La trascendencia del sonido

Crítica
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La trascendencia del sonido

Evolución y revolución

Auditorio Nacional. Revoluciones. Ciclo Sinfónico de la OCNE. Concierto 10. Temporada 14/15. Obras de Arthur Honegger, Francisco Coll y Henryk Górecki. Orquesta Nacional de España. Dir.: George Pehlivanian. Juan Carlos Matamoros, trombón. Measha Brueggergosman, soprano. Madrid, 18 de enero del 2015.

Tres son las obras que el pasado 18 de enero tuvimos la oportunidad de escuchar bajo la batuta de George Pehlivanian: Pacific 231 de Arthur Honegger, Tapias de Francisco Colly la Sinfonía nº 3 op. 36de Henryk Górecki. Este evento, de cierto aire kafkiano, tuvo un elemento común: el de la revolución lenta, continua y obsesiva que estiraba y jugaba con el tiempo de manera circular.

No olvidemos que el primero de los compositores mencionados, a pesar de pertenecer al grupo de Les Six, siguió un camino algo diferente. Aunque suele asociarse a Honegger únicamente con Pacific 231 (primero de los tres movimientos sinfónicos junto a Rugby y su Mouvement Symphonique nº 3), debemos tener en cuenta que compuso además para un gran número de géneros distintos: concierto, teatro, cine, ópera y oratorio, entre otros. Sin lugar a dudas, este “Movimiento sinfónico” (título inicial que sustituyó por el de Pacific 231 con la intención de mostrar una imagen musical futurista) es un canto a las grandes máquinas del siglo XX y, en concreto, a la locomotora; máquinas de las que poseía un conocimiento exhaustivo y a las que amaba de un modo pasional. Esa idea abstracta perseguida por Honegger a lo largo de la pieza, la de conseguir transmitir la aceleración matemática del ritmo que posteriormente se estabiliza emulando a una locomotora que, en lugar de salir, “efectúa su salida”, musicalmente se caracteriza por un gran coral variado vestido de contrapuntos (que hacen honor a la admiración que este compositor sentía por el barroco alemán y, en especial, por J. S. Bach) y al servicio de una nueva estética. Bajo la batuta de Pehlivanian se persiguió ese respeto hacia el ritmo y tempo que dominan la totalidad de esta composición, percibiéndose además una de las características de este compositor: el dominio arquitectónico, hecho que le permitiría a lo largo de su carrera mezclar distintos lenguajes y, en algunos casos, granjearse contratiempos con los miembros de Les Six, que veían en su música la transgresión de algunas de las ideas del grupo.

Una obra española, encargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España, cerró la primera parte del programa. Sin lugar a dudas, Tapias, música para trombón y orquesta de Francisco Coll (en su revisión de 2012), contribuye a la ampliación de la literatura para este instrumento, particularmente escasa como instrumento solista. En ella pudimos ver una plantilla orquestal potente, con la sorprendente inclusión de la batería y en donde un ritmo pegadizo, obsesivo, repetido y minimalista latía, al mismo tiempo que la mezcla de emoción e intelecto conseguía captar la atención de un oyente aletargado hasta entonces, especialmente a partir de su segundo movimiento. El público, algo distraído en la primera de las obras, parecía ver en ésta cierto halo familiar. Y digo “algo distraído” porque se pudieron escuchar comentarios referidos a Pacific 231 del carácter “esta cosa no la entiendo”. Uno diría: “¡pobre Honegger!”; yo digo: “¡pobre educación musical!”. Pero, anécdotas aparte, lo cierto es que el solista, Juan Carlos Matamoros, recibió una ovación que, en intensidad, chocaba con los numerosos asientos vacíos que uno podía apreciar. Es preciso señalar que este solista se encargó además de su estreno, el 13 de octubre de 2010, en el Palau de la Música de Valencia con la Orquesta Filarmónica de la Universidad de Valencia bajo la dirección de Cristóbal Soler. Recientemente, la pieza ha mostrado su cara más internacional al haber sido interpretada en Glasgow, once días después de este concierto, por la BBC Scottish Symphony Orchestra, con el solista Simon Johnson y bajo la batuta de Otto Tausk.

