Ordo Virtutum

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Ordo Virtutum

Visiones escénicas de Hildegarda de Bingen

1 de mayo de 1152. Un monasterio benedictino acaba de construirse, a orillas del Rin. En la nave central de la capilla se han reunido autoridades eclesiásticas, además de la comunidad de religiosas y quizás, algunos nobles de la zona. Es el día de la consagración del espacio religioso. Tras la pronunciación de las fórmulas establecidas en ocasiones como esta, una escena singular: 16 mujeres, vestidas de blanco, se dirigen al centro de la nave. Mientras tanto, un coro les pregunta, en latín: ¿Quiénes son las que vienen de las nubes? Se trata de las Virtudes personificadas, que responden con melodías que escapan a las tesituras y saltos habituales en la escritura del canto llano de la época. Así da comienzo el drama litúrgico considerado hoy por hoy el más antiguo de nuestra historia, conservado de forma íntegra y de autoría conocida. Se trata del llamado Ordo Virtutum. ¿Su autor? Una mujer para quien la palabra singular parece quedarse corta. La escritora, compositora, visionaria y también abadesa y máxima responsable del monasterio de Rupertsberg: Hildegarda de Bingen (1098-1179).

La escena anteriormente descrita es sólo una de las diversas posibilidades planteadas acerca de su estreno por los estudiosos de esta obra, que fue redescubierta en una fecha tan tardía como los años setenta del pasado siglo XX. El académico especializado en literatura Peter Dronke fue el responsable de ello, así como también es responsable de la teoría a la que aludíamos para abrir este artículo, y que ubica el estreno de la obra el 1 de mayo de 1152 con motivo de la consagración del espacio sagrado de Rupertsberg, el monasterio que Hildegarda fundó siguiendo una de sus numerosas visiones. ¿Fue el Ordo Virtutum una obra escrita realmente para ser representada? Si fue así, ¿en qué ocasión y de qué forma? Pero, antes de entrar en estas cuestiones, echemos un vistazo al contenido de esta obra.

Ordo Virtutum: una obra enigmática

Inserto en la tradición de representaciones teatrales medievales en el contexto de la Iglesia, el Ordo Virtutum u Orden de las virtudes es un drama litúrgico que se incluye en la parte final de Scivias, la primera obra profética de Hildegarda de Bingen, y a la que dedicó diez años de su vida. Presenta una lucha muy particular, la que libran dieciséis Virtudes contra el Diablo, un combate de fuerzas extraterrenas: Humildad (referida por la regla benedictina como la virtud más importante), Caridad, Temor de Dios, Obediencia, Fe, Amor, Castidad, Inocencia, Rechazo del mundo, Amor celestial, Disciplina, Modestia, Piedad, Victoria, Discreción y Paciencia contra el Ángel caído. Todos pugnan por conquistar a un Alma. Un Alma que, pese a que quiere alcanzar el Reino de Dios, debe primero salir al mundo, conocerlo y, apoyada en las Virtudes, seguir el camino que le lleve hasta Dios. Además de estos personajes principales, un coro de Almas y un coro de Profetas también se hace presente en algunos momentos de la obra.

Aunque el Ordo Virtutum sea una pieza típica del período en que se produce, el lenguaje musical de Hildegarda va más allá de los usos habituales del momento. Es decir, aunque el estilo sea inicialmente simple, ya que estaría destinado a ser cantado por la propia comunidad de religiosas, en ciertos momentos los melismas y figuraciones sobre determinadas palabras alcanzan un alto grado de complejidad. Así, estaríamos ante una pieza enraizada en la tradición, que aprovecha los modos melódicos y las emociones que a ellos se asocian para ampliar el sentido de los textos. Pero a la vez ante una obra innovadora en la que la escritura personal de Hildegarda de Bingen, al escaparse de las normas, toma la palabra y se hace individual: combinando modos no relacionados entre sí, escribiendo melodías con saltos inesperados, etc.

La interpretación del Ordo Virtutum

Todo parece indicar que, pese a la variedad de teorías –como la de Peter Dronke– que sitúan el estreno del Ordo en diversos contextos, no hay duda de que no fue una obra simplemente cantada, sino que se llegó a interpretar en el espacio litúrgico del monasterio de Rupertsberg. Fue quizás una cantata interpretada antes o después del oficio religioso, para embellecerlo o dar lecciones morales; quizás un montaje para ser interpretado en ocasión de la misa que precedía a la Ceremonia de la Consagración de las Vírgenes, que daba la entrada oficial a la comunidad a las religiosas que aceptaban sus votos; o quizás una representación completa y escenificada en ocasiones importantes, como la visita del obispo en 1152. En cualquier caso, parece ser que los expertos coinciden en un aspecto: se representó en más de una ocasión y, probablemente, con motivos diferentes. Es decir, quizás estaríamos ante diversas teorías que podrían llegar a ser compatibles entre sí.

