Razones para creer en Dios (a ratos). Anne Sophie Mutter, Lambert Orkis y Daniel Müller-Schrott
Razones para creer en Dios (a ratos)
Anne Sophie Mutter, Lambert Orkis y Daniel Müller-Schrott
Ciclo de Juventudes Musicales de Madrid. Trío no. 7 en Si bemol mayor, Op. 97 “El Archiduque”, Ludwig van Beethoven; Trío en La menor, Op. 50, Piotr Ilich Chaikovski. Auditorio Nacional de Madrid, 24 de abril de 2012. Anne-Sophie Mutter, Lambert Orkis, Daniel Müller-Schott.
Pocas veces ha estado el Auditorio Nacional tan previamente entregado que no callado como en el concierto que el pasado mes de abril nos ofreció el trío formado por la célebre Anne-Sophie Mutter, el que viene siendo su pianista de elección ya desde 1988, Lambert Orkis, y una de las figuras más emergentes de panorama actual, el cellista alemán Daniel Müller-Schott. Cierto es que la simple mención del nombre de Anne-Sophie Mutter llena auditorios y, aprovechando esa circunstancia se planificó un concierto en la sala Sinfónica que, por obvias razones de acústica, debía haberse celebrado en la de cámara; y es que en determinados momentos se perdía el equilibrio sonoro entre los intérpretes, escuchándose empastes en donde debía haber unos sutilísimos detalles expresivos beethovenianos.
Acústica de la sala aparte, el programa ofrecido no podía ser más sugerente: un poderoso comienzo con el Trío en Si bemol mayor Op. 97 (conocido como “del Archiduque” por estar dedicado al que durante años fuera su protector y alumno, el archiduque Rodolfo), y el famoso, aunque no ello menos válido, Trío en La menor “a la memoria de un gran artista” de Piotr I. Chaikovski.
Con Beethoven el acierto fue pleno, si bien en algún momento Müller-Schott deslizó unos portamenti algo desusados, la compenetración, la calidad de sonido y, sobre todo la variedad de matices fue excelente. ¿Cómo se puede tocar una obra de ese calibre, llena de contrastes de carácter desde la amabilidad del inicio a la impulsividad del fugato pasando por un Andante cantabile tan lírico, con tanta elegancia y equilibrio? Desconfiemos de aquellos intérpretes que, como parte del espectáculo sufren, sudan y nos muestran sobre el escenario cuán difícil es lo que tocan. Por el contrario, como bajo influjo mefistofélico y con una técnica formidable la alemana da claridad y significado a todas y cada una de las notas con honesta sencillez. ¡Formidable el Andante cantabile! Puro lirismo que sobrecoge y cuyas evocaciones no son fáciles de olvidar.
Aún bajo el influjo beethoveniano y pese al inevitable descanso que, en muchos casos rompe el clímax, nos adentramos en el mundo de ensueño del Trío en La menor “a la memoria de un gran artista”, con el que Piotr I. Chaikovski rindió homenaje a su amigo Nicolai Rubinstein, hermano de Anton y también pianista además de compositor. En una primera lectura nos podría parecer que son tan solo la nostalgia y la ternura las que impregnan una de las obras más melancólicas del compositor ruso, pero la partitura va mucho más allá y los intérpretes lo saben, descubriéndonos toda la fuerza casi rapsódica que, apenas contenida, como una corriente subterránea, está presente en todo momento. Tocar bien una obra significa entenderla. De nuevo lucimiento de Orkis en la mazurca, no por casualidad la obra, llena de virtuosismo pianístico, está dedicada como hemos dicho a la figura de un pianista. Empuñando su Stradivarius Mutter despertó de nuevo entusiasmos pero, por supuesto, el mérito no fue únicamente suyo; a su lado contaba con el savoir faire de dos pesos pesados: un Orkis magnífico en el virtuosísimo último movimiento y Müller-Schott con un arco magnífico absolutamente expresivo en su fraseo. Como postre, la Habanera de Ravel en forma de propina.
Sabemos que el concierto ha terminado, que debemos levantarnos y salir, pero con la cabeza llena de ensoñaciones, como el río de Heráclito, nos somos los mismos que entramos hace unas horas en el auditorio. Salir es como asumir que todo ha terminado y claudicar, y eso ¡cuesta tanto! Pero finalmente salimos con la esperanza de que, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.
Ana M. del Valle Collado
Foto tomada de El Norte de Castilla