Sushi & Paella

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Un relato musical

 

“Fa”. Suena mi beso en su mejilla. Me gusta, lo adoro. No dejo que el tiempo apague el eco de esa nota y voy a por más. “sol#, do#, mi… sol#, do#, mi… sol#, do#, mi”. Todo ello en un bajo ostinato. Noto a la Luna bañándose en mi frente. Bajo como un loco hasta su ombligo. Levanto la vista y todavía no me lo creo. Sumisión, placer. Ella está hecha toda de teclas de piano, pero sigue siendo tan suave como siempre. Y yo la toco como un genio de la música, como si la hubiese tocado miles de veces antes, como si ella estuviese hecha para que yo la tocase. Pero a la vez estoy alucinado, sobrecogido, como si fuera la primera vez. “sol#, do#, mi…”. Decido innovar, mis dedos escapan a la melodía y la desgarran en tonos agudos. “Si, si”. “Sí”, pienso. “Perfecto”. Las teclas se van desprendiendo de su cuerpo según las voy tocando, como una bandada de golondrinas abandonando su árbol favorito, para besar el suelo con la suavidad de las hojas secas en otoño o los copos de nieve en invierno. La desnudo por completo y ya no quedan teclas ni notas para seguir luchando contra el silencio. Y en medio de ese silencio ella abre los brazos y, por fin… Por fin, prefiero el silencio. Porque “su” silencio es para mí, como la música que nace de las manos de mi padre cuando emula a Beethoven en el salón, bendecido por un claro de luna.

Juan se despertó humedecido por el sudor y muy confuso. No recordaba siquiera haber pensado en ella en varias semanas y sin embargo ella había sido la protagonista de un sueño extremadamente intenso. Ese sueño le hizo recordar su intercambio con Ai, una chica japonesa cortés, amable, deliciosamente delicada y silenciosa. Una chica diferente, no cabía la menor duda. Juan tuvo que reconocer que, a su vuelta de Japón, le costó arrancarse aquella experiencia de su cabeza. Y era raro, porque apenas podía destacar una anécdota, un diálogo que el vertiginoso paso del tiempo no hubiera borrado. Era simplemente que notaba sobre sus hombros el peso de la ausencia de su silencio. Quería volver a verla contenerse, reprimirse, dar un paso atrás, callar… Y él se imaginaría entonces sus gritos, sus gestos y sus confesiones, con la certeza de que era eso lo que ella pensaba en realidad, cuando callaba y retrocedía… Pero ya habían pasado tres años desde que volvió de Japón. ¡A qué coño venía ese sueño!

She recalled the exchange in her mind. It was a different world back then. That month in Madrid had been so difficult, she had hated the country: The people were so loud and the food was atrocious. It’s paella. Pa – e – Ya. There is rice and fish, like Sushi. Eat it its good. She was so shy, she didn’t dare find a Japanese store in case anybody in Juan’s family might see her.

She couldn’t remember why she had decided to study Spanish. She remembered that she listened once a song of Julio Iglesias. Conservo tu amor tan dentro de mí que aún puedo vivir muriendo de amor, muriendo de ti. Maybe it was that song that made her go to Spain. On the other hand, there was no doubting why Juan had decided to learn Japanese. Food. When he came to Sendai all he did was eat. She would stare at him pick up the food and the way he would put it down his mouth. His thick lips wrapping round the food and then gone, forever. Nobody in the family had ever seen anything like it. Ha Ha[1] would constantly buy food for him, proud that there was finally a man in the house.

She barely talked to Juan. In Spain, just spent time with his friends and when he came to Japan. All he did was eat. But then there had been that moment with the mirror. Everything changed that night.

Itadakimasu. Y empezaba el festín. Todos sonreían en la mesa, sin quitar la vista de Juan. Tan sonrientes y tan lejanos. Tan inofensivos, tan marcianos…. O tal vez él era el marciano. Observarles era como asomarse a un pantano: era imposible averiguar qué escondían dentro. Y entonces Juan asfixiaba su frustración llenándose la boca. Sake. Arroz. Soja. Wakame. Salmón, toro, kobe, tempura. Como si negarse fuera una falta de educación. Y los padres de Ai continuaban con su procesión de ofrendas mucho más allá de lo razonable, como si aquello fuera una batalla para ver quién era más educado. Sólo que era una pelea lenta, suave, silenciosa, amable, armoniosa. Así que Juan seguía comiendo para no alterar aquella catarsis familiar diaria y porque llenarse la boca era la única forma que tenía de justificar su falta de conversación.

