Entrevista a Lina Tur Bonet

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Lina Tur Bonet:

“El seicento es el jazz antes del jazz”

Y aquí estamos nosotros rendidos
ofreciendo en el cuenco
de las manos abiertas,
nuestros silencios.

Es lo primero que se ve al abrir el disco con conciertos y sonatas de Vivaldi, el poema de Colinas, dedicado a un concierto de Lina. Ella acaba de darme el CD, en la marabunta post-presentación del disco en La quinta de Mahler. –Te lo debía por el rato de buena conversación– dice con esa cara de fauno disfrazado, medio gamberro medio sabio, que suele llevar a estos sitios. Inmediatamente es absorbida por media docena de melómanos emocionados que pretenden una sonrisa con firma. Siempre es complicado hablar en estos eventos, pero la presencia es necesaria. Entre el público, mucho crítico y medios especializados. Sin despidos a lo Casablanca, me alejo calle abajo dirección al Teatro Real reflexionando respecto a la escasa presencia del componente poético en la música hoy día, cuando para mí el vínculo es cristalino e indisoluble. No es que le niegue el lenguaje propio a la música, es que el mundo de sugerencias que se abre cuando eres permeable a todo lo demás es inigualable…

Lina Tur Bonet: En mi caso el intento de unificación de todas las artes en lo que hago es algo muy personal, una necesidad íntima. En primer lugar no sé si sabes que yo fui bailarina antes que violinista. No terminé pero en el camino descubrí el violín y me olvidé de todo. Supongo que lo que queda de todo aquello es que las artes escénicas siempre me han interesado. De hecho, en las universidades en las que he estudiado, en Viena, en Friburgo, una siente cómo la música está enseñada de una manera muy seria, a la par que el oficio de músico. Y aunque esa forma de entender la música me guste muchísimo tengo que decir que a nivel personal siempre me ha parecido que corremos un poco el riesgo de meternos demasiado en nuestro mundo y de no tener tiempo para otras cosas. A mí me encanta leer, cosa que últimamente puedo hacer cada vez menos, pero siempre ha sido una prioridad. Cuando vivía en Viena lo hacía al lado de la Academia de Artes y pasaba más tiempo con los pintores y los escultores. ¡Me parecían mucho más divertidos que los “musiquísimos”! Con ellos creé un vínculo muy fuerte porque siempre me ha interesado mucho su trabajo y he echado de menos tantas veces no saber pintar, o no haber seguido con la danza, o no haber aprendido a actuar… Supongo que el asunto es que me gustan mucho los puntos comunes, porque en ese diálogo con los otros artistas ves muchas cosas que tienen que ver con lo tuyo. Entonces, repito, creo que el violín en concreto puede ser algo muy absorbente y muy técnico, que te puede hacer dedicarle tantas horas al día que no tengas cabeza para otra cosa, y eso es lo que yo constantemente he intentado evitar. He procurado mantener mi parcela cultivada… A veces no lo conseguí, pero hubo un momento, cuando ya había pasado muchos años estudiando, en que me dije “no, quiero volver a todo eso, quiero volver a retomar eso”. Ya que yo no trabajo todas esas disciplinas, al menos quisiera poder hacerlo con otras personas que tienen esa especialidad. Y sobre todo eso, buscar puntos comunes y darte cuenta de que al final va todo de lo mismo. Es decir, que ya no es violín o música, sino que es arte, y que cada vez el público lo demanda más. La idea del nombre del grupo con el que está grabado el disco, Musica Alchemica, viene de eso, de juntar lo mejor de muchas artes o lo mejor de muchas personas para conseguir el oro alquímico. Para conseguir sublimar.

El proyecto de Musica Alchemica surge de esa necesidad mía, de esos viajes, de esos contactos con mucha gente y las ganas de hacer un grupo multidisciplinar con el que se pueda interpretar todo tipo de música. Por mi parte ya sabes que toco también el violín moderno y he intentado siempre verlo como dos mundos distintos. Intento que no sea una violinista que pone de repente cuerdas de tripa y coge un arco barroco y toca exactamente igual, sino realmente entenderlos como dos instrumentos distintos. Tuve dos años en los que dejé de tocar conciertos con el violín moderno para dedicarme a aprender el barroco. Y cuando vi que era el momento de retomarlo, opté por dar conciertos con los dos: por eso estoy actuando tanto con la Mahler Chamber Orchestra como con grupos especializados. Con Alchemica abordamos todo tipo de músicas: hemos hecho las Estaciones de Vivaldi y las de Piazzolla (con moderno y con barroco, cada cosa con lo suyo). O hemos hecho tríos, cuartetos… Por un lado pretendo mirar a todo un espectro de 400 años, que es lo que dura la música de violín ahora, y luego poder conectarlo con esos otros artistas a los que les resuena la idea, les gusta la música y tienen ganas de hacer algo. Y creamos proyectos que tengan sentido. No quiero decir con esto que me guste la fusión. Respeto a quien lo hace, pero a mí lo que me interesa es que la música se mantenga como es y conecte, conviva con otras formas de arte pero sin perder lo que según mi criterio tendría que ser esa música. O sea, no quiero traspasar fronteras. No quiero que sea permeable. Lo que quiero es que se entiendan y que se interactúen. Eso es lo que me interesa.

