Norma, sin claroscuros
Norma, sin claroscuros
Cuando la antítesis se vuelve translúcida
Norma, Vincenzo Bellini, libreto de Felice Romani, basado en la obra de teatro Norma, ou l’infanticide (1831) de Alexandre Soumet. Maria Agresta, Gregory Kunde, Michele Pertusi, Karine Deshayes, Maria Miró, Antonio Lozano. Orquesta Titular del Teatro Real, Roberto Abbado (dir.); Coro Titular del Teatro Real, Andrés Máspero (dir.); Davide Livermore (dir. escena). Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con el Palau de les Arts de Valencia y la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO). Teatro Real, 26 de octubre de 2016.
Parece extraño que llevara más de cien años sin oírse en el Real. La que suscribe la presente reseña no es especialmente adepta al estilo belcantístico de este compositor; sin embargo, Norma es cosa distinta. Es un juego de claroscuros, de contrariedades, de sutilezas. No es la simple melodía melismática, llena de volatas y volatinas del estilo italiano; tampoco es el sentimiento fácil y el lloro desgarrado de otras óperas. Norma es la tragedia por excelencia, basada en el gran entramado de relaciones cromáticas que cubren con velo de tul negro la cálida y elaborada melodía. Norma fue aquello a lo que Wagner sucumbió, componiendo hasta una nueva aria para Orovesto y dirigiendo la ópera repetidas veces en el teatro de Dresde entre 1842 y 1848.
A su vez, Norma es esa antítesis griega entre el ethos y el pathos; su protagonista es la que se debate entre el deber de liderar al pueblo galo frente al deseo de amar a su enemigo. Ella es un personaje tremendamente complejo, inspirado en la protagonista de la antigua tragedia de Eurípides, Medea, con una buena adaptación de Felice Romani desde la obra de Alexandre Soumet. La configuración de su carácter se remonta a los antiguos mitos griegos: es fuerte, inteligente, luchadora, guerrillera, vengadora; y, al mismo tiempo, amada, respetada y temida por su pueblo. Nietzsche también la adularía por ser ese desequilibrio entre lo apolíneo y dionisiaco que devendría en final trágico.
La diva María Callas la encumbraría desde los años 40, rememorando a las sopranos Giuditta Pasta o María Malibrán del siglo XIX. La complejidad vocal del papel la llevaría a decir que “Isolda no es nada en comparación con Norma”, pues está llena de numerosos matices de expresión necesarios para la configuración del personaje y, debido a las dificultades técnicas, exige tener un gran fiato y legato. En la nueva producción del Teatro Real, junto con el Palau y ABAO, la encargada de representar a la protagonista fue Maria Agresta. Acostumbrados a las interpretaciones canónicas del “Casta Diva” como aquella en la que Callas casi manda callar a un coro patoso a destiempo, Agresta consiguió la frialdad y rectitud imponentes de una sacerdotisa, pero no la emoción del ambiguo ánimo de Norma. La orquesta a cargo de Roberto Abbado poco ayudó, ya que comenzó con un ritmo extremadamente rápido y potencia desmesurada, para luego hacer un ritardando y descrescendo poco reglamentarios. Su voz mejoró en técnica a partir del segundo acto, pero sin demasiado alarde de potencia en momentos clave y produciendo algunos piani poco delicados. Karine Deshayes (Adalgisa) mostró mayor uniformidad en la voz y un timbre cálido y directo desde su introducción en “Sgombra è la sacra selva”. La mezzo se fundió con la voz de Agresta en el dúo “Mira, o Norma”, proporcionando una síntesis tímbrica adecuada, aunque expresivamente contenida. Tanto Michele Pertusi (Oroveso) como María Miró (Clotilde) estuvieron correctos en sus cortos papeles, con mínima prestancia teatral.
La voz de Kunde, tal como ocurrió con el anterior Otello en esta temporada del Real, sufre tantas variaciones vocales en el color que resultó desequilibrada y desconcertante. No obstante, su personaje funcionó desde la llamativa aria de entrada de Pollione en el acto primero, “Meco all’altar di Venere”. Ésta adquiere un marcado diseño ternario y estrófico que más tarde utilizaría Verdi en escenas climáticas, donde el personaje narra un sueño o una premonición. 1 De forma perspicaz, Bellini introduce la expresividad más prototípica del periodo tardo-romántico cuando el cónsul romano cita la maldición de la sacerdotisa de manera declamada, mientras la orquesta se agita cromáticamente y asciende hasta la fanfarria de trompetas. El compositor carga la fuerza dramática en la orquesta, dejándose notar en la “Introduzione” o la última escena “Deh! Non volerli vittime” del segundo acto donde Norma y Pollione se inmolan en la hoguera. Sin embargo, la agrupación dirigida por Roberto Abbado no logró la sutileza y expresividad necesarias, y poco trascendería la subida in crescendo al apoteósico final de los amantes. La orquesta cubría innecesariamente la potencia de algunos solistas y del coro, en lugar de proporcionar el cálido manto de su despedida: algo que antaño no dejaría indiferente a Wagner, inspirándole para la composición de su Liebestod.
La escenografía del grupo Giò Forma se simplificó con el empleo del árbol Ydraggsil en el centro del escenario que remeda al del Cuervo de Tres Ojos en Juego de Tronos y el uso de unos cilindros verticales simulando un tejido selvático. El enfoque temático se ambientó en una pseudo-atmósfera mitológica que, quizá, hubiese ganado con mayores conexiones simbólicas. El uso de las proyecciones se volvió insustancial y explícito, sin dobles significados o alegorías, algo de lo que pecan muchos directores de escena hoy en día.
Decía Unamuno en Del sentido trágico de la vida que “la vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción”. Aunque esa batalla entre contrarios pudiera haber causado mayor exaltación al público del Real, Norma sigue atravesando dramática y musicalmente las almas receptoras. Continuará siendo el monumento trágico a la vida.
María Elena Cuenca Rodríguez
1 Smart, Mary Ann. “Vincenzo Bellini”. The New Grove (edición online consultada el 29/11/2016).
Fotografías: Teatro Real y Concert.arte.tv