Tosca y Totò

Crítica
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Tosca y Totò

Puccini y la gran pantalla

Tosca, Giacomo Puccini, Giacosa e Illica (lib.). Barbara Havenam (Tosca), Marc Laho (Cavaradossi), Ruggero Raimondi (Scarpia) […]. Orquesta y Coro de la Opéra Royal de Wallonie, Lieja; Paolo Arrivabeni (dir.). Claire Servais (dir. escena). Transmisión en diferido por Cinesa de la temporada 2014/2015, 22 de octubre de 2015.

Para el cinéfilo, para el operómano. Para el musicólogo, para el aficionado. Para el que nunca pisó un teatro de ópera, para el que conoce al dedillo sus rincones. Para la que se hace la permanente, para el que lleva cresta (sus escalonados salones permiten que el espectáculo sea tolerante con toda la tribu pelialta). Para jóvenes, ancianos, dormilones, inquietos. No hay excusa para ir a ver ópera en cine. Mucho menos si es Puccini, aún menos si es Tosca.

Adaptar la ópera a la gran pantalla no es algo novedoso y, como demuestra esta producción de Claire Servais, tampoco es imprescindible ese look de estrella hollywoodiense que se está poniendo tan de moda. Uno de los pocos legados que la Callas actriz legó a sus fans se aprovecha de estos recursos, y qué decir de ese Plácido Domingo encaramado al Castel Sant’Angelo, ambos con Tosca como protagonista. ¿Casualidad? Hemos de serles sinceros, y es que si hay un autor al que le favorezcan los planos cinematográficos ése es Puccini. Bien es sabida su devoción por cualquier utensilio moderno y deberíamos imaginárnoslo más a menudo capitaneando su lancha último modelo que en su romántica Torre del Lago de la Toscana.

Tosca lo tiene todo. Personajes complejos a los que les van muy bien los primeros planos y giros dramáticos inesperados que ninguna institución debería permitirse el lujo de spoilear, como realiza el mal editado panfleto que se le reparte al espectador al comienzo de la representación. Tírelo, no le hará falta. Incluso rómpalo con saña si sólo se le presenta el argumento. La ópera en sí es una radiografía de sentimientos, y una de las ventajas de verla en cine es que hasta el erudito que recita partes de la obra en la ducha descubrirá nuevos matices en su texto. No nos engañemos, los teatros no se han adaptado a la necesidad de plasmar las sutilezas del libreto a través de unos subtítulos siempre alejados del punto de mira. El cine suple todos los inconvenientes del recinto tradicional, acercándonos al gesto de unos cantantes necesariamente actores por el mero hecho de representar a Puccini.

Y llegado este punto el cetrino melómano fruncirá el ceño: “el sonido no es lo mismo”. No, por supuesto, pero no por ello uno deja de disfrutar a mares la música clásica en casa. En el caso que nos concierne Barbara Haveman nos condujo por su torrente lírico hacia una Tosca enamorada e inocente, faltándole fuerza al odio que despunta hacia el final del segundo acto, que requiere de una gravedad, también vocal, que no se transmitió, y que tampoco dejó arrastrar en esas frases desgarradas, habladas, con que ha de terminar el acto. Emular la pasión originaria de la actriz Sarah Bernhardt pasa en la ópera por el filtro de la voz cantada, no siempre tan maleable como quisiéramos. Marc Laho correspondió ese torrente vocal con una musicalidad que expresa y se deja esperar, lucido en su “E lucevan le stelle…”. Scarpia, un malvado Ruggero Raimondi bien envejecido, se benefició del primer plano cinematográfico y mantuvo esa expresividad italiana que le hacía tanta falta a la dicción de la representación.

Es el lado tierno el que prima en la clásica y recomendable producción que nos presenta Cinesa desde Lieja. No sólo se palpa en los cantantes, sino también en una orquesta más dulce que agresiva –especialmente por su maleable equipo de viento-madera–, dirigida por la mano de Paolo Arrivabeni. Deslució el final del primer acto, al que tan bien acostumbrados nos tiene la producción de Nuria Espert. Brillaron los momentos de pasión endulzada del acto primero y los momentos de introspección en que voz e instrumento corrían en paralelo.

Ante esta dualidad entre ternura y agresividad de la obra, Puccini escribió antes de su estreno: “Con La bohème queríamos conseguir lágrimas; con Tosca queremos exacerbar el espíritu justiciero del hombre y fatigar sus nervios. Hasta ahora hemos sido tiernos, ahora vamos a ser crueles”. Pero en esta versión siguen resonando hasta el final los eróticos dúos del primer acto, palpitantes en el “Vissi d’arte”, agitados en el “E lucevan le stelle…”. “Tengo los nervios tan largos como serpientes” decía a menudo su autor. Pero eran dendritas sensibles, que conducían al sentimentalismo, no a la agresividad, o al menos esa es la sensación con la que uno sale de esta producción. Si no aflora la lágrima eterna de La bohème es porque el encogido corazón no llora, pero tampoco sangra como pretendían sus autores. Se ha quedado seco. Y no ha sido por las palomitas, se lo aseguro. El culpable es Puccini, que regresa a la vida incluso a través de la gran pantalla, el único artilugio del futuro que, paradójicamente, quiso evitar. Quizás se encontraba demasiado cerca y también a él le quemó, como a nosotros, su obra bajo la luz de Totò.

Cristina Aguilar

Publicado en octubre 2015

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