En medio de todas estas cuestiones más o menos difusas, existe un aspecto polémico sobre la interpretación y representación del Ordo Virtutum, y es el relacionado con el atuendo de las religiosas. Ellas habrían sido las encargadas de representar y encarnar a las Virtudes y las Almas, pero a juzgar por algunas reacciones, la libertad creativa de Hildegarda (o quizás deberíamos decir su potencia visionaria) quedó reflejada también en la puesta en escena de esta obra, que rompió con convencionalismos sociales e hizo escandalizarse a más de uno. La fuente principal de información sobre este tema se encuentra en la correspondencia conservada de Hildegarda, y más concretamente en dos cartas, intercambiadas entre la abadesa de Bingen y Tengswich de Andernach, también abadesa, de otra comunidad. Démosle la palabra:

Ha llegado hasta nosotras algo insólito acerca de una costumbre vuestra, y ésta era que vuestras vírgenes estaban en la iglesia los días de fiesta cantando salmos con los cabellos sueltos, y que como adorno llevaban unos velos de seda de un blanco resplandeciente hasta el suelo, y sobre sus cabezas unas coronas de oro con cruces a cada lado y detrás, y en la frente la figura de un cordero muy bien grabada. También llevaban en los dedos anillos de oro […].1

El pasaje es totalmente descriptivo. La maestra de Andernach se muestra perpleja ante lo que llega a sus oídos: religiosas lujosamente ataviadas, con velos y joyas, para cantar en la iglesia en días de fiesta. Y lo que es aún más grave: con el pelo suelto. ¿Podríamos imaginar una representación visual parecida de las virtudes en el Ordo Virtutum? Queda a nuestra imaginación. Lo que sí quedó escrito fue la respuesta de Hildegarda, que respondió que las vírgenes, a diferencia de las mujeres casadas, no estaban sujetas a ningún hombre; así, podían recibir a Cristo, su esposo, en la iglesia y celebrarlo descubriéndose los cabellos. Respecto al resto de cuestiones, Hildegarda optó por guardar silencio.

Otro aspecto destacado sería la inclusión o no de instrumentos musicales en su interpretación. Las fuentes exclusivamente musicales de la época no hacen mención expresa de los que deberían usarse o no, pero cierto es que en la Edad Media se tiene constancia del uso de gran diversidad de instrumentos. Muestra de ello podrían ser fuentes iconográficas como el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela o las miniaturas del Codex Princeps del Escorial, que contiene las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio (1221-1284). Pese a que estos ejemplos sean posteriores en el tiempo, es posible establecer conexiones, dado que se sabe que entre los siglos XI y XIII el mundo de los instrumentos musicales vive una constante evolución. Un apunte decisivo para imaginar la posible presencia de instrumentos musicales en la representación del Ordo serían las palabras de la propia Hildegarda, que establece que éstos nacen con el arte del hombre.2 Ella misma otorga significados simbólicos a los diferentes instrumentos, como el arpa, que se toca desde abajo y se relaciona con la disciplina del cuerpo. Así, un acompañamiento instrumental sería más que posible, dada la costumbre general de incluirlos en la liturgia y la aceptación y simbología que ostentan para la propia Hildegarda.

Conclusión: sobre el Diablo y la música revelada

Existe un personaje del que aún no hemos hablado: el Diablo. En esta obra Hildegarda le otorga, o más bien le niega, una curiosa cualidad: es incapaz de hacer música. No hay melodías acompañando a su texto, que debía ser gritado o gruñido. Desde hoy imaginamos la escena y se nos presenta impresionante. Pero este recurso dramático esconde además una idea muy personal de la autora sobre qué es la música, qué representa. Y es que para Hildegarda la música es un vehículo hacia lo divino. Peter Dronke lo expresaba con las siguientes palabras: para Hildegarda la música “no es tan sólo la musica mundana, ni la armonía cósmica de Boecio, sino que es también un medio para comprender la historia y una forma en que los seres humanos pueden encarnar aún la belleza celestial de manera terrenal”.3

Una belleza celestial que aún cobra más sentido si tenemos presente que, como el resto de Scivias, la obra que lo contiene, el Ordo Virtutum se presenta como una revelación, una visión que Hildegarda no sólo contempla, sino que también oye: un reflejo sobre el papel y ante el público, que desarrolla con maestría y originalidad al servicio de su ideal, en una obra que aún hoy, casi novecientos años después, sigue seduciendo a aquel que se acerque a ella.

María R. Montes

1 Cirlot, Victoria. Vida y visiones de Hildegarda de Bingen. Madrid, Siruela, 2009, pág. 117.

2 Ibid, pág. 23.

3 Dronke, Peter. Women Writers, como aparece en Hildegarda de Bingen. The Letters of Hildegard of Bingen. Baird, Joseph L. & Ehrman, Radd K. (trad.). USA, Oxford University Press, 1998.

Publicado en verano del 2013

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