Manifiesto sinsombrerista

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Manifiesto sinsombrerista

Primer comunicado: “Por el uso del latín como lengua vehicular y la higiene lingüística del castellano”

“¿Quiénes
somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?” Éstas son las tres preguntas trascendentales por excelencia.

Desde los tiempos de Tartessos parece ser que en lo que por entonces aún no era España no se debía de estar nada mal, ya que ante la pregunta de “¿qué región conquistamos hoy?” o “¿para dónde vamos?” que los ejércitos plantearían a sus generales, los pueblos de la antigüedad más o menos reciente debieron de responder: “para el norte no que hace frío y aún no se ha inventado la cerveza, mejor vamos para el sur/oeste que hace más calorcito, nos podemos tirar en las playas y comer gambas en los chiringuitos. Además, hay una cosa a la que llaman ‘paella’ que los exploradores dicen que no está nada mal”. Y con éstas, por aquí pasarían fenicios, celtas, griegos, cartagineses, romanos, francos y suevos, visigodos, musulmanes (hasta que aparecieron los reyes católicos), después los Habsburgo, los Borbones, Napoleón (“no si yo solo quiero pasar hacia Portugal, ¿me hacéis un hueco?”) –que con el tratado de Fontainebleau en la mano nos dejó aquí a su hermano, se ve que por entonces el desempleo también apremiaba y no había otro sitio mejor donde “colocarle”…–, hasta incluso hubo una colonia de japoneses que se instaló en Sevilla allá por el siglo XVII cuando iban camino de Roma a visitar al Papa, de ahí el apellido “Japón” que aún hoy en día se usa. Debió de ser por aquel entonces cuando comenzó la atracción nipona por el pescaíto frito y el flamenco.

Pues bien, ya sabemos de dónde venimos: somos todo eso y aún más que no he enumerado. Sin embargo, entre todo esto hay que destacar por encima de todo la Hispania romana, a la que debemos cosas que hoy en día nos parecen tan fundamentales como el alcantarillado, la calefacción (las míticas “glorias” de los pueblos), el calendario, el derecho, la administración… que aún perduran hoy en día en nuestra vida cotidiana. Miremos a nuestro alrededor y ante nuestros ojos se mostrarán numerosos inventos heredados del mundo romano: ¿Qué es un sofá, sino un triclinium mejorado? ¿Y un patio de vecinos? ¡Un impluvium desmejorado! Y, sobre todo, Roma nos dejó su cultura, que ya, de por sí, era una especie de “rebozado” del mundo griego. Y sí, lo que decía el profesor de latín en el instituto era cierto: el castellano proviene, entre otras cosas, del latín. Sin embargo, las autoridades educativas se han empeñado a lo largo de los años en reducir las horas dedicadas a la enseñanza del latín y del griego clásico, condenadas en un principio al gueto de las “letras puras” hasta su absoluta desaparición. Si nuestros padres aprendieron francés como lengua extranjera, ahora se estudia el inglés y, en algunos casos, el chino, como anuncian algunos colegios. ¿Qué especie de padres desalmados seremos si dejamos que nuestros hijos aprendan chino desde primaria? Por otro lado, ¿por qué tanto interés en aprender inglés? ¿Tiene que ver algo con nosotros la pérfida Albión más allá de los monos de Gibraltar o los asaltos del pirata Drake? ¿Por qué no sustituir la enseñanza del inglés como lengua vehicular por el latín? ¿Por qué no crear colegios bilingües español-latín? ¿Por qué no editar guías de conversación en latín? ¿Por qué no darnos la satisfacción de hacer que los angloparlantes se esfuercen en aprender alguna otra lengua además de la suya propia?

Pese a lo que muchos puedan pensar el latín no ha muerto, sigue siendo una lengua viva aunque esté
recluida en las fronteras del Vaticano y en el ámbito lefebvrista. No está muerta, está criogenizada, como
Walt Disney, esperando tan solo a aquéllos que la hagan revivir de nuevo. ¿Seremos nosotros los llamados? ¿los elegidos? Como en la magnífica película de Sidney Lumet Network (1976), levantémonos, abramos la ventana, saquemos la cabeza y gritemos: “¡estoy harto del inglés y no pienso aguantarlo más!”.

Tampoco nos dejemos llevar por las presiones del mercado de trabajo, si hemos de aprender inglés, alemán o chino que sea para leer a Shakespeare, Heine o Li Bai en sus idiomas originales.

