Ditirámbak entre bambalinas

Ensayo
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Ditirámbak entre bambalinas

¡Y que los chulos y chulas del barrio te toquen las palmas!

Conocí a Olivia Pablo en el otoño del 2016 cuando, volviendo desde la estación de tren hacia mi casa, me preguntó si tenía un mechero. Es curioso cómo un acto tan simple puede derivar en algo extraordinario, cómo una pregunta que se repite tantas veces en la boca de tanta gente me iba a permitir ser la narradora implícita de la siguiente historia.

Pues resultaba que Oli y yo no sólo teníamos en común el pueblo y la calle donde vivimos, también compartimos la pasión por la zarzuela, lo cual digamos que no es muy usual en mocitas de 17 y 18 años que teníamos entonces. Yo no daba crédito cuando me dijo que tanto ella como su familia son zarzueleros practicantes, y que podía ir a ver La revoltosa, La verbena de la Paloma, La del manojo de Rosas y Agua, azucarillos y aguardiente cuando yo quisiera. Por supuesto fui a verlas todas. Por aquel entonces en el número 18 de la calle Bravo Murillo todavía sobrevivía el encantador Teatro Quevedo, que ahora es un gimnasio. Las volví a ver después en el Teatro Victoria, en la mítica calle Pez del barrio de Malasaña, donde la compañía Ditirámbak lleva desde 2007 representando zarzuela todas las semanas, pasión que sólo ha podido ser interrumpida por una pandemia mundial. Sí, en verano y en Navidad, llueva, nieve o truene, también hacen zarzuela.

Todas y cada una de las veces me he quedado prendada por el empeño de los intérpretes y la calidad humana y artística con la que realizan las adaptaciones de Óscar Cabañas, el director de la compañía, que consiguen sintetizar la zarzuela real, la de toda la vida, en un pequeño escenario con tan sólo siete actores-cantantes. Por si fuera poco, en La verbena de la Paloma te regala lo que él llama su «prehistoria», donde el mismísimo don Hilarión te cuenta, con verdadero rigor histórico (y alguna licencia puntual), el contexto de la creación de la obra. Además te regala el “Coro de lavanderas” de El chaleco blanco, la “Mazurca del paraguas” de El año pasado por agua, y el “Dúo de Felipe y Maripepa” de La revoltosa, perfectamente integrados en el argumento de La verbena de la Paloma antes de que éste empiece. ¡Toma ya, ofertaca zarzuelera!

Allí, en el Teatro Victoria de Madrid, entraba y me paseaba como Pedro por su casa. Me metía donde me daba la gana: en la cabina del técnico, entre bastidores, en los camerinos, me quedaba a desmontar el decorado… Pero sobre todo invadí el salón de esta familia, donde hasta día de hoy seguimos cantando los números que más nos gustan y que más se nos clavan en el pensamiento. A cada «tiene razón» le sigue un «Don Sebastián», y la bola se hace sola.

Un rasgo curioso de Óscar Cabañas es que no para de hablar, de hecho es algo que le enorgullece. Un día incluso se autoproclamaba «el rey de los plastas» o «brasas profesional» tras largos discursos sobre por qué es imposible negarlo, dada la naturaleza de su profesión. Me convenció. Larga vida al Rey de los Plastas.

Y justo después de esa brasa –juro que esto es verdad–, nos dio otra sobre su deseo de renovar la zarzuela. Rejuvenecerla y que fuera atractiva para todos los públicos, sin perturbar ni el argumento, ni la música, y modificando el texto únicamente lo mínimo necesario. Lo primero es rejuvenecer el elenco, integrando más miembros jóvenes. Como la compañía está formada por profesionales con mucho bagaje en el mundo de la zarzuela, (incluidos Olivia y su hermano Mateo, jóvenes pero con experiencia desde la infancia) solamente quedaba dejar que la simbiosis ocurriera.

Manu, el novio de Olivia, pasó de ayudar en la cabina del técnico a interpretar a Serafín en Agua, azucarillos y aguardiente, y después a don Sebastián en La verbena de la Paloma. Con ninguna experiencia, Manu demostraba un talento natural para el teatro lírico, pero sobre todo una actitud sobre el escenario que te contagia con la pasión que transmite. El plan funciona perfectamente, y más estudiantes de canto se lanzan a hacer zarzuela con Ditirámbak, que se iba equipando con Asias, Serafines, Castas y Julianes.