El día de la entrevista, casi un mes antes de la presentación del disco, me encontré con ella en una terraza, mientras descansaba de grabar el vídeo promocional. Cuando uno piensa en un vídeo de este tipo tiene en la cabeza una cosa muy distinta a lo que luego me enseñó: un corto rodado con marionetas artesanales, con un cuidado estético y un gusto por el detalle fuera de lo común. Y con el foco del protagonismo compartido con un títere. Analizando con cierta perspectiva la carrera de Lina Tur Bonet se cae en la cuenta de el vídeo es una buena metáfora de esto: ella siempre presente pero con un esfuerzo evidente por salirse siempre del centro de la foto.   

LTB: Es un esfuerzo premeditado. Creo que la música es la cosa que más me gusta en el mundo, pero el mundo de la música no siempre es lo que más me gusta del mundo. Lo conozco muy de cerca, muy de dentro y no todo me convence. Por otro lado, respeto absolutamente cualquier manera de hacer música, desde el momento en que alguien se sube encima de un escenario goza de todo mi respeto y raramente me vas a oír criticar a un compañero, porque merece toda mi atención. Quien se sube ahí para mí ya es un héroe. Ahora, tengo la posibilidad de elegir cómo lo quiero hacer y cómo yo quiero llevar mi vida. He tenido contacto con algunos músicos fantásticos que eran unas personas maravillosas. También he tenido contacto con músicos fantásticos que como personas no eran tales. De esos he aprendido en lo que no me quiero convertir. Me gustaría que el hecho de hacer música sirviera para enriquecerme a mí y a los demás, no para elevarme a mí sobre los demás. No niego una cierta sensación de creatividad, y más cuando encima eres un intérprete y no un creador. De hecho hasta la creatividad es algo muy cuestionable porque yo no compongo, yo no hago algo de cero, soy una recreadora interesada en conocer lo más posible los estilos, en aprender la diferencia entre Bach, Mozart, Schubert, Schönberg, etcétera.

Ese interés por querer hacer las cosas de una manera más creativa ya me frenaba un poco respecto a la repetición y necesidad de tener el concierto de violín de Beethoven, Mozart o Chaikovski como único objetivo. Que también los tengo, los he estudiado, y ahora acabo de hacer Beethoven, haré para el año que viene el de Brahms y… Pero mi objetivo no es ser una solista que está tocando cada día un concierto de violín. Aparte, hay gente que lo hace muy bien y me parece fenomenal pero a mí hay cosas que me llenan más que eso. A mí poder tocar un día, como ha pasado este último medio año, el Cuarteto para el Fin de los Tiempos y al mes siguiente estar tocando las sonatas de Biber; o tocar Lutoslawski con miembros del Cuarteto Casals y luego tocar el concierto de violín de Beethoven… me atrae muchísimo más, aunque requiera un nivel de organización y preparación terrible. Conectar es esencial: estar vinculando cosas que a lo mejor no tienen nada que ver en un principio me motiva especialmente, y me hace aprender mucho. El cambio de perspectiva, ponerte espejos distintos, te hace ver cosas diferentes y ponerte en cuestión, porque se alimenta el espíritu crítico. Hay que evitar apalancarse y estar siempre a la búsqueda. Por resumir, podría decirse que sigo haciendo cosas con grandes orquestas y grandes conciertos, pero si ocupas demasiado tiempo a ciertas cosas al final no tienes tiempo para las tuyas, para mantener viva la llama. Queda mucho inédito por descubrir.