¿Por qué no preocuparnos además de cuidar lo que tenemos, de nuestra lengua? Como Allen Ginsberg en Aullido, hemos visto a las mejores mentes de nuestra generación destrozar el castellano con jergas tecnológicas, barbarismos o expresiones políticamente –y falsamente– correctas. ¿Hacia dónde vamos? ¿Por qué ha de ser mejor utilizar palabras extranjeras cuando éstas tienen su equivalente en castellano? ¿Por qué se trabaja en marketing y no en mercadotecnia? ¿Por qué practicamos footing, jooging, trekking, etc.? ¿Acaso antes de que usáramos estas palabras la gente no iba a correr o a dar paseos al campo?

Abandonemos toda esperanza si nos decidimos a cruzar el umbral del mundo de la informática, pues caeremos en las redes de anglicismos y barbarismos. Sin poder contenernos comenzaremos a hablar de “hacer click con el mouse” porque quién osaría a decir “pulsa el botón izquierdo del ratón”, eso no sería cool. Se siente venir la debacle cuando alguna mente audaz aúna el inglés con los neologismos, creándose monstruos como vending para referirse a las máquinas que venden chocolatinas y patatas fritas.

¿Por qué cada vez más a menudo escuchamos expresiones traducidas directamente del inglés pero que en castellano no significan nada? Señores periodistas, cuando ustedes dicen de alguien que “ha mantenido un perfil bajo” nadie les entiende, aunque a algunos nos sangren los oídos al escucharlo.

¿Por qué en la televisión pública nacional se habla de Girona, Lleida o Euskadi? ¿Se siente uno más libertario por eso? ¿Han desaparecido Gerona, Lérida y el País Vasco del mapa? ¿No estamos hablando castellano? ¿Hablamos de nuestros corresponsales en London, Antwerpen o Milano? No, ¿verdad?

¡¡¡¡Usemos los signos de apertura de exclamación e interrogación!!!!

¿Sabemos cuánto daño está haciendo la tendencia a lo políticamente correcto en el lenguaje? Por poner un ejemplo de actualidad que muestra la peligrosa tendencia hacia la estulticia lingüística, pensemos en las tradicionales A.P.A., es decir, la Asociación de Padres de Alumnos de toda la vida en los colegios. Como con aquello de “padres” no nos parecía que las madres queden representadas pues la pacífica A.P.A. se transformó en A.M.P.A., ergo “Asociación de Madres y Padres de Alumnos”. Yendo un poquito más allá, podríamos ser aún más correctos políticamente y hablar de la A.M.P.A.A, es decir, la “Asociación de Madres y Padres de Alumnos y Alumnas”. Pero no queremos dejar fuera a las minorías,
¿verdad? Entonces deberíamos hablar de la A.M.P.A.A.A.A.T.T.V.V., “Asociación de Madres y Padres
de Alumnos y Alumnas, Abuelos y Abuelas, Tíos y Tías, Vecinos y Vecinas” porque, en muchos casos son éstos los que van a recoger a los tiernos infantes al colegio cuando no asisten también a las reuniones de padres o fiestas escolares ya que los progenitores auténticos están trabajando haciendo horas extras que después no les pagarán. Así también queda reflejada la realidad social en nuestras siglas. Pero esto no es todo, que aún podemos incluir este bonito símbolo @, del cual hace unos años nadie sabía nada pero sin el cual que hoy en día no podríamos vivir y convertir nuestra asociación en algo así: “Asociación de Madres y Padres de Alumn@s, Abuel@s, Tí@s y Vecin@s”. ¿Bonito a la par de elegante, verdad? ¿Por qué no preocuparnos de que la mujer tenga las mismas posibilidades que el hombre, un salario igual y ocupe cargos de responsabilidad en la sociedad en vez de perder el tiempo con discusiones bizantinas sobre particularidades del lenguaje del cariz de si se debe decir “juez” y “jueza”? Hasta ahora ninguna fémina parecía ofendida por el uso de la palabra “alumnos”, ya que desde siempre se ha usado el masculino para referirse al plural de un grupo en el que participan los dos géneros. La lengua es muestra de la sociedad, pero la raíz del problema se encuentra en otra parte.

En estos tiempos en los que, como en su momento dijera Musset, “el amor es un ejercicio del cuerpo y el
único disfrute intelectual es la vanidad”, ciudadano de la polis o habitante del agro, yo le invoco: ¡Deje su cráneo al sol o bien luzca un honesto gorro o gorra! ¡Dessombrerice su cabeza de ideas vacuas que le son ajenas! ¡Piense por sí mismo! ¡Hágase sinsombrerista!

Fiat lux.

Isabel Freyre

Próximamente. Segundo comunicado: “Por la creación de una asociación de notas y pasajes musicales víctimas del terrorismo del público”.

Publicado en abril 2012

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