Viaje musical: de Madrid a Estambul con solo cerrar los ojos

Crítica
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Viaje musical: de Madrid a Estambul con solo cerrar los ojos

Una delicia turca que no entiende de fronteras

Ciclo “Fronteras 15/16” del CNDM. Hespèrion XXI y Jordi Savall. Taksim; Der makãm “Uzzäl usules Darb-i feth”, de Dervis Mehmed, Mss. Dimitri Cantemir (209); La rosa enflorece – Maciço de rosas, tradición safardí (I. Levy I.59, III.41); Alagyeaz & Khnki tsar, tradicional armenia; Der makãm-i Hüseyni Semâ’î, Mss. Dimitri Cantemir (268); Hisar Agir Semai, lamento otomano; Ta xyla, griega; Çeçen kizi, turca; Ene Sarére, lamento armenio; Der makãm-i Uzzäl Sakîl “Turna” Semâ’î, Mss. D. Cantemir (324); Paxarico tú te llamas, tradición sefardí (Sarajevo); Al aylukhs, canción y danza armenias; Der makãm-i Räst “Murass’a usules Düyek, Mss. D. Cantemir (214); Hermoza muchachica, tradición sefardí; Taksim; Hov arek, lamento armenio; Koniali; canción y danza turca y griega; Una pastora, tradicional sefardí; Taksim; Der makãm-i Hüseyni Sakil-i Aga Riza, Mss. D. Cantemir (89). Turquía: Hakan Güngor (kanun); Yurdal Tokcan (oud); Armenia: Haïg Sarikouyoumdjian (Ney y Duduk); Grecia: Dimitri Psonis (Santur); España: Pedro Estevan (percusiones); Jordi Savall (lira, viela y dirección). Sala de cámara del Auditorio Nacional, 23 de octubre de 2015.

La evidencia, en este caso, es innegable: basta con pronunciar el nombre de Jordi Savall para saber que irremediablemente el auditorio que lo acoge tendrá que colgar el cartel de “entradas agotadas”. Este fue el panorama vivido el pasado viernes 23 de octubre en la sala de cámara del Auditorio Nacional de Madrid, un espacio que durante alrededor de dos horas estuvo abarrotado por un público expectante y deseoso de escuchar la nueva propuesta de este insigne maestro violagambista, director de orquesta y musicólogo; referente de nuestra cultura musical. Se hizo acompañar para la ocasión –como ya tantas otras veces– del grupo Hespèrion XXI, una formación dedicada a la difusión de música antigua cuya labor, parafraseando el programa de mano que se nos dio aquella tarde, está más relacionada con la investigación visionaria y anticipada que con la propia arqueología musical.

Si usted, lector, vuelve por un momento la vista atrás y echa un vistazo rápido a la lista de títulos que hemos desglosado en la ficha técnica observará que se trata de un programa evocador de la cultura musical turca y sus países vecinos. Y es que no en vano el concierto se titulaba, de forma genérica, “Estambul: la música del imperio otomano en diálogo con las tradiciones armenias, griegas y sefardíes”. Para llevarlo a cabo, Savall y Hespèrion XXI trajeron consigo intérpretes poderosos llegados de Oriente –tiempo habrá para hablar de ellos en las siguientes líneas– que consiguieron con su ejecución transmitir algo de la esencia misma de las músicas que interpretaban, aunque era necesario cerrar los ojos para situarse y alcanzar estas raíces tan autóctonas y personales de las que hablamos.

Nuevamente recurrimos al programa de mano para entender el nexo de unión entre las piezas que conformaron este concierto y que se interpretaron por bloques. Se trataba de un conjunto de “lamentos otomanos, danzas armenias, anónimos sefardís, canciones turcas… músicas supervivientes que en otra época eran un fogonazo de luz, y que bien pueden seguir considerándose un faro si cualquiera se detiene un instante ante ellas y se deja seducir por los siglos de su sabiduría e historia”. Al lado de las melodías procedentes de la tradición de aquellos países, nos encontramos con una fuente sólida y de referencia: el Manuscrito Dimitri Cantemir, que le debe el nombre a su creador. Cantemir (1673-1723) fue uno de los teóricos más importantes de su época en relación a la música otomana, y en su obra, además de estructuras melódicas y rítmicas, testimonio de la práctica de la música otomana, se recogen alrededor de 350 partituras compuestas antes o durante la vida del autor. El primer elemento que debemos destacar del concierto es la cuidada selección del repertorio, una selección que no es arbitraria y que hace gala de un trabajo meditado y bien documentado; y damos también por hecho el sabio consejo de los músicos autóctonos que participaron en la interpretación.