El concierto finalizó con la Sinfonía nº 3, op. 36, más conocida como la Sinfonía de las lamentaciones de Górecki. Esta obra, para orquesta y soprano, opta por estructuras sencillas acompañadas de un texto en polaco con el que nos deleitó la soprano Measha Brueggergosman. Resulta curioso cómo esta pieza rechaza el serialismo que amparó toda la primera época de este compositor y se decanta por el uso de repeticiones, la utilización de una armonía que posee ciertos ecos medievales y que huye de la complejidad, todo ello en el marco de texturas claras y con dominio de las cuerdas. Por la carga de sus letras, es preciso hacer una breve mención a los textos que se incluyen y que giran en torno a la temática de la maternidad y el alejamiento que las guerras provocan entre los seres humanos. Estas ideas se traducen en la Sinfonía nº 3 de la siguiente manera: en el primer movimiento, Lento – Sostenuto tranquillo ma cantabile, Górecki se decide a utilizar el empleo de un lamento escrito en el siglo XV cuyo texto hace referencia a una conversación establecida entre la Virgen María y Jesucristo en el momento de la crucifixión (“Mi querido hijo, mi predilecto, comparte tus heridas con tu madre…”); letras que se ven acompañadas por un canon y una melodía en modo eólico. Seguidamente escuchamos el Lento e largo – Tranquillissimo, en el que encontramos unas palabras descubiertas en las paredes de una prisión de la Gestapo en la Segunda Guerra Mundial y pertenecientes a una adolescente que las había dejado escritas (“Oh mamá, no llores. Inmaculada Reina Celestial, socórreme siempre. Ave María, llena eres de gracia”); palabras que atrajeron la atención del compositor pues en ellas no encontró la tan común y ansiada sed de venganza, sino la tristeza de una niña al pensar en el sufrimiento de su madre. En él destaca un motivo reiterado y circular que alcanza el clímax de libertad para posteriormente concluir con un largo acorde de cuerdas siempre en la misma dinámica que deja en tensión al auditor. Por último, el Lento – Cantabile semplice, en el que escuchamos una canción folclórica (“A dónde se ha ido mi querido hijo”) que muestra la angustia de una madre que busca desesperadamente a su hijo asesinado durante la insurrección silesia de 1919; canción que Górecki ya había escuchado y que le había cautivado en 1973, cuando el folclorista polaco Adolf Dygacz se la mostró. Este último movimiento se construye a través de la evolución de un motivo sencillo acompañado de cambios modales y dinámicos que son más contrastantes que en los movimientos anteriores. En cualquier caso, la temática de la guerra no es lo que vertebra esta pieza. Tampoco es una obra para las víctimas del Holocausto muertas a manos de los nazis en Polonia, ni un Dies Irae. Es, simplemente, una sinfonía de lamentaciones; la única de las obras del programa que consiguió realmente absorber a la audiencia.

No sé muy bien por qué motivo el concierto me trajo a la cabeza la aclamada película Groundhog Day, más conocida en nuestro país como El día de la marmota. ¿La recuerdan? Aquella en la que el personaje tenía que repetir cada día hasta alcanzar la perfección vital y en donde el tiempo dejaba de tener una concepción lineal. Y es que esta sensación de una revolución quasi estática no hacía más que dibujar un collage de personajes e ideas en mi mente: el paso del tiempo y las descripciones del Moby Dick de Herman Melville, el personaje deGregor Samsa en Die Verwandlung (La metamorfosis) de Kafka,la expresión de los “sentimientos” del señor Mersault en L’étranger (El extranjero) de Albert Camus o el escribiente existencialista Bartlebly con su insistente negativa I would prefer not to (“preferiría no hacerlo”) ante cualquier requerimiento de su patrón, algo que podemos apreciar en Bartleby, the Scrivener: A Story of Wall Street (Bartleby, el escribiente) de nuevo de Melville. Cuatro obras a las que, no sé por qué, me llevó este concierto (muy) redondo que no tenía ni principio ni fin; obras e ideas que me permiten expresar no sólo la imagen final que había quedado dibujada, sino el lema que junto a ella figuraba y que se escuchaba de fondo: ¡Huye del peligro de esa sociedad y no seas una de las tuercas que forman parte de su engranaje! Que uno no es “distinto” porque lo acusen los “sanos”, sino porque él ha aceptado su circunstancia y ha olvidado la necesidad de dependencia.

En definitiva, lo que sí es cierto es que el concierto finalizó dejando al auditorio en un silencio abrumador, como si el mensaje trasmitido hubiese sido captado. Un mensaje común a las obras interpretadas que, a lo largo de los minutos, se había repetido y se había ido intensificando alcanzado progresivamente el clímax final. Un clímax de silencio sostenido durante unos minutos que parecieron ser eternos para dar pie, posteriormente, a un estallido de aplausos. Un mensaje cuyos ecos no hacían más que repetirse una y otra vez: “¡Trascended! ¡Despertad!”.

Tatiana Aráez Santiago

Fotografía: http://www.starmedia.com/imagenes/2011/04/la_espiral_absorbente_9483ce53dba3fed59b171e5651.jpg

Publicado en febrero 2015″ id=”mes” alt=”octubre” border=”none”/>

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