En un día de 1994

Ensayo
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En un día de 1994

Perder canciones

Puede que por la noche y cuando menos lo esperes alguna de estas canciones te acabe inventando otro nombre o quizás otra razón para el calor, y entonces dormirías en el balanceo de un ritmo muy amplio y redondo, tan vecino y organizado como el intervalo que suele ir desde la segunda hasta la sexta ola de un mar increíblemente bravo y al mismo tiempo tan dulce y tan posible que echarle de menos es ya cantarlo o es simplemente cantarlo, cadencia conocida por mil veces adivinada en algún lugar de tu infancia, te dices, cuando muy extrañamente o quizás no, todo lo contrario, cuando la música parecía un lugar infinitamente llano y tu percepción del tiempo te contaba que la música no acabaría nunca y la música te enlazaría de año en año como el único puente, puede que no pero también puede que alguna de estas canciones te acabe algún día animando y después meciendo el brazo, meciéndolo como quien dibuja en el aire una palabra invisible y luego se alienta y persigue la frase completa, la frase extraordinaria, tan valiente arte de hombros, asombrada gramática, una música continua, infinita, que cuando un mediodía de primavera te tumbas en el césped y describes la nube que pasaba acabas bailando entre nubes y más nubes y mil nubes no serán nunca todas las nubes, lo sabes tan bien, y puede que incluso te duermas mientras les buscas una forma conocida, la nube faro, la nube viola, la nube que no paraba de crecer, puede que no pero también puede que alguna de estas canciones te ofrezca una estrella de ésas que nos imaginamos con mucha fuerza y tanta fuerza que luego nos olvidamos, una estrella de querer, que no una estrella de luz, la estrella toda ella un nombre para la resistencia, una estrella de contar y enseguida loca estrella de cantar, el mágico salto de luz y entusiasmo en alguna canción favorita, canción umbral, canción habitante, todas las canciones del mundo sonando a la vez en un día de 1994 y tú pensando mira estas dos palabras, arcos y bielas, las veces que por fantasía te bastó el movimiento, el movimiento lo bastante amplio como para resignificar el paisaje, el tono de la historia, el color de la partitura, las canciones son así pero luego todas las canciones del mundo van acabando, no sabes si subes o desciendes de la montaña pero allí solo hay silencio, al final del camino no hay más que océano, el arenal que soñaste, podrás caminar, lo sabes, y ahora que te quedan unas doce canciones las vas a cantar para siempre, y es que como nombre del secreto cualquier palabra de mar nos puede valer, lo sabes, y sucederá que por la noche alguna de estas canciones acabe asumiendo el poder de vela marinera, y la nave vuele por los acordes ya colosal e imparable, y la música suba y suba hasta no ser ya música sino pulso, auténtica vibración, nombre de verdad, que luego intuye tan claro y reconocible el lugar de unas cuantas palabras más, ahora era madera, ahora es lentitud, las palabras que te imaginas, tu cuerpo y la madera tu cuerpo y la lentitud, tocar, lentamente tocar, para siempre tocar como si la línea de nuevo se pareciese a un lugar infinitamente despejado y tu percepción del tiempo te volviese a sugerir que la música no se detendrá nunca, verás que después de todo eso acabarás de todas formas perdiendo canciones, despidiendo tus canciones, fabulando recorrido y viaje, las mejores palabras para cada nombre, y por tesoro toda la fuerza en el deseo, toda la fuerza en buscarlo, imaginarlo, puede que una playa en la fantasía, el arenal que te faltaba, el lugar que faltaba, y poco más, seguir cantando, siempre seguir cantando, que así también acabaremos morando canciones.

Hugo Milhanas Machado

Fotografia Henri Cartier-Bresson.

Publicado en mayo 2015

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