Me tuvieron en cuenta y acepté de buen grado la oportunidad que me ofrecían sin tener experiencia alguna como actriz, y muy poca como cantante; pero dejo siempre las cosas para el último momento. Dejé escapar la oportunidad de interpretar uno de mis números preferidos, el foxtrot “Si tu sales a Rosales”, de la zarzuela favorita de mi abuela paterna, una enamorada de Pablo Sorozábal. Desgraciadamente, la compañía se vio obligada a quitar el sainete lírico del cartel, por falta de público.

Sin embargo, Óscar es persistente, no iba a aceptar un no por respuesta, y mucho menos después de haber recibido el sí.

Con esta presión benigna me lancé a ensayar para debutar en febrero de este año como Susana. La Susana que además canta el “Coro –en este caso, dúo– de lavanderas” y el “Dúo de Mari Pepa y Felipe” en la precuela de La verbena de la Paloma. Esa Susana.

Óscar animaba y me repetía constantemente “Recuerda, Elena. ¡Eres Hulk!”. Pese a haber ensayado muy poco con César Clement, quien hacía de Julián, me sentía muy a gusto con él sobre el escenario. Estaba tan nervioso que me obligaba a mí misma a mantener la calma por ambos. Era mi primera vez, pero él sólo me llevaba una actuación de ventaja, así que era fácil identificarme con él y apoyarnos mutuamente. Óscar estaba emocionado con la pareja, «¡por fin voy a ver a Julián y Susana en edad!», decía tras el ensayo general, orgulloso de que la mitad de su elenco estuviera representado por la juventud.

Llegó el momento de que empezara la función. Todo cambia cuando lanzas la primera nota, la primera palabra hablada. De repente formaba parte de algo único, un proyecto de renovación y a su vez preservación de un tipo de arte que nos necesita. Las primeras risas del público, escaso pero agradecido, me cambiaron la vida. Y entonces sí, me sentía Hulk, era Hulk. Susana-Hulk. El éxito lo celebramos debidamente, en uno de los bares de la calle Pez.

Desde entonces fui Susana-Hulk cada semana y ahora puedo decir que conozco cómo es una pequeña compañía independiente de zarzuela que pretende acercar el género a su pueblo, esta vez desde dentro. Conozco los nervios en el camerino, la emoción sobre el escenario, y la satisfacción durante los aplausos, una sensación que dura hasta el día siguiente. Óscar había conseguido siete jóvenes de menos de 25 años para su compañía, nos bautizó como “La quinta del buitre zarzuelero”, y con ella el público joven también aumentaba.

No tardaron mucho en pedirme que me preparara el papel de Manuela y niñera en Agua, azucarillos y aguardiente, un papel con menos apariciones que Susana, pero con un diálogo bastante más largo. Además, en esta adaptación se mantiene en verso la escena dialogada de Pepa y Manuela y, además de ser costoso el recordar el texto, también lo es no reírme. A pesar de ya tener unas semanas de experiencia, me encontraba mucho más nerviosa en este debut, incluso olvidé subir la cremallera de la falda de mi traje de chulapa. Cuando salí como niñera, más de lo mismo: la falda me quedaba enorme y los imperdibles que Olivia y yo habíamos enganchado para hacer el apaño, se vinieron abajo en el momento en el que los «niños» pretendían levantarnos las faldas. Con una mano sostenía la falda para no quedarme desnuda, con la otra sujetaba el bebé de plástico, y al mismo tiempo trataba de no salirme de mi personaje y cantar adecuadamente. Qué papel, ¡y qué vergüenza! Menos mal que tras este arranque desastroso todo fue sobre ruedas. Qué divertido fue pregonar como una verdulera junto a Olivia (como Pepa) y qué verosímil la pelea entre las amigas, clásica como la vida misma, por muy en verso que sea. Acabó siendo uno de los mejores días de mi vida, ya estaba emocionada por volver a hacer de Manuela la semana siguiente.

Lamentablemente, aquella semana llegó la pandemia a Madrid y desde entonces todo se ha paralizado. Sólo me queda dar las gracias a Ditirámbak por hacer que la zarzuela sea una experiencia accesible para todo el mundo y por darme la oportunidad de cumplir un sueño que no sabía que tenía. Confiemos en que Ditirámbak vuelva a los escenarios tan pronto como sea posible para seguir renovando este gran pedazo de patrimonio musical que estamos dejando caer en el olvido.

Elena Zamora Ruiz

Fotografía de Ditirámbak

Publicado en marzo 2021

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