Dica chi vuole, dica chi sà
Dica chi vuole, dica chi sà
Sobre el universo Cesti y otras emociones
Arias y cantatas de Antonio Cesti. Raquel Andueza (soprano) y La Galanía. Madrid: Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara). 11 de noviembre de 2014. CNDM: Universo Barroco.
Bonitas son aquellas noches a la vuelta de un concierto que rompe con el día a día. La excusa siempre se encuentra para quebrar el automatismo y la vacuidad de las relaciones frívolas, la rutina y las llamadas inútiles “necesidades de primer mundo” que engrandecemos de manera inversamente proporcional al nivel de decencia moral y espiritual que integramos. Reflexiones aparte, las dosis vitamínicas que proporciona a una servidora la apreciación de algunas minucias como la combinación perfectamente afinada de dos líneas melódicas cromáticas entrelazadas de un lamento, el equilibrio armónico de cada uno de los estratos sonoros fundiendo timbres o (en un estrato más terrenal pero no por ello menos importante) el sabor amargo de un buen vino postconcierto, acompañado de conversaciones íntimas pero jocosas con los de siempre son y serán buenas prescripciones para soportar la trivialidad diaria. No pretendo ser pedante con esta valoración; simplemente creo que cada vez hay más gente que cambia de canal cuando ve las noticias en la tele y cada vez menos personas ilusionadas.
Aquel martes de otoño la receta indicada fue ir a ver a La Galanía, con Raquel Andueza como punto neurálgico, para hacer una sesión monográfica de Antonio Cesti (1632-1669). El ámbito reducido que propone la Sala de Cámara del Auditorio fomenta la cercanía del músico que, en ocasiones, sobrecoge y deslumbra al público sobre todo si la visión de alguno está sensiblemente dañada y siente, como ocurrió, la necesidad imperiosa de gritar entre pieza y pieza: ¡focos fuera!. El repertorio interpretado fue fruto del último álbum, Alma mía, de esta agrupación creada en 2010 por la soprano y el tiorbista Jesús Fernández con el que reivindican al compositor toscano, cuya obra se ha difundido escasamente en la actualidad. Aparte de la selección de arias y sinfonías de las óperas más famosas echándose en falta la postrera obra compuesta para el contexto vienés, Il pomo doro (1668) incluyen, tanto en el concierto como en el disco, dos cantatas de su etapa romana.
En confianza con el público y el lugar, Andueza revistió el texto con el cálido timbre de su voz a lo largo de toda la sesión. Si bien tuvo momentos álgidos durante las antípodas del monográfico, no disfrutó de la misma calidad vocal durante la interpretación las arias centrales. Pudo tener algo que ver la carencia de una pausa central durante algo más de 70 minutos de música en plena concentración. No obstante, la expresividad hizo el resto en momentos como el aria de Polemone (Il Tito) cuando pregunta por su princesa hebrea: “Berenice, ove sei”, a través del motivo mantenido al pronunciar su nombre y en contraste con el acompañado lánguido del dúo de violines y bajo continuo; seguidamente, tal como es característico en algunos ariosos (quasi recitativos) del compositor y su compañero veneciano Francesco Cavalli, cambia el carácter hacia el enojo y la consternación imaginando las necesidades desenfrenadas de su amada con otros hombres.
Siguiendo a la soprano en otras producciones como Yo soy la locura o In Paradiso, o asistiendo a conciertos como el que se celebró durante el Congreso Internacional Tomás Luis de Victoria en León, donde actuó con obras del abulense en cuarteto vocal acompañados por ministriles, percibo un cambio en la calidad de la línea melódica de su nuevo trabajo, quizá no tan simpatizante hacia algunos admiradores. De un color menos rico en armónicos y más plano en el registro medio y otro mucho más redondo en el agudo, la cantante modifica el timbre en su último trabajo a voluntad, llegando a ser llamativo y singular en algún aria como “Amor se la palma”, o bien tosca en alguna caída de salto melódico al grave durante “Voragini ondose”, ambas piezas de La Dori. Igualmente lo considero como una particularidad añadida, conforme y adaptable a todo tipo de sensibilidades.
En cuanto al conjunto instrumental, sobresalió la cuerda pulsada, chelo y arpa por la expresividad en las dinámicas y el sonido envolvente. El dúo entre violines fue correcto a pesar de algunos descuidos de afinación en el registro agudo. El tiempo se detuvo con el ostinato de la tiorba durante “Disserratevi abissi” de L’Argia, con el pesaroso lamento de Selino que asciende su línea melódica en un crescendo cromático interpretado por Andueza a través de acertados glisandi expresivos, no indicados en la fuente original. Algunas modificaciones nimias se realizaron sobre la partitura en la cuerda de los violines como en el caso de la Sinfonia (Acto I, escena IV), según la versión de Howard Mayer Brown,1 que varía el diseño motívico inicial. Los diálogos instrumentales entre arpa y voz como en la cantata O quanto concorso o el dúo con tiorba durante el bello primer bis Folle è ben che si crede de Tarquinio Merula anunciándolo la protagonista como el “himno de La Galanía” se adentraron en la intimidad del oyente. A través de un buen empaste, de la complicidad entre los músicos y del buen humor implícito, han conseguido alcanzar un buen resultado sonoro de tinte historicista.
Si consideramos que el sold out del CNDM con este concierto es una consecuencia del incremento de interés del público hacia compositores culturalmente poco reivindicados además de una merecida admiración a la agrupación, más de uno cantaría “Sù lieti scherzate” por conseguir más de unos pocos objetivos historiográficos. Otros también nos conformamos con obtener de vez en cuando esas vitaminas curativas, tan fugaces como las meigas que brotan de una queimada, que de vez en cuando sanan el alma.
María Elena Cuenca Rodríguez
1 Antonio Cesti, L’Argia. Introducción de Howard Mayer Brown, [libreto de Giovanni Filippo Apolloni]. Nueva York y Londres: Garland Publishing, Inc., 1978.
Fotografía: http://asociaciongema.files.wordpress.com/2011/09/la-galanc3ada-sofc3a1.jpg