Ecos de celuloides dispersos

Crítica
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Ecos de celuloides dispersos

Apuntes sobre cine a falta de un mejor montaje

El psicópata que amaba a Beethoven y otros cien apuntes de música y cine. Lamberto del Álamo. Colección Escucha y Verás, 2017, 978-15-2156-379-3.

Siempre me ha gustado vivir en una cultura predominantemente visual, puesto que me ha hecho valorar aún más los sonidos que me rodean; siempre presentes pero al mismo tiempo ausentes, guardados en una especie de recámara a la que solo prestamos atención en los momentos más destacados. El cine, como síntesis de la técnica y la estética del hombre occidental, amplifica esto, haciendo que los sonidos, en especial todos aquellos que no son diálogo, queden en muchas ocasiones en un segundo plano desde el que nos influyen en secreto. Por ello, es comprensible que haya gente que sienta una especial devoción por la música cinematográfica, deseosa de saber el máximo posible acerca de ella, aunque solo se traten de breves apuntes, como los que pueblan el libro El psicópata que amaba a Beethoven.

Este trabajo de Lamberto del Álamo, más conocido por sus materiales musicales educativos para primaria, podría entenderse como un anecdotario, una colección de breves curiosidades acerca de la música de algunas de las películas que más le han llamado la atención. La presentación resulta ágil y concentrada, muy apropiada para los tiempos que corren, donde un texto demasiado extenso puede producirle a más de uno un nudo en la garganta. Así, lo que nos encontramos son 101 entradas de una página dedicadas a la música de 101 películas distintas, en las que se incluye un texto relativamente largo (si así se le puede llamar a media página, claro) acerca de los aspectos que el autor considera más destacados de la película –como el uso de una canción, la génesis de una banda sonora o su propia experiencia personal con ella–, y otro mucho más breve en el que se incluyen pequeños apuntes de muy diversa índole. Entre estos podemos encontrar cosas tan variadas como descripciones del argumento o de escenas destacadas, citas de otros autores, reseñas biográficas o incluso la letra de alguna canción, como ocurre en el caso de Novecento. Además, se incluye un código QR en cada una de las entradas que nos permite acceder con gran facilidad a la música comentada.

Acompañando a estas breves entradas nos encontramos unos textos de mayor extensión que dividen el libro en cuatro secciones. El primero de ellos, llamado “El principio de todo”, habla del desarrollo de la música de cine desde la época muda hasta el Dolby. Prosigue “La influencia secreta”, en el que se trata de una serie de conceptos propios de la música de cine, como la diégesis, la empatía o el ritmo. La tercera sección, “Los recursos de la música cinematográfica”, reflexiona acerca del uso de los clichés en la música de cine. Y la última, “Las mejores bandas sonoras”, incluye un breve texto que sirve de introducción para la lista del American Film Institute sobre la mejor música compuesta para el cine estadounidense. Por último, a modo de anexo, se incluye la biografía de una serie de compositores destacados para el autor y una serie de índices que facilitan la localización de la información.

Pero aunque el libro aparezca dividido en cuatro secciones claramente delimitadas, solamente la última de ellas parece tener una lógica interna clara, al centrarse en las películas incluidas en la lista del AFI. El resto de ellas suponen un batiburrillo de difícil comprensión, en el que los títulos se amontonan sin ningún tipo de lógica cronológica, temática, autoral o técnica, salvo algunas excepciones. Eso hace que uno se plantee si no podría haber un mejor orden para estas 101 entradas que el propuesto por el autor, que facilite la navegación por este libro y no le deje a uno la sensación de estar ante algo que parece conducir a ninguna parte, para lo cual ya tenemos a David Foster Wallace.

Porque al final, si algo resulta esencialmente problemático es su planteamiento caprichoso. Y esto se aprecia de forma muy clara en el propio tono empleado por el autor, que alterna pasajes de información más aséptica con otros totalmente autobiográficos, sin miedo a que queden claras sus filias y sus fobias, así como su particular interés por la manera en la que se glorificaba el consumo de tabaco en el cine clásico (a veces me imaginaba al autor, cigarro en mano, indignado por lo políticamente correctos que nos hemos vuelto y otras lo veía desquiciado por lo difícil que le estaba siendo dejar de fumar con tanto tabaco en la pantalla, pensando que ojalá fuesen las dos cosas al mismo tiempo). Y aunque es interesante que nos cuente cómo olvidó completamente Luna de papel debido a un atentado de ETA, que quiere una película sobre las vidas de Léon Theremin y Hanns Eisler (¡y quién no!) o su particular interés por el relativamente desconocido Antonio Pérez Olea, también es cierto que este tipo de digresiones dificultan saber a ciencia cierta qué tipo de libro está intentando escribir, si uno con sus memorias sobre el cine u otro con curiosidades despersonalizadas para todos los públicos. Las posibilidades de hacer de este un libro educativo o una declaración subjetiva de amor al cine quedan abiertas, sin que el lector pueda cerrarlas por completo.

Y donde más se materializan los problemas de este planteamiento es en el tipo de películas y compositores elegidos. Aunque por fortuna no reduce el cine a Hollywood, que ya es un paso, el libro no deja de desprender cierta sensación de clasicismo e incluso de etnocentrismo. Que la única película asiática incluida sea In the Mood for Love, y que desde los ochenta hasta la actualidad aparezcan poco más de una decena de títulos, nos muestra la predilección del autor por los grandes compositores hollywoodienses de los años 50-70, la Nouvelle vague francesa y algunos autores italianos, con los cuales rellena más de las tres cuartas partes del libro. Porque es cierto que tampoco nos vamos a sorprender si en un libro sobre música de cine no se habla de las bandas sonoras de Toru Takemitsu o de los números musicales de Holy Motors, que inevitablemente siempre tendrán un culto mucho más minoritario. Pero no mencionar a Hans Zimmer o Howard Shore en todo el libro sí que resulta mucho más mosqueante, teniendo en cuenta que medio Hollywood es capaz de pelearse a muerte por tenerles en su película. Del mismo modo, que no se hable de Alberto Iglesias o Roque Baños pero sí de José Nieto también es indicativo de la generación a la que pertenece el autor y la generación para la que escribe, la cual, tampoco conviene olvidarlo, es la única que suele plantearse comprar un libro que no sea de segunda mano sobre una materia tan marciana como esta.

En definitiva, se puede concluir que este trabajo de Lamberto del Álamo está lleno de momentos de relativo interés para todo aquel que se considere cinéfilo, y aunque el conjunto pueda resultar un tanto irregular, no por ello se puede negar el esfuerzo de recopilación de este autor, el dinámico formato empleado y su prosa desenfadada y cercana. Ya solo esperamos que alguien se anime a hacerle un nuevo montaje.

Ugo Fellone

Fotografía: Apuntes de música y cine.

Publicado en nº 31 de 2017

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