Un musicólogo entra a un coche compartido

Ensayo
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Un musicólogo entra a un coche compartido

Y pasan cosas

A veces se me olvida qué hace un musicólogo, para qué sirve uno o por qué tuve la brillante idea de querer dedicarme a eso. Los medios no ayudan. La representación pública de este peculiar oficio es tan fascinante como escasa. Así, por ejemplo, tenemos a los musicólogos reunidos que proclamaron estridentes a La Banda Trapera del Río, al catedrático en musicología comparada que preside el jurado de una película de Masiel o los expertos en plagio que aparecen en varios capítulos de The Good Wife. Todo ello sin olvidar que un musicólogo, interpretado por Ryan O’Neal, protagoniza What’s Up, Doc? de Peter Bogdanovich. Pero a quién vamos a engañar, todas estas referencias son un tanto rebuscadas y prácticamente nadie las tiene presentes. Y que no me vengan con la “Musicology” de Prince o Musicologo The Libro, porque no me van a convencer.

Por supuesto, en cuanto alguien me pregunta a qué me dedico, algo tendré que decir, y donde más veces me ha tocado explicarlo es, sin duda, en un coche compartido. Ya sea con la empresa que empieza por la A, ya sea con la que empieza por la B, desde que hace más de ocho años dejé mi amada Murcia para irme a Granada a estudiar he compartido innumerables coches. Y entre relaciones a distancia, amigos, familia, congresos y, por supuesto, mi obcecación con no sacarme el carné, he tenido que hacer este tipo de viajes tropecientas veces. Y no exagero si digo que en el 95 % de ellos me ha tocado explicar a qué me dedico con todo lujo de detalles.

Quien no haya ido nunca en coche compartido no lo sabrá, pero en ellos hay una serie de leyes no escritas sobre qué temas hablar. En primer lugar, hay que contar por qué estás haciendo ese viaje. Es una forma de decir: “estamos juntos en esto”. Posteriormente viene la metaconversación sobre compartir coche, en la que la gente habla de sus peores experiencias o las que conocen de oídas (nuevas leyendas automovilísticas que han sustituido a la chica de la curva). Después, claro está, llega la pregunta sobre qué hacemos con nuestra vida (el clásico “¿estudias o trabajas?”). Finalmente, si la conversación no ha derivado por derroteros insospechados, se termina hablando sobre la música que a cada uno le gusta. Todo lo que sea con tal de hacer como Franco y no meterse en política.

Obviamente, hay excepciones a esto. Este tipo de viajes, en especial los más largos, dan para muchas cosas (incluido drogarse) y me he encontrado debatiendo sobre signos del zodiaco (vaya liada cuando dije que era piscis…), Marina Abramović, las horribles (y corruptas) rotondas de Murcia, cómo okupar casas, robos a punta de pistola, que Huelva está llena de masones o las dificultades que presentan los cultivos mutantes que consumimos para sobrevivir a ciertas plagas. Por no hablar de empleos que terminan acaparando la conversación, como ser paracaidista en la Guerra de Bosnia o trabajar como cocinero en un yate de lujo en la Antártida y tener que ir al casquete polar para coger el hielo para las bebidas.

Pero, como ya he dicho, en los coches compartidos se suele hablar de a qué nos dedicamos y la música que escuchamos. Y como musicólogo me ha hastiado tener que explicar infinidad de veces lo primero y me ha fascinado hablar de lo segundo. Porque la música que la gente dice escuchar y la que se pone en este tipo de viajes da para un trabajo de campo antropológico tocho (que, sintiéndolo mucho, no va a ser lo que haga aquí). En fin, vayamos por partes, porque estoy seguro de que no soy el único musicólogo que ha pensado en ciertas cosas al entrar a un coche compartido.

Explicar qué hace un musicólogo es como darse con un muro constantemente. Muchas personas dan por supuesto que, como rima con psicólogo, tiene algo que ver con hacer terapia con la música (que bueno, vale, en algunos casos será así, pero no en el mío). Por experiencia, para explicarles de manera clara qué trata mi disciplina tengo guardadas dos respuestas en la recámara. La primera, que la relación entre esta y lo que hace un músico en el conservatorio es análoga a la que hay entre historia del arte y bellas artes. La otra, que la musicología se encarga de todo lo que no sea hacer música o componerla. Y creedme, son muchos años de intentar dar respuestas complejas y precisas… y nunca funcionan.

Una vez les he explicado a qué me dedico surgen siempre dos preguntas. Y claro, después de haberlas oído más de cincuenta veces, ya las veo venir. La primera (mítica y clásica) es la de “qué salidas tiene eso”. Para responder a esa pregunta se pueden hacer varias cosas. Por un lado, podemos replicar el discurso de los coordinadores de los grados, los folletos de las universidades o de Diario de una musicóloga y hablar de docencia, investigación, gestión o archivos. También podemos ponernos a la defensiva frente a la sociedad del rendimiento y replicar el mítico artículo de El País en el que se dice que es de las carreras con menos paro. E incluso, si nos ponemos realistas y cómplices, diremos, en un arrebato de sinceridad, que no tenemos ni pajolera idea de qué va a ser de nosotros, pero mira, mientras podamos estar un tiempo estudiando/trabajando en algo que nos gusta “que nos quiten lo bailao”.

