Llegar a la cima y rozar la locura: Swans, To be kind
Llegar a la cima y rozar la locura: Swans, To be kind
Discóbolos
To be kind, Swans, Mute Records, 12 de mayo de 2014.
En 2014 Swans alcanzó la cima de su carrera musical con un disco que gira en torno a ese concepto: la llegada a las cimas, al extremo, al infinito y a rozar la locura. Aquí iremos desglosando el álbum poco a poco para entender de qué se trata con cierta precisión. Con To Be Kind (2014) nos encontramos probablemente ante el mejor disco de post-rock que podemos escuchar en la actualidad.
“Screen Shot”, primer tema del álbum, tiene una duración de 12 minutos, construidos con un material musical extremadamente reducido: el tema se forma sobre una línea melódica muy simple llevada por la guitarra y el bajo principalmente. Pasados pocos segundos se suma la batería, con un tratamiento muy especial de la caja, afinada de tal manera que el sonido produce armónicos, que añaden una capa más a la textura global. Esta información es repetida una y otra vez, sin parar de sonar en los 12 minutos de música, mientras tanto, desglosan pequeños efectos de pedal con otras guitarras, que aumentan el misticismo de lo ocurrido. Todos los instrumentos incrementan el volumen muy lentamente, en el camino se añaden patrones en el sintetizador y en el teclado que generan una bola de sonido que no hace más que crecer y crecer. En los últimos minutos, este crecimiento sonoro provoca que todos los instrumentos suenen a la vez –incluida la voz– provocando un caos generalizado de efectos.
“A Little God in My Hands” continúa con las ideas expuestas en la primera obra del disco. Todo comienza con unas células melódico-rítmicas acompañadas de la batería, sobre las que se acumula material hasta formar una gran magnitud de sonidos entrelazados. En el 1’34’’ nos sorprende un corte musical provocado por algunos instrumentos de viento metal y un sintetizador que convierte poco a poco el ruido en materiales repetitivos en las guitarras y el piano. En el 5’ 35’’ el sintetizador irrumpe y, más que aportar a la textura, inicia otra capa sonora totalmente fuera de contexto que indica que los bucles anteriores están llegando al fin. Sintetizador y guitarra quedan sonando con un simple acorde hasta el último compás.
La joya de la corona es “Bring The Sun/ Toussaint L’Overture”. Empieza con un sonido de “wah-wah” en la guitarra para, en breve, mostrar una inmensa secuencia de dos minutos de duración en la que no sucede más que la repetición excesiva de clústeres en las guitarras, junto con una batería que toca la caja en la parte del contratiempo. A medida que avanza el tiempo en esta primera sección, se distinguen ligeros cambios en el clúster de las guitarras, añadiendo o quitando algunos sonidos. Después de este espectacular inicio, todo se queda levitando, flotando en lo anterior. En el minuto 4’20’’ una guitarra y la batería añaden a lo ocurrido unas pequeñas células, tocadas muy piano para que nazcan prácticamente de la nada, mientras la voz recita varias palabras de vez en cuando. Sobre el minuto siete todos los instrumentos ya se encuentran sonando a la vez muy piano, con la intención de subir el volumen progresivamente. De nuevo se inician los efectos de “wah-wah” aupados por guitarras y ritmos, sumados a la voz que, como en otros temas que hemos analizado, es un motivo más que se añade al sonido total. Dicha ola de sonido aumenta sutilmente de forma ininterrumpida hasta el 14’30’’, donde se vuelve a una zona de reposo musical con diversos efectos de percusión y sonidos de guitarra aleatorios ad libitum. A pesar de la falta de ruido y de densidad, siempre se puede percibir tensión en la música, pues los efectos tienen un carácter continuista y misterioso, cuya presencia abre puertas a nuevas secciones estructurales. Sobre el minuto diecinueve se disparan voces y gritos fusionados con ruido de guitarras, formando un clúster masivo de disonancias, una sección de ruido puro que, como todo en este álbum, tiende a desaparecer del mismo modo que llegó a nuestros oídos.
