donde tengo entendido, es una palabra usada en Atlanta en referencia al lugar donde se vende droga. Por extensión, el trap como género musical ha tendido a glorificar el consumo y venta de ciertas sustancias, aunque hoy en día las letras son bastante más diversas y trascienden el ambiente callejero y pandillero, o quinqui, si nos vamos a España. Así, hemos llegado a lo que podría llamarse como trap emo (Lil Peep, XXXTentacion), lo que a mí me gusta llamar como trappost-irónico (Kinder Malo, Pimp Flaco y demás hípsters conversos) e incluso esa canción de Shakira y Maluma cuya razón de existir no comprendo. Pero más allá de la temática, un rasgo bastante característico a nivel lírico es el mumble o balbuceo, que implica alejarse del rap más narrativo y preferir la repetición insistente de una serie de conceptos, algo que llega a su nivel extremo en canciones como Gucci Gang. Sobre la estética de los traperos, quitando el interés popeyesco por la navegación de Lil Yatchy, el resto están más volcados al barrio o el gueto, con tatuajes sumamente eclécticos, que llegan a sitios que te incapacitan para pasar una entrevista de trabajo, y una forma de vestir a medio camino entre la clásica estética delhip hop, las pasarelas de moda y la horterada más kitsch que te puedas echar a la cara.

Sobre si el trap es o no machista siempre se puede repetir esa frase de Gata Cattana en su brutal “Lisístrata”, magnífico tratado de feminismo combativo: “será mejor que trates mejor a esas bitches, no sea que de repente me escuchen y se compinchen”. Pero tampoco podemos llevarnos el santo al cielo, no dejan de ser hombres en una situación de poder que siempre corre el riesgo de sacar lo peor del patriarcado (vamos, nada que no hayamos escuchado en el rock o en un aria de ópera). Además, no olvidemos que también hay mujeres en el juego, como Cardi B o La Zowi, y que no siempre tienen una actitud tan dominante con las mujeres. Más problemática quizás sea la glorificación de la violencia y el narcotráfico, no tanto en España, pero sí en Latinoamérica o en los propios Estados Unidos, donde es un problema que se paga con la vida de demasiadas personas cada año. Aun así, igual que hay traperos que se creen los más chungos del barrio existen usos del género como mecanismo de denuncia, como la reciente “This Is America” de Childish Gambino. Pero no podemos olvidar que, como en casi todos los movimientos que vienen desde abajo, los anhelos de estos músicos son más reivindicativos de lo que a primera vista podemos pensar y aunque no contengan una denuncia social tan clara como la que se puede ver en el rap más politizado de Public Enemy, Run the Jewels o To Pimp a Butterfly, siguen diciendo mucho acerca de los problemas reales de muchas personas, igual que los sueños de cuero y motos de los heavies de los 80 hablaban más de la dura vida en los barrios de lo que imaginamos.

Una vez hecho este vacilante (y reduccionista) repaso a los principales rasgos que definirían el trap (tresillos en los hi-hats y el rapeo, bases arpegiadas de influencia electrónica, uso del autotune, letras relacionadas con el mundo de las drogas) nos damos cuenta de cómo los plagios/homenajes (directos e indirectos) de C Tangana a Drake o el rollo retro de Bejo es difícil que puedan asimilarse a esta corriente. Porque sí, es innegable que el trap tiene una influencia que trasciende a sus propios músicos para salpicar a una parte considerable del rap o la electrónica actuales, pero eso no quiere decir que cualquier canción en la que se pueda apreciar este influjo vaya a ser parte de este movimiento de manera automática.

Y si nos ponemos a pensarlo desde este paradigma, el trap en España no es tan popular como se nos hace creer y mirando a las visitas de YouTube uno se percata rápidamente. El tema español más visto sería (aunque puedo estar equivocándome) “Foreign” de Kidd Keo, que supera las 25 millones de reproducciones; pero por lo general los más vistos de los artistas más punteros en el género no llegan ni a la mitad de visitas que esta canción. A simple vista parece una cifra encomiable, pero se queda en nada cuando la comparas con traperos de países como Italia (Sfera Ebbasta o Ghali), Francia (Kaaris) o los surcoreanos Keith Ape, todos ellos con varios vídeos rondando (o superando) los 40 millones de reproducciones. Y ya ni hablamos de gente como Bad Bunny, cuyo contador de visitas no tiene nada que envidiar a las grandes figuras norteamericanas (aunque eso no es nada en comparación con las polémicas “Cuatro babys”, que ya suman más de 800 millones de visitas). Claro que al final ni siquiera estos músicos hacen trap siempre, exploran otras cosas y se acercan a otras sonoridades, ya sea grime, reguetón o rap más clásico, porque al final no hay nada peor que encasillarte en un único tipo de música, a menos que tu grupo se llame AC/DC.

Puede que la mejor metáfora sobre el trap en España sea la esperpéntica entrevista de Cecilio G a Carlotta de Hinds: un primer y único capítulo sufragado por el Tentaciones (que también se volvía loco con el irrelevante indieespañol de los 90) en el que se demuestra que los loles y los memes no consiguen que toques en el programa de Stephen Colbert. Pero seamos justos, las Hinds no son tan conocidas como desde ciertos medios se nos hace creer, como tampoco se puede tildar de irrelevante el lugar que ocupa el trap en este país. Aunque si uno empieza a compararlo con lo que C Tangana parece estar moviendo últimamente es cuando se da cuenta de que ni la farsa impostada de ciertos traperos ni el discurso quinqui de otros puede hacer nada contra el caprichoso capitalismo estético adorador de ídolos que fagocita solo a quien le conviene.

Ugo Fellone

Lista de reproducción

Publicado en nº 33 de 2017

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