La música comercial y la música no comercial
La música comercial y la música no comercial
Arte y producto
Es muy común hoy en día utilizar la expresión “música comercial”. El hecho de usarla presupone que existe también, por contraposición, la “música no comercial” (también llamada “alternativa”). El debate está en la calle, y a veces el no plantearnos a qué nos referimos al emplear estas expresiones nos puede llevar a cometer errores o imprecisiones.
Cuando nos referimos a música comercial podemos hacer alusión, de modo general, a aquellas canciones que son fácilmente “vendibles” o que, directamente, se crean con el objetivo de conseguir un éxito de ventas. Esto englobaría la mayor parte de manifestaciones conocidas como música pop. No obstante, cualquier pieza musical de cualquier estilo podría ser denominada “comercial”. Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que una canción es o no comercial?
Como en casi todo, puede haber una explicación: ya desde finales del siglo XIX se establecieron algunas escuelas de composición de canciones, como la famosa “Tin Pan Alley”, de Nueva York. Grupos de productores y compositores, aliados en un principio para velar por sus derechos, vieron la canción popular como una forma de negocio, estableciendo una industria. La radio, y después la televisión, sirvieron como método de hacer llegar a cualquier punto la música que se estaba haciendo en el momento.
Los compositores que trabajaron por encargo durante sobre todo la segunda mitad del siglo XX conocían la manera de escribir canciones que gustasen, y durante años fueron una enorme fuente de éxitos que eran interpretados por cantantes con una imagen adecuada para que el público pudiese interesarse en ellos y en su música.
¿Podemos decir entonces que existen fórmulas musicales que funcionan comercialmente? Sí, pero no siempre. Quizás en determinadas épocas funcione una estructura musical concreta, y en otras no tanto. Todos sabemos que elaborar un estribillo sobre acordes mayores, que arropen una melodía sencilla y clara, nítida, y repetirlo 4 ó 5 veces en la canción funciona. Si la letra del estribillo es corta y repetitiva, y su fonética es musical, mejor. Pero quizás no sea suficiente para conseguir un gran éxito de ventas. Las grandes empresas hoy en día saben que les es más seguro crear un nuevo artista que financiar a uno ya existente. Si la discográfica le paga una composición a un escritor de canciones que trabaje a sueldo, y se la da a cantar a un cantante que dé la imagen y tenga la voz adecuadas para su época, su estilo y su “target comercial”, seguramente logre un hit.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, los estilos musicales se sucedieron con gran rapidez, desde el blues y el country, pasando por el rock and roll, a la psicodelia, al pop rock sinfónico, después al punk, y a partir de los ochentas a un largo etcétera. Sin embargo, si estudiamos las canciones que fueron éxitos mundiales, de cualquier estilo, veremos que existen coincidencias en su arquitectura interna. Por ejemplo, “Stand by me”, de Ben E. King (1961) y “Every breath you take”, de The Police (1983) utilizan la misma progresión de acordes: I vi IV V: la famosa “progresión de los 50”. Las separan más de veinte años de historia musical, y pertenecen a estilos de música diferentes, pero son exactamente iguales a nivel estructural. Teniendo en cuenta que se trata de dos de los mayores éxitos de la historia de la música, podemos afirmar que la fórmula I vi IV V funciona.
Por otro lado, y considerando entonces el hecho de que en la composición de música popular hay fórmulas que se emplean y que dan buenos resultados comerciales, podemos pensar que quizás la música como forma artística se puede ver afectada. Nos quedaría plantearnos algunas cuestiones éticas: ¿dónde termina la canción como expresión artística de sentimientos humanos sublimados, y dónde empieza la canción como fórmula explotable económicamente? ¿Es posible que ambos conceptos vengan unidos? ¿Y qué es la música no-comercial?
Empezando por el final, la música no comercial existe en cuanto existe música comercial, es un concepto que sólo tiene sentido en contraposición de otro. De modo que si hay música comercial, existe música no-comercial. La música no comercial es la que, desde un principio, no se elabora para ser comercializada. Pero, ¿realmente podríamos hablar de música no-comercializada? De no haber sido dada a conocer de manera comercial, ¿la habríamos conocido entonces?
Podemos pensar que el elaborar música al margen de la industria aporta más libertad, y permite que se establezcan nuevas propuestas artísticas fuera de las predominantes. Pero llevar esto al extremo nos puede hacer caer en algo que a mi juicio es un error: valorar el hecho de que una canción no sea comercial, para decir que tiene más calidad artística simplemente porque ha nacido sin la pretensión de ser un éxito puede hacer que nuestra capacidad para apreciar la música se vea mermada. Si una colectividad prefiere, a día de hoy, escuchar propuestas musicales minoritarias, porque parecen estar rodeadas de un aura de “libertad creadora”, o ser más “alternativas”, seguramente sea por una reacción en contra de una industria feroz que nos bombardea continuamente con éxitos prefabricados, y que no satisface las expectativas de cierto colectivo de melómanos conocedores de una gran cantidad de música. Pero hemos de saber que esa supuesta libertad creadora no tiene por qué traer consigo mayor calidad.
