A vueltas con la tradición

Crítica
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A vueltas con la tradición

Brad Mehldau y Cécile McLorin visitan el Festival Noches del Botánico

Noches del Botánico. Brad Mehldau Trio: Brad Mehldau (piano), Larry Grenadier (contrabajo) y Jeff Ballard (batería); Cécile McLorin Salvant: Cécile McLorin Salvant (voz), Aaron Diehl (piano), Paul Sikivie (contrabajo) y Kyle Poole (batería). Real Jardín Botánico Alfonso XIII, 9 de julio de 2018.

Por tercer año consecutivo, el Festival Noches del Botánico inunda de música el verano madrileño con un buen puñado de conciertos que atraviesan todo el mes de julio. Sin multitudes imposibles de gestionar y todavía sin contagiarse del todo de la inmediatez consumista que colapsa el resto de macrofiestas que crecen como setas durante el tiempo estival, Noches del Botánico presenta un planteamiento heterodoxo en el que tienen cabida propuestas que van del flamenco al indie o de la música electrónica al reggae. Afortunadamente, el jazztambién tiene su cuota. Y dos de sus nombres más populares visitaron el pasado lunes 9 de julio el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de la Ciudad Universitaria.

Brad Mehldau y Cécile McLorin pertenecen a dos generaciones distintas, pero les une la procedencia (ambos nacidos en Florida) y, en definitiva, una concepción musical muy similar. Los dos se contemplan en la tradición y en la herencia del jazzpretérito, que releen, tamizan y personalizan. Y si el pianista es ya una referencia para las nuevas generaciones, la cantante, aún jovencísima, va camino de ello. Y, desde luego, no le faltan razones. El doble programa, planteado como uno de los platos fuertes de la edición 2018 del Noches del Botánico, comenzó con la música de Brad Mehldau. El pianista, pese a ser uno de los músicos más reclamados para tocar con todo tipo de formaciones, se presentó vestido con sus mejores galas y con la compañía con que más cómoda resulta su música, sus ya inseparables Larry Grenadier al contrabajo y Jeff Ballard a la batería. Cuando aún se resistía la luz del día, el trío apareció sobre el escenario y atacó con “Long Ago and Far Away” de Gershwin para seguir con una amplia colección de algún standard y muchas composiciones propias en una acústica por encima de la media.

Si algo hay que reconocerle a Mehldau es que ha sido, y es, uno de esos músicos que rompen las fronteras del género, capaz de reunir a públicos distintos y distantes que no solo provienen del jazz.Su música gusta a todo el mundo, tiene tirón y sobre todo vende, algo que no escapa ni a programadores ni a sellos discográficos (no es casual que su casa sea Nonesuch Records, una filial de ese leviatán con el nombre de Warner). Efectivamente: su poder de convocatoria tampoco falló esta vez. ¿La fórmula para que provoque tanta simpatía la música de este tipo tan retraído? La finura y la sensibilidad con que destila riffs blueseros de sabor americano, las texturas progresivas que construye sobre ritmos ostinatos con reminiscencias rockeras y poperas y, sobre todo, una personalidad inconfundible para las baladas (para muestra, la recreación que realizó en torno a los acordes de “I Fall in Love Too Easily”). A todo lo anterior se le une un amplio oficio que le permite rodear y oscilar, aunque la imaginación descanse, para volver a rodear y oscilar sobre improvisaciones que se agotan sin llegar a resultar del todo reiterativas.

La música del trío es un cruce muy delimitado de influencias tanto cultas como populares. Desde luego que Mehldau posee un estilo propio que además constantemente está siendo copiado por una extendida parte de los jazzistas contemporáneos. Cada vez son más los que imitan y parodian ese pianismo romántico, sosegado y tan directo. El pianista cuarentón es un modelo y casi una etiqueta. No obstante, es obligado recordar que Brad Mehldau es a la vez espejo y reflejo de una larga tradición. Un gran porcentaje de su propuesta ya fue explorado por músicos como el Miles de los años 50, los tríos de Bill Evans o incluso el de Keith Jarrett. Por ello, en el fondo, cuando escuchamos al trío Mehldau-Granadier-Ballard suena asimismo (salvando las distancias, que las comparaciones son odiosas) un poco de Ron Carter, Eddie Gómez, Gary Peacock y otro tanto de Jack DeJohnette o Tony Williams.

En ese equilibrio entre evocación, homenaje y reajuste de la tradición pero sin llegar a tensar los moldes ni desafiar las capacidades de los oyentes es donde también se sitúa la música de Cécile McLorin, una jovencísima y arrolladora voz que mira a la historia del jazz con valentía y respeto intentando alejarse asimismo de la nostalgia, lo tópico y el cliché. La de Miami pidió la palabra en la segunda parte de la noche con “Let’s Face the Music and Dance” de Irving Berlin para advertir al público de que lo que se avecinaba sería un personal e inolvidable repaso por la historia reciente de la melodía. Va de suyo el chorro, el talento y la calidad excepcional que la han convertido en una de las imprescindibles del jazz vocal: Cécile McLorin es ya una cantante de una fuerza interpretativa, una intuición y una presencia sobre el escenario que difícilmente pasan inadvertidas.

Y como de ella se esperaba, junto a su cuarteto repasó páginas del American Songbook y resolvió unas magníficas versiones de “Never Will I Marry” o “Spoonful”. No obstante, el repertorio de McLorin parte de una concepción bien ancha de la melodía del siglo XX. Así, la cantante interpretó joyas como “And I Love Him [sic]” –el clásico de los Beatles que tomó prestado del repertorio habitual de Mehldau, un enamorado de esta canción–, “Wives and Lovers” de Burt Bacharach, “Oh My Love” de John Lennon o “Je te veux” de Erik Satie –estas dos últimas páginas registradas por la cantante hace unos años en una inolvidable colaboración con el pianista francés Jacky Terrasson

(Gouache, Universal, 2012)–.

El broche final a una noche dedicada a la mejor tradición del jazz convertida ahora en familiar y apta para todos los públicos llegó después de tres horas de música cuando la cantante se atrevió, a capela, con lo que parecía una canción de trabajo. Y si la interpretación fue sobrecogedora, McLorin subió la apuesta y pronunció un panegírico al español y a todos y cada uno de sus sonidos consonánticos y vocálicos. Con su versión de “Gracias a la vida” de Violeta Parra, seguramente la cantante pretendía despedirse congraciándose con el público madrileño. Lo que consiguió fue dejarlo directamente sin palabras. También con un recuerdo imborrable.

Juan Carlos Justiniano

Imagen: www.nochesdelbotanico.com

 

Publicado en nº 33 de 2017

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