La omnipresencia del Talkin’ Blues

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La omnipresencia del Talkin’ Blues

Miseria y redención en el universo de Andre Williams

Night & Day, Andre Williams & the Sadies, Yep Roc Records, 2012.

Tras su anterior colaboración en Red Dirt (Sonic Rendezvous, 1999), el ecléctico grupo canadiense The Sadies vuelve a grabar con el viejo Andre Williams, una especie de sucia leyenda underground cuya trayectoria se remonta a sus primeras grabaciones para el sello Fortune Records (Detroit) en los años cincuenta, cuando consiguió un par de destacados éxitos con “Jail Bait” y “Bacon Fat”. Insertas en el universo del rhythm & blues, las canciones muestran el estilo infranqueable del llamado The Black Godfather (padrino negro), un conjunto de características y recursos expresivos que han tenido continuidad a lo largo de su carrera, y que, al mismo tiempo, le han valido para renovarse y envolverse en las lógicas de varios géneros, desde el blues hasta el hip hop pasando por el soul, el funk, el garaje e incluso el country y el folk.

Su principal punto de conexión con distintos géneros viene de su estilo vocal, que sigue la tradición del talkin’ blues: una aproximación más hablada o recitada que cantada, que ilustra el vínculo entre el blues primitivo de Beale St. Sheiks (“It’s a Good Thing”) o John Lee Hooker, el rhythm & blues de Louis Jordan, la poesía musical de Gil Scott-Herony el desarrollo del hip hop. A eso debemos añadir su componente lírico, típico (por tratar temas habituales) pero transgresor (por el exceso y la incorrección socarrona). En este sentido, destacan sus frecuentes alusiones al sexo, ya protagonistas en “Jail Bait”, donde habla del peligro de encarcelamiento por acostarse con menores. Otras como “Pussy Stank” o “Whip the Booty” se basan en hacer explícito el humor sexual típico de la cultura negra, específicamente el vinculado al gueto, que el hip hop y la industria discográfica han llevado al extremo pero que, de nuevo, se encontraba ya –sin radicalizarse– en las actuaciones de bluesmen estrafalarios como Bobby Rush.

En Night & Day, no obstante, encontramos a un Williams algo más sosegado pero certero y punzante, especialmente preocupado por la deriva social, económica y política de los negros en Estados Unidos. Esta dimensión oscura del disco, a mi juicio la más interesante, se corresponde con la primera parte, hasta el alumbramiento de “I Thank God”. Mr. Rhythm se muestra crítico y político a su manera, y luce con crudeza y elegancia sobre el fantástico acompañamiento de The Sadies, que ilustra algunas de las múltiples caras posibles de Williams.

El viaje empieza con el contagioso groove de “I Gotta Get Shorty Out of Jail”, tema que refleja el momento que atravesaba Williams durante las primeras sesiones de grabación. Igual que en la canción, el cantante, que combinaba la autodestrucción con la lucha por desintoxicarse, necesitaba reunir el dinero de la fianza para salir pronto de la cárcel. Le sigue “America (You Say a Change Is Gonna Come)”, una necesaria contestación a la asimilación y trivialización del célebre tema de Sam Cooke que avanza despacio entre cautivadores coros femeninos, revelando las miserias de la dictadura económica.

“The Seventy Year Old” indaga en los golpes acumulados y la rabia, rimando “nigger” (“negrata”) con “trigger” (gatillo). “Your Old Lady”, sobre la “devolución” de una amante a su pareja recién salida la cárcel, extiende el hilo pero abre un tono más desenfadado fruto de la combinación de groovy blues, rock y funk contenido. “Bored” golpea enérgica con una sucia distorsión garajera, idónea para hablar de la desestructuración vital, la falta de expectativas y el abandono del negro, apuntando, a través del aburrimiento y la drogadicción, cómo se convierte en un problema para “América”. Y entonces, tras haber incidido en algunos de los grandes problemas de la experiencia urbana, Williams cambia de escenario en “Mississippi & Joliet”, un hipnótico e intenso blues donde niega cualquier tipo de nostalgia hacia el sur.

“I Thank God”, canción de inspiración gospel, supone un punto de inflexión que anuncia la salida de las tinieblas de Williams y el carácter redentor del disco. En un texto irreverente y liberador, Williams da las gracias al señor por estar vivo, al tiempo que señala que podría matar a alguien en cinco minutos e ir a la cárcel veinte años, y “eso no está bien”. La salvación, en definitiva, no está tanto en “la otra vida” sino en la supervivencia terrenal. Tras ella llegan la corta pero intensa “Don’t Take It” y “One Eyed Jack” (donde The Sadies introducen el violín por primera vez), dejándonos una última subida de tono a golpe de distorsión y autoridad vocal.

“Hey Baby!”, “I’ll Do Almost Anything for Your Love” y “That’s My Desire” constituyen la parte más relajada y despreocupada del disco, donde Williams se pasea por los terrenos del country y el folk, acompañado de violines, piano y steel guitar. Entre el viaje de carretera y la balada crooner, Williams deja de lado las explícitas alusiones sexuales, típicas en su trayectoria, y relata historias de amor y relaciones de pareja (tema que se representan a través del country). Sin duda, es esta parte la que se corresponde con el “día” que anuncia el título del disco, el despertar y la recuperación de un Williams que finalmente logra desintoxicarse. Todavía hay tiempo para “Me and My Dog”, una historia sobre la marcha de la amada que supone una vuelta al inspirado groove enérgico de base blues, y cierra el disco en un terreno intermedio entre la “noche” y el “día”.

En definitiva, Night and Day supone un viaje iniciático a través del cual Andre Williams, uno de los últimos exponentes del mal gusto y la incorreción que logra ser cool, y The Sadies, que ponen una acertada y flexible banda sonora, nos sumergen sin contemplaciones en el fracaso del sueño de Martin Luther King. Tras un testimonio pseudorreligioso, la “noche”, como espacio sombrío y tétrico, da paso (por continuidad, no por resolución) a un respiro de campo abierto a través del carácter tradicional del country.

A pesar de las reconocibles muestras de agotamiento, Williams sobresale con un estilo contenido y salvaje, de expresión cruda y bondad interior, que le permite sacudir con un enfado sosegado. Tras una carrera de más de cincuenta años marcada por la combinación de luces (grabaciones para Fortune y Chess Records, composiciones para Stevie Wonder, Ike & Tina Turner o Funkadelic, influencia en nuevas generaciones…) y sombras (The Black Godfather llegó a vivir en la calle arruinado en los años 80), Williams nos deja un disco valioso en sí mismo e interesante como puerta de entrada para explorar tanto las relaciones entre producción musical y contexto social, como la continuidad y discontinuidad entre distintos géneros de música popular.

Josep Pedro

Publicado en marzo 2013

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