Sobre la conciliación de tiempos y culturas

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Sobre la conciliación de tiempos y culturas

El intérprete inútil

Durante la extensa etapa que la estancia en centros de enseñanzas artísticas supuso en mi vida y en la de infinidad de intérpretes, fui testigo de una problemática de la que mi “quinta” –los años 10– era consciente. Se recurría a ella en como tema de debate en los pasillos, cafeterías y, menos usualmente, en las aulas de los conservatorios (solo si daba la casualidad de que algún docente de nueva generación hubiese reflexionado sobre esta tendencia). A lo largo de muchos años de observación y contraste de opiniones en hasta cuatro entidades educativas oficiales, he llegado a ciertas conclusiones que creo útiles para entender qué está pasando en esa actualidad aún oculta: la de los profesionales de la música. A continuación se expondrán de menor a mayor según su ratio de acción.

En primer lugar tenemos el método pedagógico de los conservatorios. Centrado en contenidos técnicos anclados desde hace siglos en la sistematización a partir de la repetición casi obsesiva, acaba por matar la poca motivación que le queda al músico clásico contemporáneo después de que haya asumido medianamente que su futuro a nivel profesional estará condicionado por la competitividad salvaje y los contratos precarios. A ello se suma la falta de recursos de proyección futura que se le ofrecen, y que desde hace tiempo incrementan el distanciamiento entre los diferentes tipos de cultura musical en nuestro país. Las tradiciones, la historia y los métodos clásicos siguen su actividad, necesaria pero carente de desarrollo. Si bien los centros de enseñanzas artísticas forman intérpretes, compositores y directores de altísima calidad, existe, una vez finalizado su estudio, una desvinculación de estos con el mundo real, originada por las carencias en su formación.

En segundo lugar están los propios centros. Unos más que otros, ven a sus estudiantes gravemente afectados a nivel psicológico, en una de las profesiones con mayor tasa de depresión y de ansiedad (hasta tres veces más que la media según han demostrado Gross y Musgrave en 2016 1). Es complicado definir todas las causas, son tantas que difieren entre la extrema concreción y una amalgama difusa de factores de influencia personal y estructural. Lo que es innegable es que la educación no está sabiendo adaptarse a las necesidades que reclama la salud mental del estudiante medio, dejando de lado la eterna frustración post-estudios y la famosa falta de vías laborales intermedias, que da para otras tantas reflexiones.

Y por último las instituciones. En la educación especializada la falta de apoyos fruto del desconocimiento, desinterés y conveniencias políticas se traduce en el despiadado abandono con el que se premia a los centros artísticos del país. El mero hecho de que no se plantee incluir las enseñanzas superiores de música en el sistema de universidades es ilustrativo de la consideración que se tiene de la disciplina, y permite adivinar cómo desde las consejerías no se vela por su renovación pedagógica.

Este último punto está estrechamente ligado con la base que sustenta los dos anteriores: la presencia de la música en las aulas desde edades tempranas. Su disminución es uno de los hechos más relevantes entre las causas del gran problema expuesto anteriormente, pues impide el desarrollo crítico de los niños, crea vacíos cognitivos y emocionales, les priva de alternativas profesionales y del disfrute de todo un legado cultural, y un largo etcétera que, por desgracia, es más que sabido. Y si bien es cierto que los métodos de enseñanza pueden y deben ser llevados a debate, nunca debió cuestionarse, por intereses externos, la necesidad de su inclusión de forma obligatoria.

En definitiva, sin negar la altísima calidad de los músicos profesionales en general y de los intérpretes en particular, además de su contribución de pleno derecho en la llamada “generación más preparada de la historia”; voluntaria o involuntariamente se auto-enmarcan dentro de un mundo endogámico que poco tiene que ver con el real. Frente a ellos tenemos a una masa social con escasa inquietud por la música “culta” (errónea denominación), que no se siente del todo invitada a asistir a conciertos, y que está entendiblemente desvinculada de esas extrañas criaturas que no comprende y por las que no es comprendida. Sobre este mapa no es difícil vislumbrar el efecto de las causas: un estancamiento alarmante en el número de estudiantes en los conservatorios del que no nos recuperamos.2

La educación, como ámbito crucial para la conservación de la cultura, debe someter sus métodos a revisiones periódicas y adecuarlos a la mentalidad, estilo de vida y características cognitivas de los habitantes del mundo contemporáneo. Si no es así, como creo que ocurre desde hace años en una España en la que la educación y la sociedad se mueven a diferentes velocidades, arrastraremos un lastre educativo que solo atrasa exponencialmente a cada generación de nuevos artistas. Estos, a su vez, educarán de manera incorrecta a los siguientes, desvirtuando la importancia de estas disciplinas, y estos a los siguientes, entrando en un bucle que desemboca en un erial artístico como el que ya lucen algunos de los centros de nuestro país.

Después de este breve cuadro que se nos presenta de forma bastante pesimista, ¿Qué se puede hacer? ¿Dónde debemos buscar soluciones y quiénes tienen que empezar a liderar un cambio? ¿Es una cuestión personal o institucional?

Aunque creo que hay una respuesta clara ligada a una reestructuración del sistema educativo, se requeriría para ello un proceso. El primer paso es la investigación sobre métodos efectivos para llevar a cabo esta reestructuración y llegar a conclusiones útiles sobre el enfoque que se le debe dar, dejando de lado la práctica musical automática por un tiempo y retomando la sociología, psicología, filosofía y pedagogía musical teórica. La labor musicológica es crucial y cada día está adquiriendo más consideración en un país donde aún es joven; pero todavía queda mucho por enseñar acerca de sus beneficios, sobre todo en los centros de educación musical donde apenas se conocen sus utilidades, que son cuestionadas y desprestigiadas a diario. A veces, y este es el caso, dedicar el tiempo necesario a la investigación, planificación y al desarrollo de métodos es más útil a largo plazo para las artes que el arte en sí mismo, teniendo en cuenta que son dos actividades perfectamente complementarias.

La educación es el pilar del crecimiento positivo de las sociedades y otorga el pensamiento crítico que lleva a cada individuo a ser realmente libre, nunca es mal momento para prestarle la atención que necesita, pues su descuido podría ser un punto de inflexión para el bienestar global.

Sara Ballesteros

1 Sally Anne Gross y Dr. George Musgrave, “Can Music Make You Sick? Music and Depression A Study into the Incidence of Musicians’ Mental Health”, We are here to help musicians (Londres: Westminster University, 2016).

2 Según los datos oficiales del Ministerio de educación y formación profesional del Gobierno de España (http://www.educacionyfp.gob.es/servicios-al-ciudadano/estadisticas/no-universitaria/alumnado/matriculado.html), en la última década se han incrementado, como máximo, alrededor de media centena de estudiantes superiores de música al año en todo el país.

Fotografía de Alejandro Blanco (@alxblnc)

Publicado en octubre 2020

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