En la Plaza de Oriente concurren tal variedad de claroscuros sociales que resulta inevitable cautivarse. Los más encopetados operófilos del Abono A del Real esperan a sus acompañantes mientras un grupo de chavales practica parkour a menos de dos metros de los bombines. Un par de chicos versionan lo que supongo serás sus afinidades electivas, desde Sting a Serrat, sin mayor cohesión que lo que le dictan sus debilidades…

LTB: Si me preguntas por directores fetiche he de ir a Daniel Harding y a John Eliot Gardiner. Seguramente son ellos los más afines y los que más lejos me han llevado. Daniele Gatti también entraría en este grupo, aportando cosas completamente distintas Y luego igualmente están toda una serie de directores con los que no comulgas pero… es que aprendo tanto de ellos como de los otros, porque ahí ya entras en que aunque no sea tu gusto (no digo que sea mi disgusto, también los disfruto) y yo lo piense de otra manera, ¡a veces está tan bien pensado que te hacen dudar de tus postulados! No sé cómo expresarlo. En la música tienes la técnica, luego la música, luego lo artista que seas y luego ya una cosa que está por encima de eso, de lo bien o mal que toques. Es algo… ¿cómo diría? Un don específico, ultrapersonal. Que trasciende. Y de eso aprendes hasta del que hace lo contrario que tú si es bueno. Te das cuenta de que al final ser bueno no es que toques más forte, más largo, o como sea. Esa particularidad es de lo que más se aprende y creo que de eso adolecen los sistemas educativos en las escuelas, en los conservatorios, en las universidades, centradas en explicarte lo que es y lo que no tiene que ser; y yo no lo tengo tan claro, porque yo he visto lo que es de muchas maneras distintas. No hay una que yo crea que es más verdad que la otra, ni siquiera en el historicismo, del que podríamos hablar también.

En cuanto al repertorio, no sé si favorito, pero tengo un proyecto desde hace mucho tiempo relacionado con prestarle más atención al seicento que tanto he hecho durante mi carrera, con su “stilus fantasticus”. Es una cosa que a mí me toca bastante y tengo algunos compañeros que se apuntan a ese tren. Es donde me apetece meterme, bucear dentro, porque es el jazz del barroco. El seicento es el jazz antes del jazz, y tienes una libertad en algunos aspectos inigualable. Ese espacio en la música del Barroco para ornamentar es una de las cosas que a mí particularmente más me fascinan: Marco Uccellini, Biagio Marini o Johann Heinrich Schmelzer. Es una música de puertas abiertas, donde te sientes muy libre y puedes aportar de tu cosecha sin acaparar protagonismo, intentando ser “yo” pero muy respetuosa. Hay un trabajo previo para poder ornamentar, conociendo bien al autor, el repertorio, intentar conocer cómo él lo hacía y apoyarme en eso. Y hay un momento en el que entras en el estilo y es maravilloso, y los que te escuchan se fascinan contigo. Eso hay que grabarlo, a ver si lo podemos hacer pronto.

Y te voy a decir algo que a mucha gente le sorprenderá: si me pides que te dé referentes musicales, te tengo que decir que el primer Genesis. Eso es una de las cosas que más me ha marcado y que más escuchaba de pequeña, porque mi padre escuchaba mucha música clásica, y mi hermano la moderna, y algo tiene eso: algo tiene el foxtrot, por ejemplo, que a mí me ha marcado. En cuanto a la literatura, la poesía siempre es un estante grande en mi colección, con Antonio Colinas, con Paul Celan, con gran debilidad por Rilke, Holderlin, Proust o Cortázar. Me interesa muchísimo el videoarte, me interesa mucho lo que se está haciendo en las artes plásticas, la pintura en general, la arquitectura de determinadas épocas, y luego, hablando de Japón, las cerámicas. No entiendo la idea de interesarse sólo por una faceta del arte.

Calle Arenal abajo llego a Sol, colonizado por vendedores de cosas impredecibles, pequeños paracaídas con luces de neón azul, perros de hojalata a cuerda y un espectáculo infantil protagonizado por dos hombres embutidos en sendos disfraces de Trancas y Barrancas de tamaño natural. Dos metros de hormiga, por mucho que hable con diminutivos, espanta al niño más osado. Llegando a la FNAC encontramos a nuestros viejos colegas, “Los primaveras”, les llama un amigo, porque parecen vivir interpretando perpetuamente la primavera vivaldiana. Tan distinto el Vivaldi que oigo del que llevo en mi bolsillo…

