Carmen de Bizet, por Barrie Kosky: un vacío dramático

Crítica
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Carmen de Bizet, por Barrie Kosky: un vacío dramático

Una experiencia escenográfica singular y provocadora de un clásico popular

Cine Palacio de la Prensa de Madrid. Carmen. Georges Bizet y Michael Rot, adaptación de Constantinos Carydis. Libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy con el texto de la novela Carmen de Prosper Merimée. Royal Opera House, Covent Garden, Londres, retransmitido el 6 de marzo de 2018. A. Goryachova, F. Meli, K. Smoriginas, K. Mkhitaryan. Barrie Kosky (dir.). Coro del ROH y Orquesta del ROH dirigida por Jakob Hruša.

Cuando vemos el telón del Royal Opera House levantarse en la pantalla del cine madrileño sabemos que esta representación de Carmen va a ser un tanto insólita. No se divisa ni el sol de Andalucía ni el humo de la fábrica de cigarros. En su lugar, una gran escalera negra en medio del escenario, vacía y con poca luz. A medida que transcurre esta opéra comique, tan oscura en su final como en su decorado, van apareciendo algunas manchas de color: el traje de luces deslumbrante que lleva Carmen durante el prélude, pétalos de rosa ofrecidos a su amado don José, y las medias de torero rosadas del amante Escamillo.

El escenógrafo australiano Barrie Kosky, uno de los más transgresores y de moda del momento, renuncia a mostrar el exotismo español de la ópera y lo reemplaza por una atmósfera atemporal, moderna y abstracta, con toques de cabaret. De este modo, nos alejamos de la España del XIX y de los elementos que siempre asociamos a la obra de Bizet: las castañuelas y las corridas de toros desaparecen para dejar lugar a este decorado minimalista, casi claustrofóbico. “Yo creo en el poder del vacío”, dice Kosky en la entrevista difundida en pantalla durante el intermedio. “Porque nunca lo es de verdad. Me fascina el movimiento que puede ocurrir en este espacio, a través de cuerpos, sonidos y luces”.

De hecho, los cuerpos y sus bailes son esenciales en esta producción; pero no se trata de seguidillas, sino pasos de charlestón, de tango argentino y coreografías contemporáneas. Sin embargo, a veces parece que Kosky quiere ir demasiado lejos convirtiendo a la habanera en un striptease de Carmen disfrazada de gorila a lo Bruno Mars, lo que conllevó la sonora desaprobación del público.

Otra dudosa idea de Kosky es deshacerse de la mayor parte del texto habitual: no hay ningún diálogo, ni acompañado ni hablado, y quitó los recitativos añadidos después de la muerte de Bizet. Solo existe la intrusión ocasional de una narradora misteriosa y sensual que lee extractos de la novela de Merimée que inspiró a Bizet, acompañada del paso ligero e impúdico de las caderas de Carmen mientras camina por la escena.

Con estas decisiones radicales y minimalistas, uno puede pensar que Kosky quería volver a lo esencial, enseñar que el genio de esta obra no necesitaba un decorado impresionante para subyugar al público, que solo era imprescindible encontrar a cantantes increíbles para llenar todo este vacío y sublimar la obra original de Bizet.

Desafortunadamente, la intención es más noble que la ejecución. Con la ausencia de recitativos se pierde toda la tensión dramática y los personajes se convierten en cantantes-máquina de arias, sin ninguna química entre ellos, y todos los sentimientos parecen falsos y precipitados.

En el medio de este caos dramático descubrimos a una nueva Carmen; en vez de una mujer celebrada por su cruda sensualidad, Anna Goryachova se presenta como una mujer andrógina, manipuladora y casi histérica, lo que añade una dimensión original y enternecedora a su famoso carácter de femme fatale. Su ejecución de las famosas arias se hace de forma bastante académica y parecen mediocres al lado de las talentosas mezzosopranos que han interpretado el personaje durante estos últimos años (mención especial para Anna Caterina Antonacci en 2015 en la misma sala). Francesco Meli (don José) aparece muy monótono al lado del barítono Kostas Smoriginas (Escamillo), masculino y brillante, cantando con toda la impertinencia que caracteriza a su personaje. En el afamado fragmento “Les voici!” el coro del Royal Opera House destaca por una energía sorprendente que honra su título de mejor coro del mundo. Finalmente, la orquesta dirigida por Jakob Hruša rinde justicia con claridad e intensidad a la gloriosa música de Bizet, a pesar de toda la experimentación escenográfica postmoderna de Kosky, lo que nos invita a reflexionar si es lícita la aspiración generalizada de modernizar las óperas de renombre.

Esta producción regresará a la escena del Royal Opera House del 27 de noviembre 2018 hasta el 22 de diciembre 2018, con posible estreno en salas de cine españolas. Para obtener más información, hacer clic aquí.

Eléa Lévy-Roussotte

Publicado en nº 33 de 2017

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