L’elisir d’amore
L’elisir d’amore: una Italia en el museo d’Orsay
L’elisir d’amore, Gaetano Donizetti (1797-1848), y libreto de Felice Romani, estrenada en el teatro della Canobbiana de Milán en 1832. Dirección escénica y vestuario: Laurent Pelly. Dir. Musical: Leonardo Sini. Escenografía: Chantal Thomas. Iluminación: Joël Adam. Reparto: Sydney Mancasola (Adina), Pene Pati (Nemorino), Simone Del Savio (Belcore), Ambrogio Maestri (Dulcamara), Lucrezia Drei (Giannetta). Orquesta y coro de l’Opéra national de Paris. Dir. del coro: Alessandro Di Stefano. Martes 2 de noviembre. Ópera de la Bastilla, París.
La revista Síneris viaja hasta la Ópera de la Bastilla, en París, para ver la celebérrima ópera bufa L’elisir d’amore. Gaetano Donizetti, tras un rotundo fracaso en la Scala de Milán, tuvo el encargo de crear una ópera en 14 días para sustituir a un compositor que acababa de fallecer. Así, en 1832 estrenó un Elisir que resultó todo un éxito por ser divertido y espontáneo. ¿Ha sabido esta producción francesa mantener esa frescura?
Laurent Pelly, director de escena parisino, conocido en Madrid por La fille du régiment, Falstaff o Viva la mamma, nos lleva a un pueblo italiano de los años 50 ficticio, ubicado en la memoria de la infancia de Pelly. ¿Qué mejores referentes del campo para esta reinterpretación francesa que los pintores realistas Millet o Courbet? La puesta en escena es rica en estampas visuales a lo largo de la obra, con una escenografía llena de posibilidades de Chantal Thomas. Pelly se apodera de la sorpresa como arma infalible de la comedia, especialmente para las entradas de los personajes, herramienta que incluso potencia dramáticamente la trama. Aquí ayuda la estupenda dramaturga Agathe Mélinand. Además hay múltiples gags constantemente; algunos funcionan muy bien y resultan muy divertidos, mientras que otros restan en calidad y podrían haber sido suprimidos, por ser demasiado obvios o reiterativos.
Leonardo Sini, debutante como director musical en la Ópera de París, llevó una orquesta acostumbrada a otro director, por lo que hubo muchos fallos de coordinación, especialmente en las entradas de tutti. Esta preocupación se fue disipando hacia el segundo acto, donde orquesta y cantantes ya habían calentado y Sini pudo tomar de las riendas del conjunto. Aun así, pudimos disfrutar de una buena interpretación ágil y amena.
Donizetti en su estreno no estaba nada contento con las voces, así lo dejó claro con la siguiente frase: “soprano alemana, tenor tartamudo, barítono bufo con voz trémula y bajo francés mediocre”[1]. Pese a ello, ese infortunio no evitó que Donizetti recibiese una gran ovación al final del estreno. Afortunadamente, las voces de París fueron mejores: la soprano californiana Sydney Mancasola debutó en París con un dominio asombroso del legato y un fraseo que suena fácil, aunque no se le entendía bien el italiano. El tenor Pene Pati se metió al público en el bolsillo con la entrañable y divertida interpretación de Nemorino, haciéndonos reír desde el principio hasta el final. Cantó con la voz bastante recogida para dar ese carácter de timidez del personaje aunque en algunos momentos, que fueron de agradecer, dejó correr su voz. El barítono Simone Del Savio tenía una voz rotunda y con buen cuerpo pero la orquesta lo cubría bastante y no se le oía demasiado, aunque aumentara la energía en el segundo acto. Pero la gran estrella de este elenco fue sin duda alguna el barítono Ambrogio Maestri, con una soltura del italiano que le permite bordar su interpretación. Aunque este rol sea para un bajo barítono, eso no fue un problema para Maestro, ya que impresionó con sus corpulentos agudos al final del aria “Udite, Udite”, provocando una ovación del público.
Sin embargo, el gran momento de la noche no llegó sino hacia el final. Felice Romani, el libretista del Elisir, quiso suprimir ese número musical porque la obra perdía fluidez de acción. Menos mal que Donizetti insistió y acabó incluyendo un aria basada en una cancioncilla popular que el compositor llevaba siempre en su cartera: “Una furtiva lagrima”. En ese momento, entraron en armonía las siguientes partes: una orquesta lenta y dolorosa domada magistralmente por el director; la intimidad de la escena; y Pene Pati en su máxima concentración. Estos tres elementos consiguieron respirar unidos, creando un momento tan bello que se diría mágico. La magia de la ópera se hizo presente y el público respondió con el aplauso más caluroso de la velada.
Así, la Ópera Nacional de París firma una producción que, además de divertida, tiene un toque muy francés traído desde el recuerdo de la infancia de Laurent Pelly, donde parece ésta un cuadro nostálgico, lleno de vida, y propio del realismo francés del Museo d’Orsay.
Álvaro Siddharta
Notas y referencias
[1] https://www.youtube.com/watch?v=KEX9LxjsoaA
Fotografías por Emilie Brouchon – Opéra national de Paris.