Lubina y berenjenas a los días griposos

Ensayo
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Lubina y berenjenas a los días griposos

Música de mesa. Capítulo I

Necesidades: lubina, olivas verdes y negras, mi sudadera favorita, chalota, mantequilla, alcaparras, cleen-ex, vinagre de Módena, berenjenas, bote de salsa al pesto, harina, sal, pimienta, aceite de oliva, pan de ajo y unas chuches).

Buenos días, amor.

Anda, deja de regañarme que llevo una semana horrible, de esas que son lunes todos los días… Hoy llego tarde a casa, no sé qué oscura intención tienen mis nuevos superiores para conmigo pero parece que me toca ejercer de anfitrión y enseñar los atriles de mi orquesta a las visitas.

Como sé que estás algo mocosa y con la gripe rondándote, voy a ponerte una facilita para que luego no me recibas a almohadazos y me dejes andar descalzo por casa. Sí, pequeña, ya lo sé. Tengo más de crío consentido que de amante excelso. Qué se le va a hacer. En esto de quererte me pasa lo que decía la canción, “y besó fingiendo saber mientras aprendía…”.

Bueno, al asunto. Las chuches, sobre la mesilla de noche.

Venga, ponte mi sudadera. Sí. Mi roñosa favorita, no me vengas con que no sabes dónde está. Ponértela cuando yo no estoy es la única forma de que te dure un poco puesta… Te he dejado en la cocina el CD con la música, para que no te quejes de tener que estar yendo al estudio a cambiar de canción, como pasó la última vez.

Ahora que Satchmo te alegra la vida, acércate a la cocina. Sobre la encimera tienes varias cosas. Las duras y blancas se llaman “platos” (a no ser que sea muuuuuy alto, que entonces responde al curioso nombre de “frigorífico”). Bueno, pues descartado lo blanco, el resto es comida. Para que las cosas estén a su debido tiempo, empezamos con la salsa para la lubina, ¿vale? Primer paso: localicemos la chalota… Es algo así como una cebolla pero en versión nouvelle cousine (ya sabes que soy parecido a la de Un pez llamado Wanda, es escuchar hablar en otros idiomas y me pierdo).

Bueno, la chalota troceada en plan infierno, trocitos pequeños pequeños pequeños. Pañuelito para quitarte los mocos persistentes y para no llorar por asunto cebolla piensa en mi capacidad para romperlo todo, últimamente especializada en las aceiteras de cristal. Venga, ya lo tienes hecho cachitos y sin ningún corte en el dedo, genial. Aprovecha y pon una sartén al fuego, échale cucharada y media (de las grandotas de sopa de Mafalda) de mantequilla con sal… sí, de la buena de las tostadas de los domingos. Ya lo sé, cariño, se nos está acabando. Ya. Sí. Ya sé que cada vez que voy a comprar más me pierdo en el pasillo de los dulces y ya no respondo ni a mi nombre…

Antes de que se me olvide… enciende el horno, anda. A 200 basta.

Ahora estará sonando el Bolero de Ravel en versión Jorge Pardo.

La verdad es que a mí el bolero me ha aburrido siempre bastante, será superdidáctico y todo eso, pero 10 minutos repitiendo la misma tonadita uno por uno todos los instrumentos… se me hace cuesta arriba… Pero esta versión canalla que te pongo es otra cosa. En las manos jazzeras de Jorge Pardo y las aflamencadas de Tomasito aparece algo como de guiño de ojo y mirada pícara. Sugerente. Diría que hasta sexy si no fuera por las zapatillas de estar por casa que te ha dado por ponerte. Es broooooma…

Sobre la mantequilla, la chalota, que se poche o, dicho como antaño (me encanta), “hasta que la cebolla pierda su hombría”… en fin, que quede con colorcillo. Parte en rodajitas las olivas negras y verdes, la cantidad de aceitunas la dejo a tu gusto… 7 u 8 de cada una para la receta estaría bien (y 17 ó 18 para tu consumo propio…). Las mezclas con lo de la sartén, pones como media docena (una mano y un dedito más) de alcaparras y dos ó tres cucharadas de vinagre de Módena. Jerez no vale, pequeña. Porque es mucho más fino decir Módena, por eso…

Ve probando mientras se va reduciendo. Cuando esté a tu gusto, apartas.

El resto es sencillo. Etta James y su “Don’t Lose Your Good Thing” te acompaña mientras fileteas las berenjenas en tiras gorditas (como un quesito de Trivial de anchas, más o menos). Sal, pimienta, y ligero reboce en harina. ¡¡¡LA BERENJENA, TÚ NO!!! No empieces con esos juegos que luego montamos el numerito. Unas gotitas de aceite en cada una y al horno, diez minutillos.

Vete al salón. ¿Me dejas decidir lectura? Astérix y Cleopatra es insuperable.

Se te va a despejar la nariz de las risas… En el punto en el que Obélix pregunta que cómo se dice “Habla” al intérprete egipcio y le mete una zurra al otro tipo de vértigo, en ese momento justo, te tienes que volver a la cocina (ese momento es de mis favoritos… casi llega a la altura de la famosa viñeta de Campodetenis…).

Dale la vuelta a las láminas de berenjena, calienta la plancha, lava bien la lubina y la partes por la mitad. Vuelta y vuelta y ya lo tienes. Mocos otra vez, recoge. No, no me importa, usa la manga, corazón, estás malita… Una vez acabada la lubina (apaga el fuego y déjala en la plancha para que no se enfríe), es el turno de las berenjenas. Ya están hechas por los dos lados. Toca abrir el bote de salsa Pesto y distribuir a voluntad. Si, está mejor esta salsa para acompañar verduras que para la pasta incluso. Eso de poner salsa encima, dado lo mojapán que soy, te va a recordar un poco a mí… por eso suena justo ahora “Contigo en la distancia”, desgranado por Mayte Martín con una melancolía que hiere.

Bueno. Pues ya está todo, berenjena… diiiiiiigo cariño.  Ponlo en la bandeja grande con patas que te regalé por Reyes, añádele el pan de ajo y al comedor. Como llevas muchas cosas, te pongo música de equilibrios imposibles, un pasacalle de Boccherini, ¿vale?

En el DVD está puesto “El buscavidas”. Era obvio, ¿no? Quién no está enamorado de Paul Newman… Guárdame un rincón de la manta donde guardar mis manos recónditas cuando vuelva. En cuanto entren en calor irán a la búsqueda de tu cintura… Espéralas.

Orquesta Pelota

Publicado en noviembre 2014

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