Por fin, Verdi. Y además en concierto

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Por fin, Verdi

Y además en concierto

Giuseppe Verdi. I vespri siciliani. Versión de concierto. Teatro Real de Madrid, 17 de junio de 2014. Julianna di Giacomo (Elena), Piero Pretti (Arrigo), Franco Vassallo (Guido di Monforte), Ferruccio Furlanetto (Procida), Francis Tójar (Sire di Bethune), Luis Cansino (Conte Vaudemont), Adriana di Paola (Ninetta), Antonio Lozano (Danieli), Alejandro González (Tebaldo), Fernando Radó (Roberto), Eduardo Santamaría (Manfredo). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real, Coro de la Comunidad de Madrid. Dir. coros: Andrés Máspero y Pedro Teixeira. Dir. musical: James Conlon.

En una de sus cartas Verdi comentaba que no debería confundirse la ópera con el concierto: cada género tenía sus formas y sus espacios. En sus propias palabras: “L’opera è l’opera, la sinfonia è la sinfonia, e non credo che in un’opera sia bello fare un squarcio sinfonico, pel sol piacere di far ballare l’orchestra”. Años antes había rechazado escribir para la famosa soprano Adelina Patti, alegando que a pesar de su hermosa voz “convertía las óperas en concierto”. No era más que una nueva afirmación de lo que el maestro de Busseto consideraba esencial: el concepto dramático debía prevalecer en cualquier concepción operística. En realidad Verdi se limitaba a criticar el carácter disperso que tenía el concierto de su época, más centrado en la exhibición de los artistas, presentando una sucesión arbitraria de fragmentos. Nada más lejos de la realidad actual. Paradójicamente las versiones operísticas en concierto –que los programadores artísticos nos presentan casi pidiendo disculpas y justificándose en recortes presupuestarios– permiten una mayor concentración en el elemento fundamental (e imprescindible) del drama musical: la propia música; algo que por obvio ha sido descuidado en los últimos tiempos.

Cuando hay una versión de una ópera en concierto, el público siempre se pregunta si no era posible haberla representado. Las vísperas sicilianas, la primera gran ópera a la francesa de Verdi, no es una ópera fácil de producir: elementos de espectacularidad escenográfica, un extenso reparto e incluso un problemático ballet. Pero el principal problema es que el concepto actual de la dirección escénica se ha convertido en dominante (casi tiránico) en la producción, supone una brecha muchas veces insalvable. Curiosamente de manera simultánea el Teatro de la Zarzuela con su original Trilogía de los fundadores nos ha ofrecido una manera muy acertada de romper esa barrera entre el concierto y la representación, manteniendo lo mejor de cada uno.

Comencemos diciendo que el público salió entusiasmado del Teatro Real. Tenía ganas de escuchar Verdi, el gran operista prácticamente olvidado en Madrid en su centenario del 2013. Desde luego en esa rivalidad Verdi-Wagner, que nos ofrecía hace unos meses jocosamente Boadella en los Teatros del Canal, el alemán ganó por goleada. Aunque Las vísperas sicilianas no sea la ópera de Verdi más conocida es una obra bien construida con elementos de mucha belleza musical. El maestro italiano a pesar de los imperativos de la Gran Ópera parisina (cinco actos, ballet, argumento complejo) supo engrandar su estilo sin necesidad de renunciar a su estilo.

El formato en concierto ha permitido reunir un reparto realmente excepcional, con un destacado cuarteto protagonista italiano. No es fácil encontrar buenas voces verdianas, pero esto no debería ser excusa para su programación, porque aun más difícil es encontrar adecuados protagonistas wagnerianos. Con estas Vísperas sicilianas el público del Teatro Real se ha reencontrado con las voces. Y es que igual que había ganas de Verdi, había muchas ganas de buenas voces. La soprano Julianna di Giacomo, norteamericana pero de origen italiano como delata su apellido, lució una hermosa voz limpia y fresca, sabiendo afrontar tanto los momentos más dramáticos como la brillante coloratura del famoso bolero. En una línea verdiana similar estuvo el tenor Piero Pretti, un buen lirico-spinto, con una tensa línea de canto muy adecuada para el personaje. El barítono Franco Vassallo lució un color pastoso e intenso, también muy verdiano. Las mayores ovaciones se las llevó el veterano bajo Ferruccio Furlanetto, una de las grandes voces verdianas de las últimas décadas. A pesar de una cierta tendencia al amaneramiento, su interpretación de la famosa O tu Palermo (y su siguiente caballeta) resultó antológica por la calidez vocal. El sólido reparto se completó en los numerosos papeles secundarios encomendados a jóvenes cantantes españoles, una auténtica excepción en las últimas temporadas del Real.

Sin embargo la pieza clave de la noche fue la del director Jamen Conlon. Muchas veces se olvida que la clave de la dirección verdiana no es tanto el realce de las melodías sino mantener la fuerza y variedad en los elementos de acompañamiento que emergen de la orquesta. Sin perder nunca su elegancia Conlon dio un auténtico recital, hizo disfrutar a los músicos de la orquesta titular del teatro y extendió este entusiasmo a toda la escena. I vespri siciliani a pesar de sus más de tres horas se hizo corta, convirtiéndose sorprendentemente en uno de los mejores momentos de la temporada. Eso sí, y éste es el problema de las versiones de concierto, ofrecido sólo tres días y al que no tuvieron acceso la mayor parte de los turno de abono.

Pero Verdi volvió al Real. Esperemos que con la idea de recuperar la posición que siempre tuvo en el repertorio de los aficionados madrileños.

Víctor Sánchez Sánchez

Publicado en verano del 2014

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