Prima la musica. Vivica Genaux y el V/Vox Ensemble

Crítica
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Prima la musica

Vivica Genaux y el V/Vox Ensemble

CNDM. Ciclo Barroco. Il Vulcano, N. Porpora; Armida abbandonata, G. F. Handel; Il ritiro,N. Porpora; L’ Arianna, A. Scarlatti. Vivica Genaux (soprano), V/Vox Ensemble. Carlos Aragón (dir.). Sala de Cámara, Auditorio Nacional. Madrid, 26 de noviembre de 2015.

“Una voz con cuerpo”. Esta es una de las frases que podrían oírse en esas boquitas de pitiminí que se codean en los descansos. Cuerpo… ¿en la voz? ¡Si es precisamente lo más etéreo que rezuma el organismo humano, exclamaría el pedestre! Aun así, rumiando en nuestra cabeza, nos parece que dicha virtud consta un cierto grosor, que se puede incluso palpar. Las hay para todos los gustos: delgaditas, camaleónicas e incluso comparables a un chuletón de 500 gramos.

Una corpulencia como la de Vivica Genaux se consigue con una buena tierra de cultivo en la que el líquido elemento resulta imprescindible –y contra su ausencia la mezzo americana no tuvo reproches contra el suelo madrileño–. Nadie mejor para proporcionárselo que las torrenciales aguas de la furia a las que se dejó arrastrar en la primera parte del concierto con las cantatas Vulcano de Porpora y Armida abbandonata de Handel, a las que más tarde se añadirían, teñidas de inocencia, Il ritiro de Porpora y L’ Arianna de Alessandro Scarlatti.

Durante la primera parte fueron dos los autores y dos las maneras de perpetrar el sufrimiento. Vulcano subió en primer lugar al estrado y la lava corrió, tanto por la voz de Vivica Genaux como por la formación dirigida por Aragón, que no escatima en esfuerzos contrastantes y efectos dramáticos. Sus cuerdas escarparon con éxito la ladera de las células repetitivas del lenguaje de Nicola Porpora. Entretanto la mezzo nos regalaba incendiarios disparos vocales limados con elegantes cadencias, con un ardor especialmente logrado en el aria de furia “Seguitarti ovunque mai”, bien fermentada a través de sus experiencias vivaldianas.

La Armida abbandonata de Handel bebe de la ternura de las obras del periodo italiano del compositor y responde a los ardores de Porpora como un gélido viento de invierno cuya ira, no exenta de tristeza, penetra hasta el escafoides, y así lo demostró el bien resuelto trío de soprano y violines que preside la obra. Aunque el torrente vocal de Genaux trate con poca piedad con las consonantes, ello no le impidió alcanzar sus cometidos expresivos, sino más bien al contrario. Apoyando a la palabra con la música, uno no sabe bien cómo, la sensación es la de que Vivica Genaux pensara primero en las notas y luego en los significados –y fonemas– que se superponen a ella. Se llega a la conclusión de que nadie dirá “crudele” como Handel, a cuyos designios se entregaba la mezzo de manera incondicional sobre una agrupación instrumental que mantenía el tono guerrero con que empezaba la velada.

A este reposado dolor fue, tras el descanso, ganándole terreno la dulzura pastoril, algo turbada durante toda la segunda parte por las dos cuerdas de los violines, protagonistas de complejos dúos en ambas obras. Carlos Aragón mantuvo la ligereza, divirtiéndose en los accellerandi de las formas de danza que se preludiaban desde el final de la parte anterior, aunque declinando en claridad. Vivica mantuvo su turbulencia con la voluble adolescencia que se retrata en la cantata Il ritiro, cuyos giros más violentos sí recorrió con pericia la formación instrumental.

Llegaba el turno de L’ Arianna de Alessandro Scarlatti. Acostumbrados como nos tenía esa voz que hacía temblar la tierra, Vivica Genaux nos sorprendió en una emisión de las notas –permítanme aquí un adjetivo cargado de íes, que lo merece– prístinas que nos regalaba ese compositor creador de toda una escuela, la napolitana. Los cimientos del futuro se ubican aquí, todavía entremezclados con la expresividad de la disonancia bien hallada que había liderado el canto de la Italia del siglo anterior y que encandilaba a los asistentes mientras turbaba hasta la suela del zapato de la cantante alasqueña.

Culminaba la velada con el principio de toda una era –cuyo mayor representante fue el aria de Vivaldi que nos regaló la cantante de propina, “Alma opressa”–: la ópera de los castrados, de los gorgoritos, de las iluminadas salas de los teatros. Nos encontrábamos, en este caso, ante su versión más íntima: las cantatas profanas que se desarrollaban en los salones de la alta aristocracia y no en los grandes teatros. A estos efectos decía el contemporáneo Jonathan Swift: “Los nobles son como las patatas, todo lo bueno lo tienen bajo tierra”. Menos mal que sus tallos, gruesos pero sensibles, se dejan ver de cuando en cuando en Madrid.

Cristina Aguilar

Fotografía: María Cristina Ávila Martín
GB Opera Magazine (portada).

Publicado en octubre 2015

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