Re-tocar

Editorial
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Re-tocar

Mi casa se está convirtiendo en un salón de belleza. Unos repasan textos, los masajean y miman para que puedan volar por sí mismos, sin contracturas. Otros, como si las ondas sonoras se correspondieran a unas cuantas horas de spinning, consiguen mantener su propia salud mental en forma a través de la repetición de melodías. También hay quien acaricia pantallas de las que pueden salir quién sabe qué nuevos misterios rejuvenecedores.

Y es que quizás debiera considerarse un enorme punto de inflexión el que el siglo XX nos brindara la ocasión de palpar nuestros objetos de manera asombrosamente sencilla, otorgándonos la capacidad de cambiar su forma, reconstruirlos, repetirlos. Uno se pregunta cómo escribió Cervantes su Quijote sin siquiera máquina de escribir, casi de un trazo, siguiendo la inspiración fortuita de su pluma y los obstáculos se presentan para su posterior aderezo.

Pero incluso la repetición, otro gran regalo de nuestra época, puede ser beneficiosa. Sabemos que nuestra amiga la música se ha aprovechado siempre de nuestra capacidad de reconocer los elementos que creíamos haber perdido por el camino. Ahora podemos, además, repetirla cuando y donde queramos, sin necesidad de contratar a un grupo de música portativo, como se decía antes. A veces el cuerpo nos pide cambiar de sintonía, hartos del “More Than This” de Roxy Music; otras reclamamos con ansia un “Tócala otra vez, Sam”.

El peligro es que esta búsqueda de la belleza y el placer –y no sólo la que se libra en el “salón” de mi casa– es inagotable, y tal vez agotadora. Por poder, podríamos estar masajeando nuestras creaciones toda la vida, la combinación de USB y enchufes nos permitirían repetir una misma canción toda una existencia.

Beneficiémonos, con todo, de esta insaciabilidad, distinta a la que tenemos en otros placeres, reprimidos por las temibles leyes de la evolución: se nos priva de comernos siete hamburguesas deliciosas sin sentirnos, quizás, algo menos ligeros que antes de ingerirlas.

Mientras dure.

¿Con moderación?

Fotografía: Lucía Fdz. de Arellano Juan.

Publicado en enero 2014

 

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