Yo planteo la cuestión contraria: a priori, si una canción consigue llegar a más personas que otra, podemos pensar que algo mejor tiene. Porque no creo que la música nazca con algún otro objetivo más que el de ser escuchada.
Es cierto también que en muchos casos el “llegar” a un número mayor de gente viene dado más por la promoción y el alcance mediático de una determinada propuesta que por su calidad intrínseca. Pero esto no es óbice para afirmar que cualquier propuesta artística que se plantee, en cualquier campo, cuando logra conectar con el mayor número de gente posible, debemos analizarla con un respeto extremo, y valorar muy positivamente el hecho de que consiga llegar de esa manera al alma colectiva. No nos engañemos: la música la hacen las personas para las personas. Y aunque es complicado aportar argumentos objetivos a un tema que tiene más que ver con las emociones colectivas que con una realidad mensurable, si una canción consigue maravillar a cientos de miles de humanos durante más de 50 años, saltándose generaciones y localizaciones geográficas, yo me quito el sombrero. Seguramente se trate de algo grande.
Si es ético artísticamente hablando dedicarse a componer música simplemente como manera de ganarse la vida, siendo conscientes de que lo que hacemos existe sólo para generar un consumo directo y volátil, es una cuestión que tendrá dos maneras de ser abordada: desde el punto de vista del mercado, donde lógicamente sí es ético, y hasta preferible, porque se consigue mantener un consumo que hace que la industria siga funcionando; y desde un punto de vista artístico, a través del cual estas propuestas no son valoradas en absoluto. Los que trabajamos componiendo canciones, cuando oímos alguna demasiado comercial, que notamos que se ha hecho sólo para obtener un rendimiento económico, rápidamente la identificamos, bien porque sus acordes nos remiten a otras canciones previas (incluso melódicamente muchas son un plagio), bien porque se presenten abiertamente con una estructura demasiado manida que vamos adivinando aún sin haber escuchado nunca la canción. Estas canciones, en algunos sectores del público más “entendidos”, generan rechazo, el efecto contrario a lo que se buscaba al lanzarlas. Pero esto no preocupa a las discográficas, porque saben que cuentan con una gran cantidad de oyentes menos avezados a los que, no sólo no les molesta, sino que prefieren que las canciones que consumen se parezcan a otras que ya les gustaban anteriormente. Este es el fenómeno curioso del “interés por identificación”: cuando una canción te gusta nada más oírla porque se parece en algo, que no terminas de reconocer, a otras tantas que te gustaban anteriormente. Este “truco” está tremendamente explotado hoy en día en nuestro país por grupos como Pereza, Amaral, o Fito y Fitipaldis. Seguramente las bandas que más éxitos logran en el panorama español. Y eso da que pensar.
Pero por otro lado, todos conocemos miles de ejemplos de canciones que artísticamente son muy reseñables y que han sido también grandes hits de la música moderna. Y es que la comercialidad y la calidad no tienen porque estar reñidas. De hecho, podríamos afirmar de una manera simple y seguramente ingenua que cuanto más calidad tenga algo, más debería ser consumido por la gente. ¿No sería ése el estado normal de las cosas? La experiencia demuestra a veces que sí, y a veces que no. Quizás sí en un primer momento, cuando la música popular empezó a tener una gran difusión a través de los medios de comunicación, y los grupos podían dar rienda suelta a su creatividad porque sabían que había una manera directa de colocarse en el mercado, de obtener un beneficio que les permitiese dedicarse exclusivamente a componer. Pero desde que “vivir de la música” es más complicado, por las pocas ventas, y por la sobresaturación del mercado, la necesidad de llamar la atención del público en muchos casos ha estado por encima de la necesidad de crear belleza, y quizás el público haya ido aprendiendo, de manera inconsciente, a consumir música de muy baja calidad y con poco contenido. De esta manera, en un panorama musical cada vez más pervertido por la necesidad de hacer que la música rinda económicamente, las nuevas generaciones, que nacieron en los años noventa, en muchos casos sólo conocen la vertiente comercial de la música. La entienden sólo como producto, la compran troceada en piezas de 3 ó 4 minutos desde su terminal de telefonía móvil, sin preocuparles quién la escribió, o qué le motivó a hacerlo. Ni siquiera se preocupan de qué canciones acompañaban al single dentro del álbum, porque el disco como concepto desapareció con el avance de Internet. Tarea de todos es hacer que el proceso se revierta en algún momento, para hacer que las generaciones que vienen entiendan la música primero como una forma artística de expresar emociones, y después, nunca antes, como un producto.
Pablo Seijas
Imagen proveniente de: http://gotham.fromthesquare.org/wp-content/uploads/2012/04/Tin-Pan-Alley.jpg
Artículo publicado originalmente en Jugar con fuego. Revista de musicología