Aquí, quedamos los Hydes
Aquí, quedamos los Hydes
Marais volando en las manos de Vittorio Ghielmi
Teatro Real Coliseo Carlos III. Ciclo de grandes intérpretes instrumentales. “Bajo el cálido sol de septiembre”: Les voix humaines, les voix des anges. Vittorio Ghielmi, viola da gamba. San Lorenzo de El Escorial. Sábado 13 de septiembre de 2014.
Partió una mañana luminosa de septiembre, con un solo ojo y una distancia inverosímil por recorrer. Una botella echada al mar más grande de todos, sin un velero adentro ni tapón de corcho seco que proteja la carga. Carl Sagan seleccionó, en un trabajo de tintes etnomusicológicos evidentes, el mensaje que queríamos que nos representara en aquel viaje y le buscó un sitio en la nave. Era el papel de la botella. Claro, como un papel tiene poca vida en mitad de tanto universo, mandamos un disco de oro para acompañar el viaje de aquella Voyager I, y lo llenamos de saludos en más de cincuenta idiomas y músicas que dieran una imagen bien idílica, mucho mejor de lo que modestamente somos, no nos engañemos. Estar representados por Beethoven, Bach o Blind Willie Johnson, reconozcámoslo, es un chollo, una especie de revancha al pobre hombre desolado del Juicio final de Miguel Ángel. Supongo que cuando la sonda despegase de Cabo Cañaveral aquella mañana todos los técnicos estarían más pendientes de otras cosas (ya saben, lo urgente antes que lo importante), pero el momento me parece trascendente: fue nuestro primer espejo de Alicia lanzado fuera de nuestros dominios. Nuestro bello Dorian Gray. Nuestro Doctor Jeckyll. Mientras aquí, en la tierra, quedamos los Hydes, la sonda Voyager sigue mandando sus diarios de bitácora allá donde llega, y muy cerquita de aquí, en Robledo de Chavela, recibimos tantas agradecidas postales. Si un día unos señores verdes o violetas encuentran la nave, y cogen el disco que hay adosado, y son capaces de hacerlo sonar, la mejor versión de la humanidad entrará en sus extraños oídos. Las pavanas de Holborne, la Gavota de la Partita nº 3 para violín solo de Bach, el Johnny B. Goode de Chuck Berry hablará (y muy bien) de nosotros. No es mala presentación. Pero creo, humildemente, que excesiva para la época que vivimos. Por muy dueños del tiempo y el espacio que sean los seres que encuentren nuestro disco, supongo que al rato se aburrirán, posiblemente entre el Iechyd da i chwi yn awr, ac i’r oesoedd galés y el Tanti auguri e saluti italiano. Y es que en estos tiempos de sentimientos twitter y lenguaje smartphone (tqx nm olvds xxx) tal vez deberíamos actualizarnos y elegir sólo una pieza para que nos signifique, un icono intenso, no un disco de diez horas de aliento wagneriano. Yo elijo Les voix humaines de Marin Marais. Corta, cinco minutos. Un tuit del alma. Jamás alcanzaré, ni en mis momentos más luminosos, a una ínfima parte de la belleza de estas notas, no hay caso, pero si he de opinar sobre cómo han de verme aquellos que me quieran ver, pido Marais. Para el desengaño siempre hay tiempo.
Pero en cualquier caso, todo eso pasó luego. O lo pensé luego, más bien. El principio fue un concierto de viola de gamba a solo en un entorno como el Teatro Real Coliseo Carlos III, que eso ya es todo un brindis a la intimidad, y con un repertorio, si no tan viajero como el Voyager (con una sonda espacial no se puede competir), sí bastante internacional. Sin huir de este concepto íntimo del que hablábamos pero tampoco hacinándose en él, Vittorio Ghielmi presentó un programa titulado Les voix humaines, les voix des anges, donde la variedad y el intento por no repetir lugares comunes se traslucían de una forma muy especial. Piezas de Forqueray, Abel, Marais o Hume alternadas con arreglos propios pero, por debajo de todo ello, músicas de baile contrapuestas a piezas de carácter, a guiños sonoros, a bellezas escondidas.
Aunque suelo preferir el elogio a lo pequeño, la pluma al pavo real, lo cierto es que este tipo de recital incurre en mucho riesgo. Mismo timbre y un repertorio hermano para más de una hora de mística. Pero fue precisamente ese uno de los principales logros del concierto: que no se echase de menos en ningún momento un formato más plural (por ejemplo, con su compañero habitual cuando de grabaciones se trata, el tiorbista Luca Pianca). El otro triunfo, que la sonoridad o la elección de temas jamás funcionasen como una realidad austera, sino más bien como el batiente de una ventana que permite las esencias y vislumbra el paisaje. Tras sentar las bases con dos piezas de Forqueray, Ghielmi inició la velada con la música buscavidas del canalla Tobias Hume, con todo su mundo de evocaciones guerreras y efectos de arco. Técnicamente impecable, el violagambista italiano propuso visiones muy personales con una multiplicidad dinámica que lo ocupaba todo y unas ornamentaciones que nunca traspasaron la estrecha línea que separa lo efectivo de lo efectista. Para la música de Jenkins Ghielmi utilizó un recién restaurado pardessus de viole de 1750, el hijo pequeño de la familia de las violas da gamba. Introducciones didácticas y sentido del humor iban diferenciando los bloques.
Con todo, el concierto no cogió todo su vuelo hasta llegar a la selección de piezas de Marin Marais, y que conste que no fue tanto por mitomanía personal hacia el compositor sino más por empatía emocional del intérprete con esta música. Un enfoque muy personal de la disonancia marcó este conjunto de Marais organizado en forma de suite y que contenía algunas de las piezas más conocidas del francés, como la confesión sonora de La Badinage, exquisitamente interpretada, o la que daba nombre al programa, Les voix humaines, una de esas cimas de creación que la humanidad consigue de tanto en tanto contenidas en escasos cinco minutos, ya saben, mi elegida carta de presentación en lo oscuro. Hubo dolor pero sin aspaviento, sin retórica. Esta música sigue sin perder su espíritu de reivindicación de un instrumento que iniciaba el camino del desuso, y Ghielmi explotó su afinidad con la voz humana con una interpretación plagada de efectos vocales (descarados portamenti, respiraciones, ataques de nota descompensados, etc.) que encajaban a la perfección con la forma y el fondo.
Aplausos encendidos, buena entrada (más considerando que coincidía con cierto terremoto futbolístico) y miradas emocionadas entre los asistentes a la salida. Todos agradecidos por haber presenciado algo más profundo que un mero locus amoenus. Ya saben que a veces la intimidad es una flor rara en el jardín escondido de la belleza. No siempre ambas aparecen. Pero cuando lo hacen son de un efímero que asusta. Subo hacia casa y aunque lucho por retener el momento mágico de Les voix se disgrega. Se escapa. Inalcanzable ya, pienso en la Voyager, hermana de huidas, que sigue viajando. Mientras, aquí, quedamos los Hydes.
Mario Muñoz Carrasco
Imagen procedente de http://1.bp.blogspot.com/_NVpOP8QyR7s/S27qqhjyWUI/AAAAAAAAAFE/JdkyNu81N3U/s1600-h/Juicio+Final+Miguel+%C3%81ngel+detalle+de+inframundo.JPG