Gades, o la imperfección en lo pictórico

 

Crítica
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Gades

o la imperfección en lo pictórico

Coreografía y escenografía: Antonio Gades y Carlos Saura. Directora artística: Stella Arauzo; decorado y vestuario: Gerardo Vera; dirección musical: Mikel Ortega, Orquesta de la Comunidad de Madrid; cantaora: Sala Salado. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 11 de julio de 2014.

Algo serio se pone en juego cuando se va a ver a la compañía de Antonio Gades. Lo mejor de la danza española se concentra en la figura de este coreógrafo que supo estilizar el folclore nacional y ponerlo a altura de la vanguardia europea.

Tras el fallecimiento del artista en 2004 su compañía se enfrenta al problema de mantener viva la llama de su recuerdo con el rigor que merece. La conservación del repertorio que lleva a cabo su Fundación es única en el caso español y se hace al estilo de muchas otras compañías del mundo como la de Martha Graham, Maurice Béjart o Pina Bausch; el archivo visual, sonoro y escrito, y hasta la transmisión oral, se ponen a disposición de la reconstrucción fidedigna de su obra en un juego a contrarreloj por atrapar lo efímero en el que sólo la repetición parece vencer al olvido.

El recuerdo de Gades está muy presente en Fuego. Muchos de los elementos que envuelven su duende predisponen al espectador desde el primer momento: la lucha coreografiada inicial, que recuerda a Fuenteovejuna; la boda revestida del virginal blanco, como en Carmen y al igual que en ésta, abundan los pasos a tres protagonizados por una mujer y dos hombres que, aunque resulten un espejismo, permiten ver una narración contada desde lo femenino; la utilización de la palabra, que sin caer en la danza-teatro ayuda a enfatizar al movimiento; el recurso de los caballos, como en Bodas de sangre; la presencia del pueblo, el cuerpo de baile, como parte del ensalzamiento de los buenos valores de la tradición…

Pero hay algo irrenunciable de Gades que falla en esta representación: en ocasiones la lentitud se apodera de la coreografía hasta tal punto que no permite que fluya la narración. Y eso es imperdonable en el universo coreográfico de un autor que nunca incluyó en sus obras un exceso de virtuosismo técnico y que jamás alargó el tiempo de duración de una de sus coreografías por encima de lo que el relato narrado exigía.

Y es que en sus obras todo está al servicio del drama: la música, la luz, el vestuario (magnífico gracias al trabajo de Gerardo Vera) y hasta el más insignificante de los movimientos, que se ponen a disposición del contenido. El espectador siempre entiende el sentido de lo que le cuentan, con sus pasos, los bailarines; pero, en este caso, los cuadros no fluyen con naturalidad.

Quizás esta debilidad se deba al transvase de géneros al que ha sido sometida la coreografía ya que, en realidad, fue creada para el cine, fruto de la tercera y última colaboración con el director Carlos Saura tras Bodas de sangre y Carmen. Sea como sea, el propio Gades, tan meticulosamente pulcro en sus creaciones coreúticas, no terminó por pulir este trabajo en su versión escénica. El repertorio del autor es limitado precisamente porque tardaba años en crear sus obras, un ejercicio de construcción muy anclado en el conocimiento de la tradición (propia y ajena; el coreógrafo levantino conocía muchas representaciones anteriores del Amor brujo, como la de la Argentinita o la de su profesora Pilar López) que parecía llamado a acotar la inspiración. En sus danzas, todos los elementos están rigurosamente medidos pero, en este caso, la impronta del coreógrafo se siente lejana.

Tampoco funcionan en esta representación las habituales rupturas musicales de sus obras: la música popular para las escenas del pueblo o la “música culta” para la narración de la historia de amor que vertebra el drama. Sara Salado salva a la desafinante orquesta con una versión del Fuego fatuo que, en las antípodas de las habituales interpretaciones operísticas, consiguió emocionar al público. La preponderancia del flamenco en la coreografía ayudó al cuerpo de baile,  que estuvo muy acertado en la escena del Amor brujo.

En todo caso, el público español parece agradecido de que, por fin, esta obra estrenada hace 25 años en el teatro Châtelet de París, y que había girado por lugares como China o América, esté por fin en España. La insistencia de sus aplausos consiguen un bis coreografiado donde se ve lo mejor de Gades: la clase llevada al escenario de la mano de su maestro, que consigue un movimiento pulido por la perfección de lo pictórico.

Ibis Albizu

Fotografía: Luis Sevillano (El País)

Publicado en verano del 2014

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