Estos músicos a los que acabamos de aludir fueron, sin ninguna duda, los auténticos protagonistas de la velada y sus interpretaciones, aún más que las fuentes, consiguieron trasladarnos a los diferentes países que configuraban el paisaje sonoro del concierto. El turco Hakan Güngör nos deleitó con la gran versatilidad de su kanun, un instrumento de cuerda pulsada que en realidad no es más que una de las múltiples formas que puede adoptar un salterio. Con una caja sonora trapezoidal, el intérprete lo tañe sentado sobre las piernas  pulsando las cuerdas con dos púas de concha de tortuga –una en cada mano– o con las uñas. También procedente de Turquía escuchamos el oud de Yurdal Tokcan, un cordófono carente de trastes al que de forma errónea se considera laúd árabe pero que en realidad es el antecedente de la versión europea. Desde Armenia vino Haïg Sarikouyoumdjiam para enseñarnos las posibilidades de dos instrumentos extraordinarios. Por un lado, el ney, una flauta tremendamente antigua que se elabora con una pieza de rama hueca –aunque en la actualidad pueden estar fabricados con metal– y que tiene cinco o seis agujeros en la parte frontal y uno en la parte posterior para el dedo pulgar. Por otro el duduk, un aerófono de madera que posee lengüeta doble y que quizás es el instrumento que refleja con mayor fidelidad el alma del pueblo armenio. La interpretación de Sarikouyoumdjiam con estos dos instrumentos fue una de las partes más emocionantes del concierto, ya que con sus dos flautas hizo gala de una gran sensibilidad en sus solos y sobrecogió al público con las melodías más bellas de su país. Grecia estuvo representada por Dimitri Psonis, quien hizo sonar su santur, un instrumento de cuerda percutida con dos varillas muy finas capaz de crear una gran variedad de matices y contrastes sonoros. Pedro Estevan, español y fiel compañero de Jordi Savall, fue el encargado de aportar el acompañamiento rítmico con sus variopintos objetos de percusión, desde la darbuka a la pandereta, mostrando una sutileza que solo es propia de los grandes maestros que llevan toda la vida explorando las posibilidades tímbricas de sus instrumentos. Y finalmente, Jordi Savall ejecutó la lira y la viela, dos cordófonos de arco con los que el músico se siente como pez en el agua y de los que consiguió extraer unas melodías cargadas de musicalidad, sabiduría e historia, elementos definitorios de las piezas que el grupo interpretó bajo su imperceptible pero siempre patente dirección.

El concierto, “por decisión del maestro Savall” –así lo dijo la megafonía del auditorio– se llevó a cabo sin descanso, algo que fue un auténtico acierto, pues de este modo no se alteró un discurso musical cuyo meditado planteamiento hacía evidente la conexión entre las diferentes piezas. Tampoco se alteró con la pausa la concentración de los músicos, cuya labor de conjunto es otro de los elementos destacables, y es que cuando la técnica y el virtuosismo se ponen al servicio de la música y no al revés –como acostumbra a ocurrir últimamente– la escucha se vuelve más fácil y comprensible, y si esto ocurre significa que la calidad de los artistas es incuestionable. No podemos más que agradecer a Jordi Savall y a los músicos de Hespèrion XXI el habernos dado la oportunidad de escuchar esta auténtica delicia turca.

Sin embargo, hay un elemento que chirría, y es que todo fue demasiado perfecto: estamos aquí ante un ejercicio de folclorismo en su máxima expresión, es decir, se han cogido los elementos de una determinada tradición, se han fijado y se han utilizado fuera de su contexto original. El hecho de trasladar estas músicas a un auditorio tan serio y cerrado provoca que, a pesar de la innegable calidad, falte la verdadera esencia de estas músicas: su contexto, su función, su razón de ser y su espontaneidad. Es por eso que, recurriendo a las sensaciones con las que empezábamos el texto, fue necesario cerrar los ojos para viajar por Turquía, Armenia o Grecia. Solo así pudimos escapar del auditorio y escuchar una música llena de contenido mientras nuestra mente paseaba por los barrios más populares de Estambul o recorríamos las mezquitas de Sultanahmet escuchando los lamentos que brotaban de las flautas de Sarikouyoumdjiam. Incluso, esta vez sí, los particularmente incesantes tosidos del público fueron de agradecer, pues de alguna manera contribuyeron a difuminar –siempre en el buen sentido– la extrema perfección de la performance que allí estaba teniendo lugar. Aquí nuevamente se antoja como un acierto la decisión de no hacer pausa en el concierto, que ayudó a paliar la sensación de artificialidad y frialdad a la que venimos aludiendo.

Poder asistir a un concierto de estas características es siempre un privilegio. Antes de que todo empezara, mientras esperábamos en nuestra butaca leyendo el programa de mano, nos alcanzó una frase demoledora: “[…] mucho de lo que suena, sus palabras, sus gestos, descubren una extraña vigencia, máxime en estos días en los que la cultura de los pueblos anda en las cunetas que transitan miles de refugiados y exiliados, con el correspondiente peligro de su extinción”. La artificialidad que planteamos en el párrafo anterior seguramente sea inevitable: vivimos en un mundo cada vez más globalizado y en el que poco a poco las peculiaridades culturales y musicales tendrán menos cabida; sobre todo si seguimos permitiendo los dramas sociales como el que refleja la cita de las notas al programa que acabamos de mencionar. En este sentido, nuevamente es de agradecer el regalo que nos trae Jordi Savall, una delicia turca que no entiende de fronteras.

David Ferreiro Carballo

Fotografía: Monasterio de Jor Virap en Armenia.

En portada: CNDM.

 

Publicado en octubre 2015

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