La música de otra manera. Reflexiones de práctica musical

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La música de otra manera (I)

Reflexiones de práctica musical

A finales de 1966, después de tomar la decisión de abandonar las estrepitosas giras, los Beatles se metieron en el estudio a grabar nuevas canciones. Fruto de unas largas, intensas y caras sesiones, dio a luz su 8º álbum, titulado Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band (publicado el 26 de mayo de 1967). La magnífica producción de George Martin y el ingenio de los Fab Four procuraron algunas de las novedades más creativas de la época en cuanto a producción musical. Se usaron todo tipo de instrumentos alejados del “sonido rock” como clavicordios, arpas, conjuntos de cuerdas, metales, clarinetes, cornos franceses, glockenspiel, armonios, tamburas, sitar y otros elementos sonoros más extraños: un despertador, ruidos de diversos animales, sonidos invertidos e incluso un silbato para perros.

La prensa y parte de sus fans dijeron que se habían vuelto locos. Que estaban malgastando dinero y tiempo en un proyecto vacío de contenido artístico. Que ya no tenían ideas ni buenas canciones. Que habían dejado de tocar. El álbum sigue siendo un referente musical.

¿Fue un experimento? ¿Había nacido el pop? ¿Agonizaba el rock?

En 1989 Camarón de la Isla presentó su decimoséptimo álbum, Soy gitano. Para la ocasión se requirió la costosa participación de la Royal Philarmonic Orchestra de Londres en la grabación de cuatro canciones del disco en los míticos estudios Abbey Road. Los 40 músicos de la orquesta no tenían duende gitano, ni arte andaluz, ni “grasia” gaditana, pero solventaron el encargo con gran profesionalidad. La cantante Ana Belén colaboró en uno de los cortes. La voz de la amiga de Zampo (Mª del Pilar Cuesta Acosta) no era la más idónea para los “quejíos” pero se adaptó como buenamente pudo.

Los amantes del flamenco llevaban tiempo refunfuñando por los desvaríos musicales del cantaor de San Fernando. Muchos de aquellos que devolvieron La leyenda del tiempo (publicado en 1979) porque no era flamenco de verdad, volvieron a retorcerse cuando escucharon el nuevo LP de José Monge. El sonido se acercaba a la modernidad y se alejaba de la tradición. Camarón era plenamente consciente de lo que hacía, pero quizá no tanto de lo que aquello supondría para las generaciones posteriores.

¿Había traicionado sus raíces? ¿Abría puertas? ¿Abría heridas?

La música es un ejercicio artístico maravilloso. Un modo de comunicarse peculiar, expresión única y vehículo infalible para llegar a los demás. Una mezcla de alma, corazón e intelecto. Un invento del hombre con infinitas formas, infinitas posibilidades. Pero, ¿todas valen?

Seguramente no. No todo vale. No por una malintencionada apropiación de la música, sino por el criterio elegido para revivir ciertas obras, autores, estilos, etc. El manchego Luis Cobos grabó en 1982 con la Royal Philharmonic Orchestra de Londres su disco Zarzuela.Se vendieron más de un millón de copias y el reconocimiento del público fue enorme. Pero la crítica y los puristas se encogieron al escuchar El barberillo de Lavapiés y La verbena de la Paloma sometidas al pulso marcial de las modernas cajas de ritmos.

No siempre estamos preparados para asimilar la revisión de las tradiciones, sea en música o en cualquier otro campo. El peso cultural es a veces tan grande que condiciona la justa apreciación de las novedades. Novedad es aquello con calidad de nuevo y antigüedad aquello que existe desde hace mucho tiempo. Somos poco dados a mezclar el pasado con el presente por lo que debería estar directamente reñido lo antiguo con lo nuevo, pero hay muchos matices variables. Como dice Joaquín Sabina:

“cada noche me invento, todavía me emborracho;

tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone”.

Es compatible, evidentemente, aunque no siempre sea admitido con agrado. Sting, el padre de Roxanne, publicó en 2006 un disco titulado Songs from the Labyrinth, donde recopilaba un buen número de lute songs del compositor renacentista John Dowland. Amparado por la Deutsche Grammophon y por el laudista Edin Karamazov, el proyecto nació a sabiendas de que el gran público sabía muy poco sobre la música inglesa del siglo XVI y mucho sobre la música de Police. Aún así, se dice que Gordon Matthew Thomas Sumner se imbuyó en el papel hasta el punto de estudiar en profundidad no sólo el repertorio de la época sino también el modo más respetuoso de interpretarlo. Podría pensarse que el disco era fruto de los caprichos de un multimillonario pero lo cierto es que el resultado musical fue razonablemente aceptable. Para ganar dinero le basta y le sobra con los jugosos ingresos obtenidos por “Every  Breath You Take”, que aún hoy sigue generando ingentes beneficios (de los que el batería Andy Summers se lleva una buena parte).

Como en el ejemplo anterior, los grandes saltos en el tiempo pueden ser un arma de doble filo. Reconocemos que cualquier tiempo pasado fue mejor pero a todos nos cuesta trabajo definir y delimitar los espacios temporales donde ubicar ciertas músicas. Llamamos música clásica a toda la música antigua. ¿Música antigua? ¿Desde dónde hasta dónde? ¿Desde quién hasta quién? Bueno pues… Mozart y todo eso, ¿no? Las pelucas… ¡ah! Beethoven… ese sí que era un genio. Sordo, ¿verdad? ¡Increíble, un músico sordo! Y nos cuesta más trabajo aún entender que los discos de Mozart que escuchamos en la actualidad no son de Mozart. No. Son otros que tocan las partituras de Mozart. ¿Lo harán bien? ¿Cómo pueden tocar bien si no saben cómo las tocaba el compositor? ¡Si Mozart estuviera vivo! Cuántas veces han escuchado eso de que “si Mozart viviera hoy en día sería heavy”. No me extraña que piensen que todos los músicos están zumbados.

Antes de continuar, hay que explicar a los profanos que la Música es una expresión artística temporal. Es decir, que va desapareciendo en el mismo instante en que se va interpretando. Ahí está la magia. No se puede coger. No se puede retener. Se la oye pasar y se va sin esperar. No huele, ni sabe, ni se la ve. Pero se siente, eso sí. Además da la sensación de que podemos percibirla por todos esos sentidos citados. Incluso por alguno más que no sabemos dónde anda escondido. Por eso cada vez que suena es única. Siempre diferente a la anterior y a la posterior.

Debemos admitir por tanto que la práctica musical de viejas obras siempre será arriesgada. El contexto actual chocará irremediablemente con la imagen, visual o sonora, que tenemos sobre aquella época tratada. El acierto de la propuesta quedará perturbada por nuestros prejuicios culturales, sociales o educativos. Las carencias formativas del oyente podrán ser tan perjudiciales como el celoso ímpetu de un receptor exigente. Condicionamiento por defecto o por exceso.

Enrique Muñoz Casillas

Publicado en mayo/junio 2014

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