Sí que es cierto que a pesar de ser un disco muy innovador, Swans tiende a copiar los esquemas de sus canciones. En “Just a Little Boy (For Chester Burnett)” encontramos una manera de programar la música similar a la de “Toussaint L’Overture”. Motivos muy sencillos en la guitarra y bajo suenan de forma prolongada acompañados por la batería e irrumpidos por sonidos y efectos aleatorios que refuerzan las células anteriores, mientras la música ensancha su volumen. Se llenan doce minutos de música con el mismo material y recursos, excepto en los diez últimos minutos, en los que se alternan exactamente los mismos riffs de guitarra en forte con las células del principio del tema.
En “Some Things We Do” se llega a una reducción extrema del material musical. Simplemente consta de efectos de violines, como glissandos ascendentes y descendentes sustentados por una patrón en la guitarra acústica y en un instrumento de cuerda; y la voz, que, de nuevo, sin entonación musical alguna, se dedica a recitar la letra una y otra vez. Los motivos son tan increíblemente reducidos que nos es imposible no mirar atrás y darnos cuenta de la tremenda influencia de los minimalistas.
“Oxygen” muestra de la misma manera el concepto de “Screen Shot”. Todo empieza con un acorde disonante en la guitarra precedido por la línea del bajo, que sale de la resonancia del propio acorde, momentos después se une la batería con el uso de los platos hasta que comienza a marcar el ritmo estricto con caja y bombo. Esto se prolonga durante un minuto y diez segundos, momento en el que la voz hace su primera aparición, con un tratamiento diferente. Sigue siendo anti-melódico y muy efectista, pero esta vez la función de la voz es flotar en el espacio sonoro, pues no se atiene a ninguna norma rítmica, solamente recita con total libertad. En el minuto dos y quince segundos más guitarras se unen al acorde disonante, provocando que, más que un acorde, pase a ser un clúster, pues es prácticamente imposible saber cuántas y qué notas hay sonando a la vez. Poniendo atención se notan ligeras fluctuaciones de notas dentro de ese conjunto sonoro, a medida que avanza la pieza (con la misma finalidad que en “Screen Shot”, la del crescendo progresivo), el acorde va engordando. Ya creada la gigantesca textura, en el minuto tres y treinta segundos todo se para, para que la voz inicie un patrón rítmico soportado al unísono por la batería mientras, cómo no, las guitarras mantienen el suyo propio. El paso posterior es la vuelta al material de la primera sección, con la adición de otro motivo por parte de los vientos metales, que engrandece el clúster. Sigue creciendo y creciendo todo el material junto, repitiéndose hasta rozar lo enfermizo, llegando al minuto siete y diecisiete segundos, donde solo quedan resonando el gigantesco acorde y la caja de la batería a contratiempo hasta que, finalmente, en una de las tantísimas repeticiones, se acaba el sonido. Una vez escuchada y procesada, es curioso ver como se asemeja la idea del crescendo progresivo a obras como “Drumming”, de Steve Reich, cuya primera parte se inicia en las cortas corcheas de los bongos, para que en cuestión de minutos se convierta todo en un gran plano de sonoridades percutivas.
La estructura general de este disco surge de desarrollar el concepto de una progresión conjunta y masiva. Todo tiende a ir hacia arriba, tanto de volumen como de densidad instrumental, hasta que el ruido gobierna el sonido. Esta tendencia de crecer y decrecer en cada tema, de llegar a la cima más extrema para después caer en picado, da una visión continua del álbum, pues al acabar un tema, el siguiente se solapa aunque tenga un material armónico y melódico distinto. Si surge una subida es para que la caída de volumen pueda complementar el siguiente material, y así sucesivamente.
To Be Kind no es un álbum, es una imagen.
Guillermo Masiá Salom y Livia Camprubí Bueno
Fotografía de Livia Camprubí Bueno