La otra gran pregunta, que me divierte mucho, es la de, “vale, es algo así teórico, pero tú tocas algún instrumento, ¿no?”. Por supuesto que toco un instrumento. Musicología está llena de músicos frustrados o que han asumido que dedicarse a hacer música es un puto coñazo. Un antiguo compañero de carrera me decía: “el instrumento no entiende de vacaciones”. Y joder, meterte a una carrera que te permita poder acostarte en el suelo y llorar un día entero siempre es bien.

Una vez pasado el trámite de hablar sobre musicología (en los últimos años tiendo a decir que trabajo en la universidad, a ver si no ahondan, pero ni con esas) llega la parte divertida. La de sacar al investigador que llevo dentro y diseccionar la música que suena y de la que se habla. Nunca falla, como saben que soy musicólogo muchas veces me preguntan directamente qué me parece lo que está sonando en el coche. Alguna vez incluso me han dicho: “como te dedicas a la música, elige tú de entre mis discos” (sí, queridos lectores, la gente aún usa CDs).

En esos momentos sientes que tu formación sirve para empoderarte, que te da ese puntito de distinción que hace que los demás te crean con un gusto supremo. Pero, seamos sinceros, por ser musicólogos no tenemos un mejor gusto musical que los demás. Encima, como hemos estudiado sobre música sabemos que eso del buen gusto es una construcción social y que hay razones por las que ciertas personas consideran mejores unas músicas que otras. Es más, que escuchen, que escuchen, que es mucho más divertido analizar sus gustos que juzgarlos…

Este tipo de viajes suelen ser una oportunidad de lujo para ponerse al día con los últimos éxitos gracias a los mixes de Spotify o lo que pongan ese día en Los 40. En otras ocasiones, la banda sonora apela a nuestro lado más nostálgico con temazos del pasado. Incluso, por alguna anomalía extraña, he hecho algún que otro trayecto sin nada de fondo (¿qué clase de persona desalmada hace un viaje sin música?).

Y claro, lo divertido es cuando se habla sobre la música que suena. Así, lo más común es que la gente diga que escucha “de todo” (a veces con la coletilla de “menos reggaeton”) y he de reconocer que en ciertos casos he oído batiburrillos de lo más eclécticos: uno de los últimos iba de Adele al dubstep pasando por la banda sonora de Mad Max o el power metal. Yo, en ocasiones, me pongo juguetón y digo que escucho música rara. Afirmaciones como esta me han llevado a poner a Swans o Mr. Bungle en el auxiliar de ciertos coches, ante la mirada atónita de todos los pasajeros. Pero bueno, en mi defensa diré que la mayor parte de las veces he sido bueno y he puesto cosas más digeribles (dejad de mirarme así, ni que hubiera puesto noise japonés…).

En los casos más divertidos, la discusión toma un tono más profundo. Uno de los que recuerdo con más cariño fue un lluvioso viaje desde Gijón a Madrid en el que coincidí con una italiana que afirmaba que en España no se hacía rock porque su novio (que era el que conducía) solo escuchaba La MODA y Pereza. Después de enseñarle a Extremoduro la conversación derivó a hablar sobre lo importante que era el Festival de San Remo para los italianos y, cómo no, terminó sonando alguna que otra canción de Mina.

Situaciones como esta, en las que se debate apasionadamente sobre música, son las que me devuelven un poco la fe en que investigar sobre ella sirve para algo. En general, no os voy a engañar, entrar en coches compartidos y ver cómo la música puede unirnos o cabrearnos (como cuando pasan todas las canciones que me gustan de una playlist), me recuerda la importancia de esta, aunque a veces se nos olvide.

También, por supuesto, he coincidido con músicos en mis viajes: una violinista que trabajaba como música de sesión, un clavecinista, una técnica de sala, un DJ bastante puteado por la pandemia… Un caso muy particular fue el de un guitarrista flamenco vallecano, una persona realmente encantadora que cantó nota a nota un disco de John McLaughlin e intentó convencerme de que era imposible que la canción “Nuestro problema” de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán hubiese sido compuesta por personas que entendían la música como un arte.

En fin, cientos de anécdotas sobre cientos de viajes, con bandas sonoras que van desde Macaco a Viva Belgrado, pasando por Daddy Yankee, Pablo und Destruktion o versiones acústicas de canciones pop. Para mí, este tipo de experiencias se han vuelto una parte más de mi vida y como tal las afronto, consciente de que algunas veces los viajes pueden hacerse muy tediosos pero que otras, cuando la gente se anima a hablar y/o escuchar, pueden ser una experiencia realmente interesante y gratificante. Y bueno, aunque termine un poco cansado, tener que explicar qué hago como musicólogo es una parte más del trámite. Aunque quién sabe, a lo mejor me invento un nuevo trabajo para mi próximo viaje. Si Barbie puede…

PD: Aprovecho este artículo para disculparme con todas las personas que me han llevado estos años porque soy un desastre y siempre se me olvida puntuarles.

Ugo Fellone

Fotografía de Fanfare Ciocărlia

Publicado en abril 2021

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