Voces de madera
Voces de madera
Perder canciones
Quizás deba en primer lugar hablarte del anochecer hace unos quince años, dieciséis, tal vez unos veinte años, debería intentar explicarte cómo cada una de aquellas canciones se sucedía en un puesto de radio del cual nunca supe el nombre, cómo era, me pregunto, y el aparato receptor, un walkman muy estimado, me lo regaló mi madre, debería compartir contigo muchas, muchísimas historias sobre mi Sony gris, las colecciones a manera mixtape defendidas entre amigos del barrio, me acuerdo de aquella noche, y debería contárselo porque a veces parecemos muchos hablando a la vez, y no somos muchos, no somos tantos, yo estoy a punto de entrar en el sueño, me espero las canciones, su compañía, y he aquí la voz de Harriet Wheeler al comando de The Sundays, mi primera voz de madera, la de Harriet, voces femeninas, voces de madera, aquí es donde la historia se acaba, cantaba y sigue cantando, es lo que hoy me gustaría contarte, buscar en la voz el calor del color, y también su olor, ¿qué es eso del olor de las canciones?, pues su dibujo, pues su modo de habitar, su provocación, la espuma de la melodía, debería quedarme corto, en estas cosas la vida se juega en los extremos más increíbles, y a lo largo de la misma no se va detrás de la belleza o del triunfo, sino del timbre, de los timbres que arman el paisaje de tus cosas, en el timbre se inscribe la victoria, la aventura, el deseo, incluso los más menudos o ponderables, me acuerdo de un nombre, Leigh Nash, unas cuatro canciones de Sixpence None The Richer, una Paris en blanco y negro en los años 90 mientras Leigh nos regala su kiss me, kiss me, en un inglés que jamás podré imitar, palabras enlazadas como brazos y brazos y más brazos, y en esto la canción acaba, no te das cuenta, ¿verdad?, pues en ese timbre anhelado se cifra el motivo de todos los deseos, del sentirse deseando, que la locura resulta placentera como proceso, me dices, sí, que un poema vale como situación, como transporte, y no como una piedra acabada, y yo sigo cantando, seguiré siempre cantando, Katie Melua y los 9 millones de bicicletas que se mueven por Beijing, me lo contó Katie cierta tarde, demasiado lejos de Beijing, y en estas voces de madera y terciopelo encuentro, he encontrado en algún momento, la honesta y seductora e irrepetible invitación a acceder al más franco paraíso de bienestar, una especie de salud indiscutible, y la salud es hermosa, la salud es nuestro mejor nombre, digo estas cosas y me imagino el costado brillante de un barco, la mano pulida del panadero desarrollando su arte o el pie negro y castigado de la bailarina, el pie que traza gruesos e imposibles círculos en el aire, la portuguesa voz de Rita Redshoes y la española voz de Russian Red, el viaje que tenemos pendiente, la palabra boy y la palabra girl en versos contiguos, el nombre hermoso de un soldado o el nombre hermoso de una soldado, pues mi batalla es la de un paraíso sin nombre, sin claves o palabras, sin alas o pistolas, sí un garito de chanclas de verano y piratas de gestos amplios, habitación de miel y sal, artes de vuelo y seducción, probablemente el lugar absoluto y, sin embargo, mi casa más precaria, laguna de lagunas, mi casa de ninguna casa, y por eso te agradezco, Lana del Rey, ¿cuándo va a llegar el estribillo?, me gustaría que me contaras alguna de tus aventuras, puedo imaginar hasta donde te apetezca, una playa nos podría convenir, alguna que otra estrella muerta de la que hablar, el Dios al que acudo me lo telefoneó Zooey Deschanel en una canción prestada de The Smiths, te puedo abrazar una constelación, y te juro que la comparto como a uno le abraza la amistad, mi Dios es tu Dios.
Hugo Milhanas Machado
@hmmachado
Fotograma de 500 Days of Summer. Fuente: http://cinefilia-rosebud.blogspot.com.es/.