Complicidad sumergida

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Complicidad sumergida

Del aroma de lo etéreo a la realidad explícita

 

Primera Rapsodia para clarinete y piano, C. Debussy; Cuatro piezas para clarinete y piano, A. Berg; Sonata para clarinete y piano, F. Poulenc. Melancolía y simbolismo: resonancias e influencias de Maeterlinck en la música del s. XX. Madrid, Auditorio de la Fundación Carlos de Amberes. 25 de octubre de 2011. Kyoko Nojima (piano) y Vicent Alberola (clarinete).

Huele a tardes grises, vuelan los pájaros sobre un dulce anhelo, las olas se funden con el áspero viento… Sensaciones que Debussy evoca con las tres primeras notas de su Première Rhapsodie para clarinete y piano. Por un instante, las características musicales de esta obra me evadían de la sala de concierto, sensación intensificada por la limpieza de los pasajes pianísticos. Pero el sucio sonido del clarinete de Alberola, posiblemente producido por una caña demasiado dura, rompía con la magia del momento. Demostró sutileza en los pianísimos de la pieza, aunque quizás demasiado arriesgados y entrecortados en ocasiones. El excesivo uso de la respiración continua no fue muy productivo ya que no llegaba a terminar bien las frases melódicas. No obstante, estuvo totalmente conectado con la pianista demostrando complicidad interpretativa y ajustándose en todos los pasajes.

El público allí presente era diverso: desde alumnos de superior de clarinete que conocían perfectamente las obras, hasta gente de la misma fundación que asistía con el fin de descubrir las influencias de Maeterlinck. La sensación de placer generalizado vino con la interpretación de las piezas de Alban Berg y la Sonata de Poulenc. En esta última, ambos músicos reflejaron con gran expresividad los sentimientos que tuvo el compositor a la hora de crearla con motivo de la muerte de su compañero Arthur Honegger: desde la rabia incontenida del primer movimiento hasta la melancolía y nostalgia del segundo que transmite el dolor por la pérdida.

Las cuatro piezas de clarinete de Berg, sin embargo, trasladaban al mundo expresionista atonal en el cual el clarinetista demostró su brillante técnica y la exploración de sonidos en tesituras extremas. La reiteración incisiva de sonidos, peculiar en esta obra, hizo que el oyente se evadiese hacia un oscuro mundo de impiedad y soledad, sin atisbo alguno de esperanza, sobre todo provocado por una experimentación de la sonoridad del registro grave del piano que dejó sin hálito a los espectadores.

El aplauso eufórico produjo que Alberola y Nojima interpretaran dos bises finales: Encontré un pequeño Otoño de Joshinao Nakada, una pieza originalmente para violín y piano, sencilla pero dulce evocación de un paisaje de hojas de cerezo cayendo sobre hierba mojada y terminando con una mirada cómplice entre los ejecutantes. Por otro lado, el segundo movimiento de la Sonata para clarinete y piano de Bernstein, conectada históricamente con la de Poulenc por ser estrenada en 1942 por Benny Goodman al clarinete y con el mismo Bernstein al piano, dejó al espectador con un buen sabor de boca transmitiéndole los ritmos copiosos del West Side Story legados del jazz.

María Elena Cuenca Rodríguez

Artículo publicado originalmente en Jugar con fuego. Revista de musicología

Archivo histórico: entre febrero 2011 y enero 2012

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