LTB: El disco está compuesto por conciertos y por sonatas. La parte de los conciertos inéditos la hemos trabajado a partir de los manuscritos, que estaban editados desde hace muchísimo tiempo pero sin grabar, y hemos hecho una versión a uno por voz, que a mí me parece un trabajo muy interesante. Tal vez el principal atractivo para mí aquí es la parte poética, porque hoy día se entiende a Vivaldi de una forma muy enérgica (ya es una moda), en el estilo que ha hecho Il Giardino Armonico, por ejemplo. Y está muy bien y me gusta muchísimo pero hay un pequeño aspecto que a veces encontramos en esas grabaciones, y otras veces no, que es la parte poética, la parte seria de Vivaldi. Stravinsky debía estar borracho el día que afirmó que Vivaldi había compuesto 500 veces el mismo concierto, yo no me lo tomaría en serio. Vivaldi coge la forma concierto y la desarrolla como nadie hasta entonces. Y coge el violín y desarrolla su parte técnica como nadie hasta entonces. Y desarrolla en ellos una fantasía brutal, como nadie hasta entonces. Tenía una orquesta de mujeres que eran tan virtuosas que asombraban a media Europa. Él mismo tocaba para hacer show, para que la gente se emocionara en los segundos movimientos, para que sintiera el vértigo en los primeros porque no se puede ir más rápido ni puede ser más difícil. Y toda esa música sin contar con las óperas que compuso…

Así que en estos conciertos del disco te encontrarás muchas cosas que suenan al Vivaldi de toda la vida, pero hay también sorpresas, hay cosas que son muy originales. No creo que fuese gratuito que Bach le copiara. Estos conciertos son todos venecianos y hay uno que se sabe que fue escrito para Anna Maria, y otro para Pisendel, sobre el que la propia Anna Maria hizo pequeños cambios. Entenderás entonces su nivel de virtuosismo… Vivaldi personalizaba según su intérprete. Por ejemplo, para la Chiaretta, que parece ser que fue una chica muy dulce, componía las cosas más fáciles, pero a la par más sensibles. Y la versión de Anna Maria es preciosa, y es la que hemos hecho, que se conocía en sonata pero no en concierto. Luego, de los otros dos, uno es en Re Mayor, exultante, y el otro en La Mayor, un concierto bastante divertido, con esa debilidad por el humor de Vivaldi. Todos son muy vivos, pero cada uno tiene su carácter. Para grabarlos escogí un grupo de gente espectacularmente buena, con Enrique Solinís a la guitarra barroca, Josetxu Obregón al chelo, Vega Montero al contrabajo (es el único que repite luego en las sonatas) y Eduardo Fenol e Isaac Martínez a los violines, Natan Paruzel a la viola, y Daniel Oyarzábal al clave. Es difícil que encuentres músicos mejores en España, hay que decirlo. Y lo grabamos en el mes de julio, estrenándolo en El Escorial, para luego hacer los conciertos en Ibiza, donde Antonio Colinas quiso colaborar con el poema de la contraportada.

La parte de las sonatas tiene cierto interés porque aunque ya han sido grabadas por separado nunca se han hecho las cinco en ciclo. Curiosamente en el disco no van a salir las cinco; van a salir dos, quedan tres en barbecho para una próxima vez. Los manuscritos de esas sonatas de Graz no son de Vivaldi pero se sabe que son obras suyas por su escritura y porque muchos de los movimientos están en otras sonatas, como en las de Dresde u otros lugares. Al tener sólo la parte de violín, los movimientos que están en las otras sonatas disponen de su bajo continuo, pero en los movimientos únicos, no tenemos nada. Entonces Olivier Fourés decidió reconstruir o rehacer o inventar o imaginar o como quieras llamarlo, ese bajo. Y lo ha hecho fenomenal, es indistinguible de cualquiera escrito por él. Una vez las completó todas las grabamos con Kenneth Weiss al cémbalo, Sebastian Hess al chelo (dos grandes) y luego otros dos grandes nuestros que son Vega Montero al contrabajo y Jesús Fernández Baena a la tiorba. Un plantel de lujo. Lo hicimos en el Instituto Italiano de Cultura que nos cedió la sala muy generosamente.

Hemos añadido como bonus al final del disco un segundo movimiento de Pisendel, bueno, un segundo movimiento de un concierto de Vivaldi del que se encontraron unos bocetos de Pisendel para hacer la ornamentación, y que cambia completamente el movimiento para entrar de lleno en el universo Pisendel, con una tonalidad (Fa menor) bastante poco común, con un resultado que aúna muchos caracteres distintos, presentando la música de una manera más caleidoscópica. Así que el resultado final es, como al principio de esta conversación, una mezcla multidisciplinar de artes. Antonio Colinas, utilizando las notas que tomó durante un concierto, cede un poema que acaba de salir en su nuevo libro Canciones para una música silente, de Siruela. Sumas marionetas y títeres, o videoartistas y la experiencia es completa…

Mario Muñoz Carrasco

Fotografía: José Castro.

Publicado en noviembre 2014

 

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