Gochisosama. Fin de la ceremonia. Juan nunca creyó que un mordisco pudiera liberar música, pero sí supo reconocer en las idas y venidas de la madre de Ai, en su femenina forma de flexionar las rodillas al sentarse, en la puerta corredera, en los cojines del suelo, en cada plato, en cada palillo de nácar una melodía sin fisuras tocada por cada átomo, cada partícula de aquel salón; y en el que Juan era el único instrumento desafinado, una mancha en la partitura.

Así las cosas, sólo en la última cena Juan logró, por fin, abrir la boca para algo que no fuera comer. Se atrevió con el japonés: Sen-ri no michi no ippo kara. Ai rió con ganas y sus padres la secundaron, orgullosos. Aquella noche, durante la última cena, todo había cambiado ya… “Incluso un viaje de mil kilómetros comienza con el primer paso, ¿lo he dicho bien?”, le susurró a Ai, mientras recogían. Ella asintió, sonriente. Pero Ai no había comprendido una palabra del español susurrado de Juan.

The day before Juan’s flight. Juan and Ai were walking in the street back from school. There was the normal awkward silence. Juan tried out some new words he had learnt. Gochiso sama deshita. Then, there was that conversation:

-Why did you come to Spain?

– I don’t know. Maybe I was looking for something.

– Did you find it.

– No.

She giggled. She didn’t know why she giggled when boys talked to her. Juan continued:

-I’m sorry you didn’t find it.

She paused, looked at him.

-No, you’re not. You didn’t care that I was there. You just wanted to be with your friends. I saw you laughing at me with them.

The pair walked on a little while in silence and suddenly Juan interrupted it.

-You were just looking for attention.

-Really? from you? It doesn’t surprise me that is what you think. You spend all your time looking at yourself, you think everybody else does as well.

Juan choaked on his words as he thought of his reply, paused and finally said in Spanish:

-¿Qué hay para cenar hoy?

Ai rested in silence, kept walking. A few seconds later, said without looking to him:

-Okonomiyaki.

19:30. Ai’s mother stared at the dish she had just prepared wandering whether she had made enough. After all, this was Juan’s last night. She stared at the food, impressed at her skill. She took one last long look at the dish and then turned to Ai and asked her to get Juan for dinner. Ai walked down the hall, turned into his room and she hesitatingly crept forward. She couldn’t see him but as she turned to her right, she noticed that the toilet door of the en-suite was ajar, and she could see his reflection in the mirror. Suddenly his eyes were looking into her eyes and at that precise momento time slowed down so that little details like the color of the toothbrush sitting in the mug, or the stain on the next to the mirror seem much more visible. His eyes seemed so big. She stood, watched, and heard his towel hit the floor and then the mirror began to fog as his panting grew louder.She stayed there, transfixed, and after what seemed a long time, the fog disappeared and those eyes reappeared as big as ever or bigger perhaps. Ai confidently told Juan: “It’s time for dinner”.

The next day Ai took Juan to the airport. She smiled and giggled all the way to gate. She couldn’t stop talking, she discovered that her Spanish was much better than she had ever imagined.

The words came but Juan left.

Conservo tu amor tan dentro de mí que aún puedo vivir muriendo de amor, muriendo de ti.

Tres años después, el teléfono móvil de Juan sonó de nuevo con esa melodía japonesa que tan graciosa le parecía. Dejó que la melodía fluyese hasta rebotar contra las paredes de su habitación. Ryuichi Sakamoto era un genio. Miles de recuerdos con sabor a salsa de soja se pasearon por su mente, salpicándole la vista de un pasado no tan lejano. El sol latía con fuerza en el exterior, pero las persianas cortaban su paso, fragmentando su empuje hacia la habitación de Juan en miles de lunares. Como si cada lunar solar representara un recuerdo. Juan se preparó para dar de nuevo la bienvenida al silencio, recostado en su cama. Todas las mañanas Julio Iglesias se encargaba de quitarle las legañas, de amenizar aquel costoso proceso de resurrección diario, pero hoy no hacía falta. Hoy le bastaba con una llamada perdida y el posterior e inevitable silencio, que no era sino una caja de resonancia de aquella melodía. Y cada tecla de piano acariciada por el maestro Sakamoto, la sentía como una dulce picadura. “Dormir” no siempre tiene el mismo significado y no todos los despertares son iguales. Y no cualquier persona, no cualquier silencio, consigue que apartes la mirada de un claro de Luna, que no prestes atención al Claro de Luna. Juan hubiera gastado todos sus ahorros en volver a tener aquel sueño.

Julio Acinas Villanueva y Vaughan Phillips

Artículo publicado originalmente en Jugar con fuego. Revista de musicología

Archivo histórico: entre febrero 2011 y enero 2012

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