Xoel López, un pirata del Atlántico

Crítica
Crítica
Crítica

Xoel López

Un pirata del Atlántico

Xoel López, Atlántico, Esmerarte, 2012.

La mer, qu’on voit danser…” son las palabras con las que Charles Trenet comienza la alabanza musical al mar más versionada de todos los tiempos. Y es un dulce balanceo el que contagia el Atlántico de Xoel; un swing marino más que oceánico, que no brama eléctricamente (como sí lo hacían los temas del primer Deluxe), pero tampoco incita al movimiento febril de cadera de lo que habitualmente se entiende como “latino”. Es un pálpito interno, de sabor primitivo, o incluso primigenio. Vicia y enreda “Por el viejo barrio”, milonguea y bossa novea en “Hombre de ninguna parte”, tanguea y vuelve a milonguear en “Joven poeta” o rumbea en “Caballero”, evitando un acercamiento ortodoxo a los géneros, que se mezclan alegremente entre ellos y mantienen su condición de verbo, de creación activa, sin llegar a abrazar el carácter acabado del sustantivo. Una mezcla que llega a su culmen en “El asaltante de estaciones”, donde también encontramos elementos andaluces junto a toques de psicodelia y “descarga”. ¿Flamenco? ¿en un Atlántico que imaginábamos americano? Sí, y cantado con unas magníficas “n” velares gallegas (que esperamos que nunca sean limadas por los múltiples viajes de Xoel). Demuestran esa capacidad del agua oceánica para unir ambas costas, –la española y la americana, en idas y vueltas.

Es el “estrato” el campo que se ve más enriquecido en este nuevo océano de música muchísimo más gruesa, profunda, conformada no sólo por la voz del artista –que se rasga con creciente libertad y desenfado–, sino a la que se unen otras voces, esta vez instrumentales, en su travesía por ese fondo plateado. Aparecen, gracias la utilización de nuevos instrumentos “populares”, matices variados, todos ellos muy respetados en una discreta y precisa labor de producción. Como si de bancadas de peces de colores se tratara, todas las voces se entremezclan, hacen relevos, y no quieren descubrirnos si lo que escuchamos es melodía o es ritmo, cuáles son los límites de esta materia infinita. Densidad que en realidad no es tal, sino que fluye, dejándose sentir especialmente en temas como “Hombre de ninguna parte” o “De piedras y tierra mojada”. Todo ello sin abandonar los espacios íntimos de recogimiento a los que nos tiene acostumbrados Xoel desde “Quemas” o “Rostro de actiz”, esta vez “En la boca del volcán”.

Los significados de este crisol de reflejos marinos se triplican y multiplican en unas letras que se dejan llevar por la metáfora o incluso imágenes de fábula, quizás contagiados de realismo mágico hispanoamericano. Es la narración una forma de contar ya usual en Xoel, y si no recordemos “El amor valiente”. “Caballero” o en “La gran montaña” vuelan, extendiendo este viaje al imaginario infantil en “De piedras y arena mojada”, que incluye un canto a la amistad incondicional donde de nuevo recordamos a los ya antológicos “Huckleberry friends…” de Síneris. Se trata de una amistad muy bien labrada, por cierto, en un disco, por mucho que se se haya erigido como primer proyecto firmado con el nombre propio del que siempre fue el autor e intérprete principal, en el que tal vez haya estado más acompañado que nunca, por entes visibles o invisibles, presentes o subconscientes, viejos o nuevos conocidos. Y nos los recuerdan continuamente el uso casi responsorial de los coros (“Hombre de ninguna parte”, “Asaltante de estaciones”, “De piedras y arena mojada”) quién sabe si para trasladarnos, o no, del mar a un círculo de cantantes africanos, animados y participativos, que se convierten en jazz band en “El asaltante de estaciones”.

Hacia el final del recorrido, en canciones como “Postal de Nueva York” y “Tierra”, resurge una primera persona del singular más cómoda con los nuevos ambientes –que ya no lo son tanto– y que prescinde un poco de la noción de “estrato” para volver a su forma directa de conversar musicalmente con el oyente. La voz de Xoel asoma por encima del océano de melodías subyacentes con una dicción zigzagueante, palpitante quizás. El marinero, envuelto por el vaivén de la vuelta y bien cargado de inseparables tesoros, por fin sale a cubierta para vislumbrar bien su Torre de Hércules. Quién sabe por cuánto tiempo…

Cristina Aguilar

Publicado en verano del 2012

Para leer más artículos de este autor:

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies